Primero, como tantos cientos de personas, hizo fila en la garita de Tijuana, en Baja California. Cuando llegó al área de revisión se veía como el típico adolescente tijuanense de sudadera, mochilita cruzada al hombro y dos botellitas de plástico que parecían contener jugo de naranja para amortiguar las horas de espera.
Eran las 18:40 horas y unas horas antes había salido de la preparatoria CoBachBC Siglo XXI, donde estudiaba. Pero Marcelino, con apenas 16 años, moriría cuando agentes de la Patrulla Fronteriza le ordenaron “maliciosamente” beber lo que traía en las botellas.
En el mostrador de la línea internacional para cruzar a San Diego, California, el joven Marcelino se acercó al mostrador de revisión donde dos agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por su siglas inglesas, de la que dependen los agentes de la Border Patrol o BPA), le preguntaron a dónde iba, qué traía y que había en las botellas que cargaba en su mano. El adolescente les contestó a esa mujer y ese hombre que era jugo de manzana que traía desde Tijuana para soportar la fila.
Uno de los agentes le pidió la botella. Virtió un poquito en la tapa para luego derramarla sobre el mostrador de revisión, porque pensó que si era metanfetamina líquida como sospechaba, se evaporaría al instante y dejaría una especie de cristales sobre el mostrador. Pero eso no pasó inmediatamente.
En los videos puede verse cómo ambos colegas ríen al mandar al joven a una revisión secundaria. Ahí todo fue más violento: le afirmaron que lo que tenía las botellas era droga, y a pesar de sus sospechas y saber lo mortal que resultaría, le pidieron una prueba: “Si no es droga, entonces tómatela”, le ordenaron. Y el jovencito entonces le dio un gran sorbo.
No conformes con eso, trajeron un perro policía que inmediatamente detectó que en la botella había droga. A pesar de que el animal había alertado sobre ese hecho, en lugar de trasladar inmediatamente al muchacho a un hospital tras haberlo obligado a tomar una droga mortal, lo esposaron y lo llevaron a una oficina de seguridad. El tiempo empezó a correr para mal.
El preparatoriano Marcelino, quien era estudioso, y que en sus tiempos libres practicaba el arte marcial del vale todo, empezó a sudar, a apretar sus puños y dar unos alaridos de dolor: “¡El químico!, ¡mi corazón!, ¡mi hermana!, ¡ay, mi corazón, mi corazón!”.
El joven empezó a convulsionarse mientras todos los agentes fronterizos lo miraban desde su mostrador. Hasta las 19:45 horas se les ocurrió llamar a los paramédicos. La ambulancia llegó, empezó el traslado, intentaban desesperadamente reanimarlo, pero el adolescente murió de un paro cardiaco.
Mientras tanto, allá en el cruce fronterizo, los agentes vieron que finalmente el líquido que vertieron sobre el mostrador se cristalizó. Sí, después de la muerte del jovencito corroboraron oficialmente que era droga.
“(Marcelino) fue privado del amor, del apoyo, los servicios y la compañía”, explicó en una demanda el abogado del joven, Eugene Irelade; sostuvo que de manera ilegal, los agentes acusados obligaron a consumir al mexicano un líquido que contenía sustancias controladas y lo hicieron con imprudente desprecio a la consecuencias de sus acciones y el daño que su comportamiento pudiera causar.
“La conducta de los acusados fue intencional, escandalosa, maliciosa”, dijo en la demanda. En 2017 una corte en el Distrito Sur de California llegó a un acuerdo compensatorio, donde ofrecieron a la familia un millón de dólares por negligencia oficial: pero por el homicidio –al menos involuntario– del joven, nada.
Muchos más casos
Las autoridades estadunidenses desde entonces y hasta ahora han asegurado que los casos de adolescentes traficantes de drogas son infrecuentes. Sin embargo, una revisión de MILENIO en los informes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, la CBP, revela que en los últimos cinco años se han registrado otros 27 casos de adolescentes que al igual que Marcelino, intentaron cruzar la frontera cargados de drogas por un miserable pago de 150 dólares, como reveló el abogado del joven Cruz.
“Las organizaciones narcotraficantes utilizan a cualquier persona y cualquier método imaginable para contrabandear drogas peligrosas”, y no reparan en utilizar “adolescentes para intentar pasar sus narcóticos”, dijo en 2020 la oficina de El Paso, Texas, cuando detuvo a otro adolescente en ese intento.
Además, usan el expertise de los adolescentes con la tecnología. Los ponen a manejar carritos eléctricos de control remoto como los que usan los niños, o incluso los hacen guiar drones, los cuales manejan desde el lado mexicano para cruzar paquetes de droga volando sobre el muro fronterizo.
