Son las 11 de la noche. Gregoria recorre en auto diferentes puntos de la ciudad en compañía de su esposo. Algunos de sus familiares hacen lo propio a pie. Todos buscan a Gustavo, el pequeño de 12 años que ese miércoles 21 de marzo no regresó de la escuela a casa a la hora acostumbrada. Acuden a Seguridad Pública Municipal a presentar un reporte por la desaparición, describen al niño, detallan cómo iba vestido y las características de su mochila, la que llevaba al turno vespertino de la Secundaria General número 1 en Pachuca. Esa noche, hace 13 años y cinco meses, inició la peor experiencia que una madre puede enfrentar en la vida.
Gregoria Ortiz Garnica no se rinde y no pierde la fe, no importa que hayan pasado 4 mil 891 días de ausencia y dolor. Goyita, como se le conoce en diferentes colectivos y grupos de búsqueda de personas en el estado y el país, ha despertado desde entonces con esperanza.
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Gustavo Alberto de la Cruz Ortiz desapareció cuando tenía 12 años. Las últimas personas que le vieron fueron sus compañeros y maestros de la escuela. Debía regresar a las 8 de la noche a casa. Pasó media hora. Goyita decide darle media hora más de tolerancia. A las 9 de la noche avisó a sus familiares y todos salieron en su búsqueda. Ella fue al trabajo de su esposo en la Central de Autobuses para avisarle. Salieron de ahí a recorrer la ciudad. En la escuela ya no había nadie. Fueron a Seguridad Pública Municipal. Preguntaron si alguien lo había visto. A esa hora, en la capital hidalguense, las calles ya estaban vacías.
Por la mañana fueron a la escuela. Avisaron a los directivos y estos se pusieron en contacto con los profesores del niño. Todo había sido como siempre, Gustavo sí llegó y asistió a las clases, su comportamiento había sido normal y salió a la hora de siempre. Sus compañeros dijeron que había salido de la escuela con tres de ellos, quienes confirmaron la versión. Uno vivía en Epazoyucan, hasta donde fueron a buscarle, “pensamos que se había ido con él y se le había hecho tarde y ya no hubo forma de que se regresara a casa y se había quedado ahí, pero no. El compañero dijo que lo había dejado en la parada de su ‘combi’ y Gustavo siguió su camino”.
Acudieron también a hospitales y clínicas de la ciudad sin resultados. Luego fueron a presentar una denuncia por la desaparición, pero pasaron tres días para que empezaran a buscarlo. Gustavo fue visto por última vez un miércoles y los policías fueron hasta el sábado. “En Hidalgo no vi gran apoyo en ese tiempo”.
Tragos amargos
“Días después de que desapareció llegó un anónimo a la familia en el que pedían 60 mil pesos para regresarlo; decían que lo querían para tráfico de órganos pero que no les servía porque tenía sinusitis crónica y así no les servía, que lo que ellos querían era recuperar su dinero. Se llevó el dinero pero nadie fue a recogerlo”.
Fue una extorsión. Gente sin escrúpulos que quiso aprovechar la situación y por cuya causa las investigaciones tomaron otra línea que hasta la fecha se sigue porque su caso está en la Unidad de Combate al Secuestro, en la Fiscalía General de la República, desde hace siete años.
Recuerda que acudió a una asociación en la Ciudad de México que le ayudó a difundir la desaparición de Gustavo y afirma que entonces no había tantos desaparecidos como ahora. “Yo no quería difusión, yo lo que quería era que las autoridades buscaran a Gustavo y por una compañera, seis años después de la desaparición, logré contactar con la Fiscalía de Trata de Personas en la Ciudad de México, donde me atendieron de inmediato y lo primero que hicieron fue una progresión de edad. Ya habían pasado seis años”.
Todo un sexenio en el que las autoridades de Hidalgo no hicieron nada: “lo que yo decía era lo mismo que me decían. Yo se los platicaba o yo lo investigaba, se lo decía al policía de investigación, luego iba con el Ministerio Público e inclusive con el mismo procurador y lo que yo había dicho era exactamente lo que a mí me decían, no estaban haciendo realmente nada”.
En la Ciudad de México, además de la progresión de edad, le hicieron pruebas de ADN y se ofreció una recompensa de 3 millones de pesos: un millón 500 mil pesos por datos sobre el paradero de su hijo y un millón 500 mil por las personas que lo tuvieran, “pero nadie dio información, nadie dijo nada”. Lo cierto, confía, es que Gustavo puede aparecer en cualquier parte de la República e inclusive en otro país.
En Hidalgo las cosas son distintas. Goyita no tiene contacto con el Ministerio Público, le ha llamado, le ha buscado varias veces, pero el representante social adscrito a su caso “no estaba”, en cuatro meses no ha tenido contacto con él. No lo niega. Confía más en las autoridades federales.
Cuando se formó la fiscalía y la Comisión de Búsqueda de personas volvió a pedir ayuda. Con la Comisión empezaron a ir a reclusorios en el estado, “nada más que la pandemia nos afectó porque ya no seguimos con la búsqueda en esos lugares. Recién retomamos la búsqueda en campo y hemos ido a tiros de minas”.
Presionar a las autoridades
Goyita ha encontrado apoyo en los grupos y colectivos formados por otras personas, como la Asociación Mexicana de Niños Robados y Desaparecidos, la Red de Madres Buscando a sus Hijos y en Hidalgo formaron el grupo Buscando nos Encontramos: “unidos podemos ejercer mayor presión a las autoridades para que busquen a nuestros familiares”.
¿Por qué las investigaciones no avanzan?
“La Comisión de Búsqueda de Personas tiene un año trabajando y pues no se veía nada porque no tenían recursos; ahora los tienen y han adquirido equipo para apoyarnos. En la Fiscalía, el problema es que los casos no avanzan porque a cada rato cambian de Ministerios Públicos y en lo que se empapan de la investigación pues no hay avances en los casos”.