Milenio logo

¡En la madre!

  • Columna de Yael Karakowsky Ross
  • imagen pluma firmas
  • Yael Karakowsky Ross

Ciudad de México /

De niña mucho me decían “cuando seas madre lo entenderás” pero nadie me dijo, por ejemplo, que crecería en una generación que no se iba a conformar con lo establecido y al contrario, cuestionaría todo paradigma.

Nadie me dijo que iba a ser madre en un momento de transición importante, donde buscamos cambiar patrones y roles con parejas que, como nosotros, crecieron con modelos que hacían las cosas diferentes.

Que como sociedad tenemos estigmatizado en lo más profundo de nuestros valores, que la madre debe quedarse en casa a atender a los hijos y, por ende, no hay terapia que elimine las culpas o remordimientos.

Entiendo que la sociedad espera que trabajemos como si no tuviéramos hijos y los eduquemos como si no trabajáramos, que como mujeres que elegimos y logramos ser madres nos enfrentamos ante la “matrescencia”, un proceso de transición que describe el desarrollo neurobiológico y emocional que atravesamos para adaptarnos al cambio que representa la maternidad.

Que es normal sentirnos abrumadas cuando queremos hacerlo todo, sin horas suficientes para hacerlo todo al mismo tiempo. Que habrá pendientes o emergencias sin paciencia.

Tampoco me dijeron que la dichosa matrescencia evidencia increíblemente cómo el cerebro de una mujer embarazada se vuelve tan moldeable como el de una adolescente, tanto así que es considerada como la etapa con mayor plasticidad cerebral en la vida de un adulto.

No me dijeron que entonces, convertirme en mamá sería una fortaleza para mi carrera profesional, porque aprendería a valorar cada segundo y exprimir su potencial sin titubeos. Que sería más efectiva y más celosa de mi tiempo y el de otros, que aprendería a decir “no” y, en cambio, daría “síes” más comprometidos.

Que investigaciones como la de Kathleen McGinn, economista y profesora de la Universidad de Harvard, han seguido a hijos de madres trabajadoras durante años para descubrir que la mayoría de éstos se convierten en adultos con alto rendimiento, con mayores probabilidades de terminar la universidad y tener una carrera exitosa, reportan salud e ingresos más altos, y muestran el mismo nivel de felicidad que los hijos de madres que trabajan en casa.

Hoy entiendo entonces que hablar sobre nuestros hijos en el trabajo y sobre nuestro trabajo con nuestros hijos es una responsabilidad. Que debemos ser francas al hacer visible tanto las alegrías como los retos de la maternidad y al decirle a nuestros hijos que trabajamos también, para ser felices.

Ahora sé que compartir con mis hijos sobre mi amor al trabajo establece una expectativa para no conformarse y servirá (espero) como recordatorio de la trascendencia que tienen nuestras acciones y decisiones.

Aprendí que no existe un balance perfecto y que vivir con ello es quizá más sano a continuar buscándolo y morir en el intento.

Que como los dichosos dolores del crecimiento: no son nuestros hijos quienes están sufriendo al tener madres trabajadoras, sino la sociedad que está en duelo por perder un esquema que por años funcionó sin permiso a cuestionarse.

¡En la madre! Hoy entiendo lo que de niña no entendería hasta ser madre. Nuestra ambición tiene un precio.

Yael Karakowsky Ross

CEO de la Red de escuelas SER*

*SER es una red de escuelas gratuitas que apoya a estudiantes de comunidades en desventaja económica en el desarrollo de las fortalezas del carácter y a adquirir conocimientos y habilidades para tener éxito en la universidad y en la vida.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.