“Los jóvenes deben entender que, sin importar lo que les hayan dicho, el contrabando de narcóticos tiene consecuencias, sin mencionar los peligros de trabajar con organizaciones criminales transnacionales”, dijo Pete Flores, director de operaciones de campo de la CBP en San Diego, un año después de la demanda interpuesta por la familia del joven Marcelino.
Ya no es un juego
Apenas tenía 16 años cumplidos cuando el narco lo reclutó. El trabajo le parecía fácil y hasta divertido. Llevaba unas semanas practicando cómo manejar un carrito de control remoto, como los que seguro tuvo cuando era niño, pero el 17 de noviembre de 2019, a mediodía, algo diferente sucedió.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza en San Diego, en la frontera con Tijuana, observaron a un adolescente con dos bolsas de lona caminando a lo largo del muro fronterizo. Cuando este vio a los de la Migra, intentó agacharse y de hecho alcanzó a desaparecer de la vista de los policías.
Pero rápido encontraron al jovencito escondido entre una espesa maleza. El adolescente tenía en su poder un cochecito eléctrico y 50 paquetes de metanfetamina con un valor de 100 mil dólares en las calles. Intentaba pasar esas sustancias por medio del artefacto.
El joven fue arrestado y llevado a una estación cercana para enfrentar cargos de tráfico de drogas.
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Un año después, en otra frontera, otro muchacho de 17 años llamó la atención de la agencia de seguridad estadunidense. Él era utilizado por un cártel para recoger más allá del muro de Sonora, en Yuma, Arizona, paquetes y más paquetes de metanfetaminas. Pero él lo hacía a través de operar un dron que terminaba por lanzar los paquetes de narcóticos hasta el otro lado.
Un caso más en 2020, pero en la frontera con El Paso, Texas. Una joven, la única mujer de la lista, también fue descubierta en acción: entró caminando a la zona peatonal del puerto de entrada de la comunidad de Ysleta desde Juárez, México, con un altavoz portátil, una especie de walkie talkie que parecía de juguete.
Un oficial de la CBP la entrevistó pero no se convenció con su historia de para qué quería ingresar. Ya todo se le derrumbó cuando un perrito de la CBP revisó el altavoz y alertó sobre la presencia de drogas. Cuando abrieron la caja los oficiales localizaron tres paquetes de metanfetamina. La adolescente fue entregada a las autoridades.
Se aprovechan de su novatez
A través de la revisión de los casos este diario encontró que la mayoría de los casos estaban relacionados con adolescentes que tenían entre 15 y 17 años, etapa que si bien se acerca a la mayoría de edad, aún permite hallar mentes moldeables. Y los narcos abusan de esa inocencia.
“Las organizaciones del narcotráfico utilizan a jóvenes para traficar y les dicen falsamente que no hay riesgo, que si los atrapan no les pasará nada”, dijo públicamente en 2021 el director de operaciones de campo de CBP El Paso, Héctor Mancha. “Te aseguro que siempre habrá algún tipo de consecuencia”, remató.
Los narcotraficantes les dicen que como son menores de edad y adolescentes, no tendrán mayores consecuencias o que saldrán de la cárcel al cumplir la mayoría de edad. Eso es una mentira: en Estados Unidos los adolescentes menores de 18 años que son encontrados en posesión de sustancias ilegales pueden enfrentar cargos penales en un tribunal de menores.
Las fronteras donde se localiza el mayor número de casos están en los estados de Texas, Arizona y California, las más concurridas de la franja fronteriza y donde hay paso terrestre para intentar traficar drogas ya sea a pie o en vehículos.
En estos episodios se registraron variadas modalidades: jóvenes que portaban drogas en sus tenis Jordan, en juguetes o carritos, entre la ropa pegada al cuerpo y otros artilugios a través de los cuales los adolescentes aceptaron cooperar. No suelen percatarse que son usados como mulas, que aunque lo ven como un trabajo fácil no son capaces aún de dimensionar las consecuencias que eso acarrea.
“Los jóvenes de nuestra comunidad están siendo explotados. Están tomando decisiones que los ponen en riesgo y no comprenden las consecuencias”, dijo en un comunicado de prensa la agente de patrulla Letisia Camarillo, de la estación Fort Brown en Texas.
Y a manera de resumen explica qué es lo que estas personas significan para los cárteles: “Los jóvenes son vistos como mano de obra barata y desechable, un medio para que vendan su producto ilícito. Constantemente [los cárteles] reclutan para reemplazar a los niños que son arrestados y procesados. Es un ciclo horrible”.