Asesino confeso de 'Kiki' Camarena dice que sólo "blofeaba" con haberlo matado

Raúl López Álvarez dice que basó su relato de la tortura y asesinato tras leerlo una revista. Y ofrecía sus servicios como sicario bajo el concepto Camarena Style, hasta que por boquiflojo fue arrestado y condenado a 249 años de cárcel.

Raúl López decía ser el asesino confeso el ex agente Enrique Camarena, de la DEA. (Ilsutración)
Ciudad de México /

A pesar de que presumía haber torturado y asesinado a Enrique “Kiki” Camarena, Raúl López Álvarez ahora dice que solo lo hizo por “blofear” e impresionar a sus compañeros de prisión. El relato que sostuvo durante muchos años habría estado inspirado en la lectura de revistas que describían cómo había ocurrido el crimen del agente de la DEA.

Documentos desclasificados, a los que tuvo acceso MILENIO, revelan que el ex policía ligado al cártel de Guadalajara cayó en la trampa de un agente de la DEA, quien fingió buscar un sicario para terminar con la vida de otro funcionario estadunidense, bajo el concepto “Camarena Style”. En los reportes puede leerse que Raúl López presume tener experiencia en “levantar”, “dar toques eléctricos” y asesinar “con tiro de gracia” o “cuchillo”, como el cliente pida.

Luego de 35 años en una prisión de Estados Unidos, López Álvarez busca su libertad alegando que inventó aquellas historias, un asunto que adquiere relevancia debido a que al menos dos involucrados en el crimen de “Kiki” Camarena han obtenido su libertad luego de que se descubrieran irregularidades en el proceso judicial, principalmente en el laboratorio forense, el cual procesó evidencias defectuosas, como lo dio a conocer este diario hace unos días.

El asesino confeso del agente de la DEA purga actualmente una condena de 249 años de prisión. Los informes abiertos en las cortes estadunidenses permiten conocer los detalles de la historia del hombre que juraba ser “el mejor torturador de México” y que ahora busca salir de prisión alegando que su pecado fue haber sido un presumido.

Aquí no vas a hacer ese show. No, no, no —advirtió en tono amenazante, derramando el recuerdo del crimen pasado. Raúl López Alvaréz hizo una pausa, como tratando de recordar cómo se decían unas palabritas en inglés para impresionar al gringo.

No, no, el plan es levantarlo así de que put him the back, cover his mouth (ponle la espalda, tápale la boca) entre dos personas, throw him in the van, tie him up (ponlo en la vagoneta, átalo) y ¡vámonos! ¿Verdad?

—Y, o sea, no vamos a ir con tejanas y botas ¿verdad que no? El chiste es también medio disfrazarnos ¿verdad? —le respondió. Raúl intentaría disfrazarse de repartidor de panadería, según él, para no verse tan hitman (sicario) mexicano.

Era pequeño, moreno, con unos bigotes color golondrino en forma de herradura que le bajaban casi hasta la barbilla. Vestía de mezclilla y camisas abiertas hasta el pecho, bien metidas dentro del pantalón. A Raúl solo le faltaban las botas para parecer una estampa de hombre mexicano.

Aunque era joven, de apenas 28 años, el cuerpo entrado en carnes y la mirada adusta lo hacían lucir avejentado. Eso, o tal vez los años en la Policía Estatal de Jalisco, convulsa por la corrupción y su colusión con el narco a principios de 1980.

Con un pinche cable de ahí de la casa, un ciento veinte, ciento diez. Y no ese cabrón… unos pinche toques en los huevos, en el ano, unos pinches en las uñas caliente. Ya de ahí pega de grito y la chingada —describió en un episodio digno de una película.

Se le puede dar su tiro de gracia o con un cuchillo. O como tú quieras. Pero nosotros siempre usamos el tiro de gracia. Siempre ha sido nuestro trademark ​​—dijo con seguridad Raúl.

La siguiente pregunta, o al menos la respuesta a esa, renovaría los sentimientos de desprecio de toda una corporación.

—Y a Camarena ¿le pegaron un tiro de gracia también? —A pesar de la amargura con que le lanzó la pregunta, Raúl López, quien estaba más concentrado en adornar los detalles de su plan, no sospechó y respondió.

—A él no… Al otro.

