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Yo, Estado pecador

Ciudad de México /
Paso a paso, el Estado Mexicano regresa a los dominios de Franz Kafka. AP
Paso a paso, el Estado Mexicano regresa a los dominios de Franz Kafka. AP

Vigilarse a sí mismo es un compromiso que hasta a los mismos santos suele quedarles grande. Cierto es que menudean los fanáticos que se juran capaces de ejercer un control insobornable sobre sus pensamientos y sus actos, pero hay que ver la clase de monstruos fariseos que engendran semejantes presunciones.

Nada es más fácil que relajar las normas cuando no hay quien observe si se cumplen. Vale decir que ocurre de manera automática, tal como dicen que la cabra tira al monte. La cotidianidad desgasta los rigores, sobre todo cuando la laxitud rinde a sus partidarios los dividendos de la manga ancha.

¿Alguien por ahí recuerda todo lo que pasaba en un salón de clases cuando no había un adulto presente? Tal desmadre, no obstante, es poca cosa si se le compara con lo que puede hacer la burocracia de un sistema carente de controles. Peor aún, “controlado” por los mismos burócratas, encarnados en ángeles y serafines cuya probidad es artículo de fe.

Según el diccionario, la palabra “kafkiano” pinta una situación “absurda y angustiosa”, si bien nada nos dice de sus causas. Lo realmente kafkiano, el origen de cada una de las perdiciones que conforman la obra del novelista checo, es simple y llanamente la burocracia: esencia de sus páginas y el horror que las puebla. Cuando Gregorio Samsa abre los ojos, no se pregunta qué va a hacer con su vida, sino cómo hará para llegar al trabajo. Su vida no se acaba por haberse convertido en insecto, como por no poder seguir pasando lista entre la burocracia.

Paso a paso, el Estado Mexicano regresa a los dominios de Franz Kafka, donde los ciudadanos son microscópicos y el poder peca de inconmensurable. Si antes era posible pedir cuentas a una institución independiente para chequear los números del gobierno, hoy el gobierno mismo se ha asegurado de absorber esa y otras funciones de control. Si queremos saber cómo y qué tanto gasta la burocracia, será esa burocracia la que nos ofrezca el resultado de su investigación, al modo del católico que realiza un examen de conciencia y procede a acusarse frente al cura por sus malas acciones, si es que hay tales.

La tragedia de los personajes de Kafka consiste en su absoluto desamparo frente a un poder tan grande y laberíntico que ni siquiera saben a quién apelar. Sus trámites son meramente simbólicos, toda vez que nacieron para ser pasto de un papeleo infame que en los hechos equivaldrá a un incendio o una inundación, pues de cualquier manera no existe relación entre causa y efecto. Todo pasa porque pasa y nada puede evitarse. Nadie se va a quejar, nadie lo va a saber.

 “Kafka”, escribió Carlos Fuentes, “descubrió un mundo que existía sin saberlo”. La casta burocrática se alza sobre el común de los ciudadanos para canjearles la ciudadanía por la frágil certeza de no estar en falta, ahí donde cualquiera podría estarlo porque tanto quienes hacen las leyes como quienes se encargan de aplicarlas son miembros de una misma estructura jerárquica, rígida y monolítica —infestada de orejas, dedos y apparatchiks— donde se privilegia silencio y obediencia sobre cualquier criterio de eficacia.

El tiempo burocrático tiende a ser licencioso y corruptor, puesto que entre incongruencias, meandros y pachorra montan el escenario ideal para el chantaje. Pagamos lo que sea por salir del embrollo donde quién sabe cómo nos metieron, pues sabemos que al cabo todas las instancias son una misma mole de concreto donde no queda sitio para tus suspicacias. ¿Por qué? Porque son todos buenos y confiables, tanto así que se enojan si osas ponerlo en duda. La idea de que sea otro quien vigila sus pasos y traspiés les parece no sólo costosa e insolente, sino naturalmente innecesaria.

Es difícil imaginar a un alto funcionario, ya no digamos a una institución, realizando un profundo examen de conciencia y actuando en consecuencia contra sus intereses. ¡Cuéntame una de vaqueros!, sugería mi madre en estos casos.

  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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