Degollina para ‘dummies’

Ciudad de México /
Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. AFP

Hace falta mucho odio o demasiado miedo para hacer picadillo un cuerpo humano. No hay un libro que enseñe a descuartizar, aunque es verdad amarga que abundan los expertos. Ahora mismo, en sabrá el diablo cuántos parajes insondables, hay gente que se entrena por la fuerza en este y otros quehaceres atroces que por salud mental no imaginamos. En el mercado laboral del infierno, el peor de los oficios es también uno de los más solicitados.

Hasta donde se sabe, un campo de exterminio es una cárcel llena de inocentes sujetos a trabajo forzado y abusivo, donde quienes no sirven como esclavos son inmediatamente asesinados. Que un horror similar llegue a ocurrir, ochenta años después del Holocausto, nada menos que en tierras mexicanas (permítaseme añadir: poco menos que a tiro de piedra del rancho de mi suegro), es motivo fundado de escándalo y alarma. Quiere uno descreer de una noticia así, pues le parece demasiado insólita, y en el primer descuido se protege asumiendo que se trata de un caso excepcional. Es decir, reduciendo la enfermedad al síntoma. Prestar más atención al estornudo que a la pulmonía es un modo sutil de ver hacia otro lado, a veces en defensa del propio candor.

Los horrores que vemos, leemos y escuchamos están lejos de ser excepcionales. Su multiplicación desaforada, al extremo de ser cosa corriente, sugiere ya un virtual estado de excepción. Cada día, nuestros derechos y libertades encogen bajo el peso de la bota criminal. ¿Dónde se está seguro, a estas alturas? ¿A quién no le da horror salir a carretera? Es una enfermedad, a todas luces, pero hasta hoy nos cuesta ver más allá de la pura epidermis. Ciertamente las ronchas son un síntoma digno de preocupación, pero es mucho más grave la peste a podredumbre que se desprende ya del cuerpo entero.

Hemos visto los réditos políticos que han logrado obtener no pocos intrigantes profesionales a fuerza de achacarse mutuamente sospechas, negligencias y contubernios. Se les ve devolverse la pelota, cual si jugaran voleibol playero y lo único importante fuera hacerla caer en la cancha enemiga. No les preocupa el muerto, sino a quién endilgárselo. Pero no es un cadáver, ni un desaparecido, sino legiones de ellos; por eso el voleibol no se termina. Lo que para ellos cuenta es el marcador, aunque algún día ya ni playa quede. “Ese muerto no lo cargo yo”, diría la canción, “que lo cargue el que lo mató”.

Según cálculos de Pascal Beltrán del Río, una persona desaparece en México cada 36 minutos. Bastan, por tanto, apenas cinco días para echar a doscientos en falta. Mil doscientos por mes, algo menos de quince mil al año. Si tomamos un mínimo de distancia, advertiremos que son cifras monstruosas, tanto como el nivel de impunidad que día a día las hace posibles. Por no citar los muertos, cuya cuantía es ya cosa ordinaria. En estas condiciones, hablar de ley y estado de derecho es abrir un espacio para el humor macabro.

No tendría por qué ser novedad la existencia de campos de entrenamiento y exterminio en un país tomado por el crimen, donde los delincuentes cobran sus propios impuestos y sólo sobreviven los más sanguinarios. Los cárteles, al cabo, son empresas sujetas a normas de eficiencia que suponen la creación y mantenimiento de ejércitos brutales en permanente renovación. Todo vale en su mundo, excepto la piedad, y su única inocencia consiste en la esperanza de salir vivos. Nuestro candor, se entiende, les da risa.

¿Se dirá una vez más “fue el Estado”, o será que ya estamos preparados para mirar de frente al estado de cosas al que nos ha llevado tanto fariseísmo biempensante? Porque si yo estuviera en el pellejo de los asesinos, nada sería más cómodo que mirar a los otros endosarse mis muertos, mientras mis negocitos florecen no exactamente bajo la penumbra. Nada está bien, nada puede estar bien en un país donde la atrocidad es pan de cada día. Negarlo es la mejor manera de agravarlo.


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.