Esta sería una de las últimas conversaciones del ex policía judicial, Raúl López en Los Ángeles, California, con un supuesto líder de una organización criminal dedicada al trasiego de cocaína desde México hasta Estados Unidos.

Sus reuniones empezaron la primera semana de septiembre de 1987 y en cada una de ellas, realmente se encontró con el experimentado agente encubierto de la DEA, Abel Reynoso, quien era parte del equipo que investigaba la tortura y asesinato de su compañero Enrique “Kiki” Camarena, dos años atrás en México.

Reynoso le tendió una trampa al ex policía haciéndose pasar por narcotraficante, pero también haciéndolo creer que un “agente de la ley” estaba hurgando en su negocio y podría echarlo abajo.

El veterano agente se arriesgó y le pidió un trabajo “Camarena Style”. Así lo llamó. López, que había estado presumiendo ser el mejor torturador de México, le dijo riendo que no tenía problema, que ya lo había hecho “y era un trabajo fácil”.

El 26 de octubre de 1987 fue detenido con dos cómplices en el hotel Vagabond Inn, de Los Ángeles, California, donde tendría lugar la última reunión para afinar los detalles de la muerte del agente ficticio norteamericano, el nuevo “Kiki” Camarena.

El operativo fue montado por el equipo SWAT del departamento del sheriff. Incluso en el peor momento, López trató de impresionarlos mientras los trasladaban a las oficinas de la DEA, asegurando que en México trabajaba para dos importantes narcotraficantes: Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca.

Raúl López decía ser el asesino confeso del agente de la DEA asesinado, Enrique 'Kiki' Camarena. (Ilustración)

Los agentes lo recuerdan lanzando frasecitas en inglés. Para ese momento, la DEA había logrado reunir supuestos testimonios de ex compañeros de Raúl, de su tiempo en prisión. Entre mayo de 1985 y julio de 1986, estuvo encarcelado en el Reclusorio Norte, en la Ciudad de México, porque las autoridades mexicanas sospechaban de su participación en el asesinato de Camarena.

A los compañeros de celda, todos ex narcotraficantes y policías corruptos, les contó con lujo de detalle cómo había asesinado a Camarena y al piloto Alfredo Zavala. Cómo era gente cercana al “señor”, Ernesto Fonseca Carrillo, y cómo había salvado a Rafael Caro Quintero de ser detenido.

Han pasado 35 años desde ese día y López Álvarez ahora jura que no asesinó a “Kiki Camarena” y que todo lo inventó para sobrevivir en prisión: para impresionar a sus compañeros de pasillo y después para ganarse el respeto de los narcotraficantes en la calle.

Hoy enfrenta más de 200 años de cárcel y exige su libertad. MILENIO obtuvo más de mil documentos que han sido abiertos, informes, declaraciones, periciales que permiten reconstruir cómo sucedieron los hechos en aquel 1987.

El blofero

Según palabras del propio Raúl López, su carrera en el mundillo criminal de Guadalajara empezó cuando se convirtió en agente de la policía estatal, allá por 1980. El incipiente sueldo que recibía, la familia y los hijos en camino, lo hicieron aceptar su primer trabajo con el narcotráfico.

Sus conocimientos y sus contactos al interior de la corporación local lo colocaron junto a Ernesto Fonseca Carrillo, fundador del cártel de Guadalajara, por ese entonces el más poderoso del país y que mandaba toneladas de cocaína año con año.

Según él, se hizo de la confianza de Don Neto y de su socio, Rafael Caro Quintero, un joven ambicioso que soñaba con construir un imperio de mariguana. De ser su guardaespaldas se convirtió en el secuestrador y cuidador de los enemigos que le estorbaban a sus jefes.

Fue detenido por las autoridades mexicanas un mes después que su patrón, Don Neto, como parte de las investigaciones que realizaban por el asesinato de “Kiki” Camarena. Ingresó un día de mayo de 1985 al reclusorio norte, donde compartió celdas con otros empleados de bajo rango del cártel de Guadalajara.

Un año después fue liberado porque determinaron que no había ninguna evidencia en su contra por el asesinato del agente de la DEA. Raúl López volvió a las calles, aunque abandonó la policía: en la cárcel había aprendido lo necesario para dedicarse de lleno a delinquir en las entrañas del narcotráfico mexicano.

