La adversidad no juega

Ciudad de México /

Aprendí una lección de humildad ambiciosa mirando a Novak Djokovic subírsele a las barbas a la adversidad...

Recién había ganado Novak Djokovic su boleto para jugar mañana el partido final del torneo de Wimbledon, cuando se vio forzado a responder una pregunta incómoda. ¿Cuál ha sido hasta hoy el ingrediente principal de su éxito? Luego de darle vueltas a la cuestión, el vencedor mayor en la historia del tenis terminó por ponerlo en una palabra: adversidad.

Nada que no nos conste, desde luego. El mismo jugador que ganó veinticuatro torneos mayores debió perder también una docena, amén de sucumbir en incontables ocasiones ante los dos colosos que sin querer crearían un monstruo indestructible. Hay acaso más mérito en levantarse de una gran derrota que en celebrar siete triunfos al hilo. Es fácil fracasar, y todavía más fácil explicarlo. Menos simple será alzar los pedazos de la propia autoestima y aceptar la enseñanza de un destino adverso. Más que morder el polvo, hace falta comérselo. Aprendí una lección de humildad ambiciosa mirando a Novak Djokovic subírsele a las barbas a la adversidad.

No hay maestra más cruel, ni más capaz. Se le reclama a veces su dureza, pero a la adversidad no le gustan los blandos. O tal vez sea que sólo le interesan para abusar de ellos. La adversidad se ensaña con los arrogantes porque no están dispuestos a escuchar sus consejos, y menos todavía a aprovecharlos. La adversidad no juega, pero igual te derrota. ¿Y alguien, por cierto, sabe de un profesor más barco, zalamero y mediocre que el triunfo? Quienes nunca debieron plantar cara delante de la adversidad tienen mucha tarea con la victoria. Lo más probable es que terminen reprobados.

Es por ahora el tenista más viejo de los primeros 94. Hannah Mckay/Reuters

Antes de ser capaz de dar lecciones a quienes eran sus tutores y verdugos —Roger Federer, Rafael Nadal—, Djokovic soportó tantas tempestades como ocasiones tuvo de salir del hoyo donde lo mantenían ambos preceptores. Perdió, perdió y perdió. Sufrió incluso desmayos por los altos calores imperantes. De haber sido mexicano, no habríamos tardado en colgarle el apodo del “Ya Merito”. Pero ahí donde otros, tal vez la mayoría, encuentran tierra fértil para sembrar su propio desconsuelo, el serbio halló el espacio necesario para seguir peleando contra sus propios límites, y eventualmente hacerse inalcanzable. Está todo a la vista, en números, videos y recuerdos tan vívidos como la tarde en que ganó su primer Wimbledon y se tumbó a comerse el pasto a puños.

Novak Djokovic, número dos del mundo, es por ahora el tenista más viejo de los primeros 94. A los 37 años, vela sus armas para darse un quién vive con Carlos Alcaraz, quien es 16 años menor que él. Hace pocas semanas que pasó por una cirugía de menisco y allí está, con la pierna vendada pero ya en la final.

Es comprensible que seamos legión quienes buscamos en ejemplos como este nuestros acicates. Quiero decir que en ciertas ocasiones, cuando me siento inútil y bloqueado, me levanto del piso después de recordar algún par de fracasos estruendosos del huracán balcánico. Una cosa es perder dos millones de dólares en tres horas y otra muy diferente que te pase frente a todo un ejército de espectadores. Pero si del tamaño del sapo es la pedrada, cabe inducir que entre más ancha sea la adversidad, más jugoso será el aprendizaje.

Los destinos hostiles ofrecen la ventaja de entrenarnos en el espinoso arte de la renuncia. Cuando Nadal y Federer vivían batallando por ensanchar sus respectivas colecciones de trofeos, Djokovic devoraba frustración sin siquiera hacer gestos. Renunciando nomás. Y una dieta como esa fortalece a quienquiera que la aguante. De entonces para acá, ha enfrentado altibajos de toda índole, pero aún no se ha visto que doble las manitas. De ahí que sea quien es y esté donde está.

La adversidad es, sí, una pesadilla, pero las pesadillas se esfuman en un tris. Si algo he aprendido, al fin, de Novak Djokovic, es a desconfiar del poder infinito de la adversidad. Nunca va uno a sacarla del torneo, pero esa no es razón para dejar que gane.


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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