“Necesitamos la sangre de los niños, las mujeres y los viejos, para despertar en nosotros el espíritu de la revolución”, clamaba ante las cámaras Ismail Haniyeh, el hoy extinto líder de Hamás, esgrimiendo el dedo índice con la violencia propia del gurú enfurecido que exige habilitar a los más débiles como escudos humanos. No falta, sin embargo, quien lo describa como un “moderado”.
Reuters, la BBC, Sky News y otras fuentes no menos acreditadas han insistido en esa barbaridad, hoy día muy en boga en las buenas conciencias atrofiadas por el infantilismo. A ver, no sé si entiendo, ¿cómo es que al gerifalte de una organización terrorista, orgulloso de ser sanguinario y fanático, cuyas víctimas se cuentan por miles, podría venirle el saco de moderado?
Según el diccionario de la RAE, la moderación es signo de “cordura, sensatez, templanza en las palabras o acciones”, mientras que “moderada” es aquella persona que “guarda el medio entre los extremos”, y consecuentemente “no es extremista”. Por su parte, el diccionario de María Moliner entiende la moderación como “cualidad del que obra o habla sin excesos o violencia”, y encuentra el adjetivo “moderado” aplicable “particularmente a la persona cuyas ideas políticas o de otra clase no son extremistas”.
Ponerlea un terrorista confeso y ufano el sambenito de moderadoes como hablar de violadores buena onda, psicópatas razonables o genocidas bien intencionados. La mera idea de justificarlos es un intento poco disimulado de lavarles la cara y arroparlos bajo un cómodo manto de relativismo, donde siempre habrá un monstruo capaz de superarlos.
Comparados con Stalin, Daniel Ortega y Nicolás Maduro parecerían una pareja de filántropos. El hecho, sin embargo, de que hayan existido peores alimañas no hace mejores a los hijos de puta (como querrían tantos convictos inconformes), y a menudo los insta a superarse. Imaginemos ahora la inmensa, tremebunda impunidad de que goza un canalla bárbaro y ferviente cuando se hace la fama de moderado.
El candor popular tiende también a caer en la trampa de los extremistas moderables. “Verás que va a cambiar, cuando llegue al poder”, buscan tranquilizarte los papanatas, y es como si adujeran que un violador de niños va a moderarse al fin cuando esté a cargo de un orfanatorio.
Igual que el odio nunca se modera, el poder empecina al estridente, amén de alimentar su narcisismo más allá de los límites imaginables. Quien ha llegado lejos por sus desmesuras vive, como el tahúr, para doblar la apuesta hasta la muerte. Lo suyo es apelar a la atrocidad, y nada que sea atroz podrá jamás ser obra de la moderación. ¿No es casi una verdad de Perogrullo?
Tomar por “moderados” a los terroristas es también una forma de no hacerse cargo de que son asesinos, porque se simpatiza con su causa o simplemente por comodidad. Qué pereza asumir tanta aspereza, ¿cierto?, cuando es mucho más fácil suavizar el relato hasta hacer del terror un cuento de hadas y hallar el lado humano del chacal. Corrección: el chacal moderado.
¿Se puede ser nomás un poquito asesino? ¿Cómo es que degollaste a un par de niños y la gente malora te apoda Mataniños, cuando podrían decirte moderado? Es decir circunspecto, templado, mesurado, comedido, modesto, discreto, parco, ecuánime, modoso, frugal, equilibrado, contenido, prudente, razonable, morigerado, sobrio.¿Exagero si escribo que ni uno solo de estos adjetivos le ajusta a un energúmeno flagrante? ¿Qué dirá quien perdió a la madre o al hijo por obra de un cobarde incompasivo cuando oye que lo tildan de “moderado”?
Hace unas pocas horas, el tirano Maduro presumió frente al mundo de haber ya capturado, en unos pocos días, a más de un millar de presos políticos. “Terroristas”, los llama, con el horror propio de un moderado, y habla de refundirlos en nuevos campos de reeducación, mientras una veintena descansa bajo tierra. Hoy día a Venezuela la gobierna un chacal, si bien su defensores nos recuerdan su condición de light frente a otros según ellos más temibles. Menos mal, ya me andaba yo apurando.