Además que se había ganado un nombre: era Raúl López, el hombre que había participado en el secuestro de un agente extranjero. O al menos, eso fue lo que se dedicó a contar abiertamente —a pesar de existir una investigación en su contra— entre sus compañeros de celda. Se describía como un tirador excelente, un hombre fiel, la mano derecha de sus patrones.

La realidad es que Raúl López no era para ese entonces más que un empleado al interior del cártel de Guadalajara, con un sueldito ínfimo que complementaba con lo que ganaba como policía.

El soplón

En el reclusorio Norte de la Ciudad de México, Raúl se hizo amigo de un hombre llamado José Reyes García Álvarez, con quien compartía más que el apellido: también había sido policía estatal, que más tarde y gracias a los trabajos ilegales que le hacía a su comandante de apellido Cosío, ascendió a la policía federal, donde estuvo de 1993 a 1994.

José Reyes empezó despejando las carreteras al cártel de Guadalajara, avisándoles de retenes y volteando la cabeza cuando veía trailers repletos de mariguana transitar hacia el norte del país. Recibió cheques del mismo Rafael Caro Quintero, quien lo tenía en su nómina con un sueldo de 15 mil pesos mensuales.

Según su propia historia, en algún momento recibió un millón de pesos por este trabajo. Hasta que fue detenido por un descuido: en 1985 intentó cobrar un cheque que no estaba a su nombre, fue reportado por la policía de Guadalajara y recluido en el reclusorio Norte. Ahí se conocieron él y Raúl López, al mes y medio de ingresar.

Fue en el patio cuando Raúl le habría contado con un detalle sádico, cómo formó parte del escuadrón que secuestró a Camarena y a Zavala; cómo los llevó por separado a la casa de Lope de Vega, donde pensó que estaría ya Rafael Caro Quintero, quien lo había mandado secuestrar.

José sólo estuvo tres meses en prisión, cuando un juez lo dejó en libertad. Aunque lo niega, la defensa de Raúl López averiguó que otro ex policía aconsejó a José Reyes que acudiera a la DEA, pues esa información valía millones de dólares. En cambió, José Reyes asegura que solo quería ser un buen ciudadano. Hoy se sabe que recibió 30 mil dólares de la DEA.

El hecho es que la Agencia Antidrogas aprovechó su cercanía con López Álvarez y lo invitó a participar en un operativo para capturarlo en Estados Unidos, así se evitarían el lío de la extradición. Su primer contacto sería el agente comisionado al caso Camarena, Bill Terrazas.

Él lo contactó con el agente de campo Abel Reynoso, quien ideó un plan: le pidió que invitara a Raúl a viajar a Los Ángeles, donde se haría pasar por un narcotraficante con planes de expansión a México. López primero se mostró renuente pero cuando Raúl le dijo cuánto ganarían, aceptó de inmediato. Fue así que el 5 de septiembre de 1987 se reunieron por primera vez en el hotel Quiet Cannon de Los Ángeles.

Las conversaciones revelan que Raúl López sólo presumía de haber matado al ex agente de la DEA, Enrique Camarena. (Ilustración)

La trampa

Según la declaración jurada de Abel Reynoso, todo empezó ese día de 1987 cuando conoció a Raúl López, quien inmediatamente le presumió su mayor logro criminal. En la declaración jurada de Raúl se señala que sí lo hizo, pero sólo porque José le puso una trampa: le dijo que para convencer a Abel de hacer negocios tenía que hacerlo creer que era un importante narcotraficante.

“Deberías hablar de lo que le hicieron al Camarena”, le habría dicho. Raúl López no se atrevió a contradecirlo pues la credibilidad de calle que había forjado en la prisión se iría por el caño.

De tal manera que desde el primer encuentro, Raúl López empezó a contar historias que la DEA tomó como evidencia irrefutable para acusarlo del doble crimen. Sumado a eso, las ínfulas de grandeza de López y sus ganas de figurar en el mundo criminal, les facilitaron el camino.

La trampa funcionó a la perfección: le pedirían un crimen idéntico al de Camarena para que el ex policía les dejara entrever cómo lo había hecho con “Kiki”. MILENIO obtuvo las transcripciones de los encuentros, y sí, los arranques de López lo dejan totalmente expuesto.

Los encuentros

Raúl y Abel se conocen. 3 de septiembre de 1987.


