Boquita de princesa

Ciudad de México /
¿La “chingada gana” de la funcionaria pesa más que la nuestra?Jesús Quintanar

Cada día que pasa disminuye el tamaño de las palabrotas. Si un día tuvieron fama de ordinarias, por vulgares y soeces, hoy día su ordinariez consiste en ser comunes y corrientes. Ya casi nadie vuelve la cabeza cuando escucha en la calle uno de esos vocablos pintorescos que sonrojaban a nuestras abuelas y atraían certeras bofetadas maternas. Disminuye, asimismo, el número de ñoños que sólo ven películas mexicanas para reírse de las groserías.

¿Qué pasa, sin embargo, cuando nos amenazan, reprenden o castigan utilizando términos altisonantes? Las groserías, dichas con gran vehemencia, son avallasadoras, humillantes y no menos violentas que un arma arrojadiza. Puede que ni siquiera se empleen como insultos, pero ya su estallido —virulento, rabioso, autoritario— coloca a los oyentes a merced del humor intemperante de quien les habla, grita o balbucea. Está claro que no podrían responderle en el mismo tenor sin que el engorro pasara a mayores. O, como también dicen, “a las manos”.

Nos agreden también las palabrotas cuando provienen de una autoridad, que por obvias razones tendría la obligación de contenerse y en lugar de eso elige faltarnos al respeto. Antiguamente, un funcionario público que se permitía hablar con palabrotas delante de un micrófono pedía a gritos ir a dar a la calle, con su correspondiente patada en el trasero. Y no era para menos, si la misión de todo servidor público está precisamente en servir, atender, hacerse útil a aquellos ciudadanos que contribuyen a pagar su salario.

Hace unos días trascendió la noticia de que la ex velocista Ana Gabriela Guevara, hoy convertida en alta funcionaria gubernamental, reaccionó a los señalamientos de presunto dispendio en los Juegos Olímpicos de Francia con una línea que no tiene desperdicio: “Todo lo que gano, me lo trago, me lo unto y me lo visto como me da mi chingada gana”, tronó la funcionaria, desafiante, con la clara certeza de que no pagaría precio alguno por sus exabruptos. No hablaba, entonces, tanto de su derecho a la soberanía como de su lugar en el escalafón. Es fácil, por supuesto —valga decir, como pegarle a un niño—, desafiar a los otros cuando te sientes por encima de ellos. Una actitud cobarde, en realidad, como toda agresión impune de antemano, y ciertamente mucho más grosera que cualquier grosería de catálogo.

¿Debemos entender que la “chingada gana” de la funcionaria pesa más que la nuestra, dado que ella se salta las trancas del respeto y no hay poder humano que la reconvenga? ¿Qué clase de confianza le hemos dado para que nos responda, valga la brusquedad, en ese pinche tono? Pero el problema, insisto, no está en las palabrotas, que en general suelen ser bienvenidas siempre que se profieren con gracia, elocuencia u oportunidad. Las palabrotas que a uno le incomodan son las que llevan dentro una carga podrida de agresión. Una majadería dicha con violencia —peor todavía, en superioridad de circunstancias— es no sólo dos veces majadera, sino de hecho alevosa y degradante. Y, por cierto, muy antideportiva.

Guevara fue una vez deportista exitosa, y en tanto ello un ejemplo a seguir. Su trabajo, además, consiste en impulsar a otros atletas, respetarlos y hacerse respetar por ellos. Quienes nunca tuvimos las virtudes o el empeño bastantes para ser deportistas de alto rendimiento, vemos a esas personas con admiración, más cuando somos niños y todavía creemos en el heroísmo como una posibilidad abierta en nuestras vidas. ¿Quién nos explica que a una campeona de la disciplina no le dé ahora su “chingada gana” ejercer el control de sus impulsos menos presentables? ¿Qué clase de soberbia administrativa lleva a una abanderada nacional a tomar por bandera la patanería?

Las palabrotas son inofensivas, no así quien las pronuncia con la intención expresa de ofender. Más allá de la guasa y el albur, encuentro intolerable que cualquier pelagatos con ínfulas de prócer se valga de ellas para avasallarnos, por más que se le hinche su “chingada gana”. ¿No es hora de pedir una disculpa, presentar su renuncia y correr a lavarse la boca con jabón? 


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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