Tres tropas del Ejército Mexicano resguardan la casa que primero fungió como un centro de rehabilitación, pero que una noche de julio del 2020 se convirtió en un cementerio, donde 27 personas fueron asesinadas y, tras un intento de volver a operar de manera clandestina como anexo hace dos meses, hoy es una base militar.
La casa donde se registró una masacre en la comunidad de Arandas, en Irapuato, tiene dos semanas operando como base militar, de acuerdo a información de un mando del Ejército Mexicano.
Según algunos vecinos, hace dos meses volvieron a abrir la casa como centro de rehabilitación, pero debido a que no contaba con los permisos correspondientes, la volvieron a cerrar. Cuando los elementos de Protección Civil llegaron a hacer una revisión y se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, y los desalojaron porque no tenían permiso de abrir la casa todavía.
“De hecho hace como dos meses empezaron a abrir y yo decía ‘eso es una casa, yo creo que la van a habitar ¿No?’ No pues que nos damos cuenta que era un anexo y no sé cuánto tiempo tiene, yo creo que como un mes más o menos, y nosotros nos habíamos dado cuenta porque mirábamos que en la noche que, en la noche llegaban señores, todos los días en la noche”, comentó una vecina desde el anonimato.
La mujer contó que al poco tiempo llegaron los elementos del Ejército Mexicano para asentarse en la casa, información que fue confirmada por uno de los mandos, quien dijo que ahí permanecerán hasta nuevo aviso.
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La vecina aseguró sentirse más cómoda con los oficiales cerca de su domicilio, pues le ha costado recuperar la tranquilidad para ella y sus hijos, ya que la vez de la masacre le tocó ver todo el suceso, pues cuando iba entrando a su casa, los hombres encapuchados y con armas largas estaban afuera del anexo y comenzaron a disparar en varias ocasiones.
Platicó que ella venía de hacer un mandado en su bicicleta, y que de la impresión y los nervios no alcanzó a abrir la puerta de su casa, por lo que se quedó afuera observando lo que estaba pasando con el riesgo de que le tocara una bala perdida.
“Se escuchaban más los balazos, me ganaron los nervios y dije ‘¿Me voy o no me voy?’ ¿Me quedo o qué hago? El chiste es que aquí me quedé parada como mensa viendo. Yo vivo con mi esposo y mis niños, pero lo bueno es que no estaban y pues ya”, agregó.
Otro hombre que también vive con su esposa cerca de lo que ahora es la base militar, aseguró que se siente más seguro, pues aunque aparentemente la calle siempre ha sido tranquila, ese hecho le robó la tranquilidad a los vecinos y sus familias.
Aseguraron que por parte de la Policía Municipal de Irapuato nunca tuvieron más rondines después del atentado, y fue hasta que llegó el Ejército a tomar posesión del inmueble cuando comenzó a verse más movimiento en la zona.