La estupidez rampante

México /

Hay apenas un paso entre creer lo que uno quiere y querer lo que uno cree. Elegimos como interlocutores a quienes asimismo se encariñaron con ciertas creencias y ya también las sienten inminentes. Citamos sus palabras al modo del enfermo que persigue el diagnóstico más cómodo, aunque no sea verdad. Igual que cuando niños, nos quedamos contentos con una explicación sacada de la manga que ahuyentará a los monstruos mientras dure la noche. Sólo que ciertas noches duran mucho más que otras y contra ésas no hay consuelo que alcance.

Escribo estas palabras en la playa, pero ni así me libro del fantasma. Llevo tres días buscando en los periódicos las mentiras piadosas que tiempo atrás yo mismo ayudé a propagar, empeñado en creer que el mundo giraría de acuerdo a los dictados de un sentido común hoy día devaluado por la estupidez. Encuentro, en lugar de eso, un coro disparejo de incertidumbres cándidas y lastimeras. Analistas, doctores, economistas, sociólogos, narradores, periodistas, politólogos, socialités y expertos en cualquier cosa se pelean el micrófono por exponer razones tan diversas como desamparadas en torno al triunfo de la sinrazón y la ausencia de claves sobre el porvenir. Me gustaría creer que alguno acierta, pero es tarde para eso. Somos todos rehenes de la incertidumbre, no hay convicción que valga para alejar los ecos ominosos de la noche del 8 de noviembre.

Nunca las opiniones parecieron tan frágiles. No bien el disparate se nos ha hecho verdad, cuesta ver más paisaje que el cielo encapotado. Aun si enfrente hay un sol esplendoroso y el horizonte insiste en resplandecer, me persigue la lluvia pertinaz de la noche del martes, la mañana del miércoles, el choque emocional del que no estoy seguro de haber salido. Hace unos cuantos días, estábamos seguros, porque así lo queríamos, de que la estupidez no llegaría lejos; hoy que se ha enseñoreado sobre nuestras certezas, parece una quimera sustraerse al contagio. Hablemos o callemos, no entendemos un pito. ¿O es que al menos por ahora queda mucha distancia entre el estupefacto y el estúpido? ¿Sirve de algo pensar que el estúpido es otro, una vez que el futuro está en sus manos y se mira más fuerte que cualquiera?

La estupidez rampante, esa que jamás duda de su genialidad, tiene la cualidad de sembrar a su paso el rencor y la histeria. Nada que nos ayude a pensar bien las cosas, y al contrario. Una vez que el imbécil se arroga la certeza de ser listo y consigue entramparnos en su telaraña, nos miramos pequeños e impotentes, a la medida de su conveniencia. Nos necesita histéricos, acobardados, blandos, puestos para imponernos sus negras condiciones.

Parecería que hablo por mis compatriotas, pero éste es un problema universal. Me niego a cerrar filas con tantos victimistas que viven a la espera del primer viento adverso para llamarse esclavos del imperio y rasgarse al unísono las vestiduras. Si al norte del río Bravo cunde un nacionalismo gaznápiro y ramplón, peor sería apelar a otro no menos hueco y revanchista. Mal puede combatirse la estupidez con estupidez, el odio con más odio, la arrogancia con la suficiencia, las ideas perversas con ideología. ¿O es que el nacionalismo de este lado es mejor que el del otro, sólo porque se mira cargado de razón? ¿Y qué no la razón sólo se queda con quienes ejercitan el raciocinio?

Lo más fácil sería, como siempre, responsabilizar de esto a "los gringos": aquella masa abstracta no menos imposible que "el pueblo" o "los mexicanos". Si ahora mismo me diera por citar a los gringos que considero dignos de admiración, no alcanzaría el tiempo ni el papel para llevar a cabo el menor intento. Hay que ser tan idiota como los extremistas de aquel lado para minimizar una cultura como la norteamericana, de la cual no nos hemos cansado de nutrirnos y beneficiarnos. ¿No es acaso también incalculable la influencia mexicana en Estados Unidos, tanto así que incontables ignorantes chillan por esa "pérdida de identidad" que le llena la boca al demagogo?

Woody Allen, Bruce Springsteen, Joyce Carol Oates, los Cohen, Philip Glass, Diane Keaton, Philip Roth, Meryl Streep, David Lynch, Jeff Bezos, Francis Ford Coppola, Tim Burton, Norah Jones, Martin Scorsese... Todos gringos, seguidos y alabados por millones de gringos, gran parte de los cuales ahora mismo lamenta su suerte y se deja pasmar tanto o más que nosotros porque la estupidez ha llegado al poder y ya confía en pasarse de lista. No están del otro lado, sino de éste, y por ahora tampoco imaginan qué hacer para enfrentar el cielo encapotado. Muchos de ellos igual menospreciaron a la estupidez y hoy es ella la que los menosprecia. Nos menosprecia. Pobre de ella, al final. Tampoco se imagina todo lo que le espera.

  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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