—La cosa es agarrarlo descuidado, subirlo al carro y ya tener una casa, un lugar ya definido donde se va a hacer.

—¿Cuántas casas necesitas, o sea cuando lo agarras te lo llevas a un solo lugar?

—A un solo lugar ahí se amarra y se le hace lo que tu pediste, ¿verdad? y este... de ahí…

​​—Okey mira, pero aquí no es México, aquí hay que… bueno, la pinche gente, sería la cuestión…

—Vamos a tener que conseguir una van, para echarlo ahí.

Abel le exige que sea cuidadoso. 14 de octubre de 1987.

—¿Qué tan discreto lo pueden hacer?

—Lo podemos hacer muy discreto, te digo que en caso de que se ponga tosco, pues no lo chingamos allí para que se acabe el escándalo ¿verdad? pero es un plan b. Oye podemos ponernos un overall nosotros y así no da malicia. Así es más fácil que no la malicie el muchacho, el señor ¿no? You know? and don't move! (¿Sabes?, y ¡No te muevas") y vámonos pa’ arriba.

​​—Para estimar los gastos ¿qué es lo que necesitarías?

—Mira, este... yo me estoy acostumbrando a la escuadra thirty eight super y estamos hablando de tres personas. Y pues una van con el logo de Bakery (Panadería) o puede ser pizza. Unos cattle prongs (arreador de ganado eléctrico) para dar toques, dos cajas de refrescos, ¿si hay aquí peñafiel tehuacán? cinco rollos de gasas, esos se ponen en la boca. Ah y para que no respiren se pone el tehuacán por la nariz. Because it's a psychological thing (Porque es una cosa psicológica) ¿verdad?


Hay momentos en que parece que Raúl se sentía en una película: ese día le pidió una lámpara “como de detective viejito”, como “de las películas”. Le pidió limones, para echarle en los ojos durante unas 4 horas y “así quemarles los ojos”. Y el toque: una tape recorder (grabadora).

Ese 14 de octubre de 1987, finalmente el agente de la DEA le vuelve a preguntar por su compañero asesinado, ante un Raúl extasiado en su plan, que jamás captó lo que estaba por pasar:

—Oye y lo de Camarena ¿sí lo grabaron?

—Sí.

—¡Ay, qué cabrón!

López Álvarez fue arrestado el 27 de octubre de 1987, donde no lo trataron tan mal: apenas lo arrodillaron al lado de la cama del viejo hotel y le dieron un golpe seco en el pecho. “Parecía estar calmado y no dio señales de tener algún padecimiento psicológico”, declararía el agente Bill Terrazas.

En el juicio, José Reyes —que había estado en el Reclusorio Norte con el acusado— repitió que López Álvarez había hablado en varias ocasiones sobre su participación en el caso Camarena. Y fue fácil involucrarlo: La Fiscalía presentó evidencia de que los secuestros y asesinatos fueron orquestados por Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, esos que presumió hasta el día de su detención, eran sus “patrones”.

Durante todo el juicio la defensa argumentó que estas declaraciones eran mentiras, que López Álvarez había inventado para convencer a los agentes que se hacían pasar por delincuentes, de que tenía vínculos con los cárteles de la droga.

Finalmente recibió cuatro sentencias consecutivas de 60 años más una sentencia concurrente de cadena perpetua y una de diez años. Hoy sostiene que su condena debe ser revocada porque se limitó indebidamente su contrainterrogatorio contra José Reyes y sus condenas están respaldadas por pruebas insuficientes.

Entre las irregularidades que destacan está que José Reyes testificó que ni siquiera tomó notas en prisión y que estaba en malas condiciones financieras antes de convertirse en informante de la DEA, además que no recordaba ni el nombre de su amigo que lo llevó a la DEA, ni el nombre del agente de que lo entrevistó por primera vez.

Raúl López Álvarez dice que pudo recrear el asesinato de “Kiki” Camarena y Alfredo Zavala porque en la cárcel tenía revistas que contenían información sobre estos asesinatos. El ex policía asegura que todo lo que contó fue una ficción producto de sus lecturas.

dr

  • Laura Sánchez Ley
  • Es periodista independiente que escribe sobre archivos y expedientes clasificados. Autora del libro Aburto. Testimonios desde Almoloya, el infierno de hielo (Penguin Random House, 2022).

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