Con fotos, hijos de normalistas recuerdan a los desaparecidos

A seis años de la noche de Iguala, hijos de los normalistas aún esperan en casa saber el paradero de sus padres y así los recuerdan.

Familiares de los normalistas siguen sin saber el paradero de los estudiantes.
Vanessa Job
Ciudad de México /

Cuando el hijo de Adán Abraján de La Cruz, normalista de Ayotzinapa desaparecido en 2014, cumplió ocho años pidió que le compraran dos piñatas para darles de palos, pero el pequeño originario de Tixtla, Guerrero, quiso que éstas fueran la figura de un policía y de un militar.

De ese cumpleaños en el año 2015 queda el recuerdo de una fotografía donde el pequeño posa flanqueado por los dos uniformados con sus botas y sus insignias. Detrás del niño se ve una mesa con varios regalos, invitados y un pastel, pero él no sonríe, solo toma el palo entre sus manos. Hoy el hijo del normalista Adán Abraján es un adolescente de 14 años, que después de seis años sigue sin saber del paradero de su padre.

El conocimiento de los niños sobre la posible participación de policías en la desaparición de sus padres genera sentimientos de rabia hacia las instituciones del Estado, según documentó Fundar, en su informe sobre el impacto psicosocial que tuvo en las familias la desaparición de los 43 jóvenes guerrerenses.

El hijo de Adán durante tres años participó en las movilizaciones con los padres de los 43 estudiantes para exigir que su padre volviera a casa. A su corta edad, encabezaba las consignas en las marchas. Con voz firme se le escuchaba arengar a la gente el 26 de diciembre de 2015.

—Lucha, lucha, lucha, no dejes de luchar—, le respondía la multitud mientras caminaban combativos en Chilpancingo.

También hay imágenes del pequeño y otras personas; niños corriendo en paseo de la Reforma para hacer volar unos papalotes blancos que fueron idea del maestro oaxaqueño Francisco Toledo.

“Para ellos es doloroso no saber de su papá. Me da mucha tristeza con mis nietas pero tenemos que seguir adelante”, dice Bernabé Abrajam, padre del normalista mientras que una niña de hoy ocho años juega en la casa. Ella también es hija del estudiante de Ayotzinapa desaparecido y ese día llamó a su abuelo para irlo a visitar. Ahí frente a nosotros, ella lo abraza del cuello porque en él ha encontrado una figura paterna.

A casi seis años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, siete menores de edad, hijos de algunos de ellos, han tenido que aprender a vivir sin sus padres. Así ha sucedido a las hijas de José Ángel Campos Cantor.

Es la mañana de un día de septiembre, las niñas juegan en su casa en Tixtla y están al pendiente de un pequeño puesto de dulces que está instalado en la entrada. Han estado en aprietos económicos desde que desapareció su padre y ahora la pandemia por covid-19 llegó a complicar más la situación porque su madre ya no puede ir a vender dulces fuera de la escuela.

Ahora el puesto está instalado en la entrada de la casa y ellas saben perfectamente los precios de las paletas, los chicles y los chocolates para cuando llegue un cliente. El 26 de septiembre de 2014 cuando ocurrieron los hechos de la noche de Iguala una de las pequeñas tenía 8 años y otra dos meses. Hoy tienen 14 y 6 años.

—¿Cómo están las niñas tras la desaparición de su padre?—, le pregunto a Blanca González, esposa del normalista José Ángel Campos Cantor.

—La grande es la que lo ha resentido más porque ella sí convivió con él, la chiquita era una recién nacida cuando su padre desapareció. Me quedé sola con ellas. Me tuve que poner a trabajar, dejar a mis hijas, yo me iba a trabajar y ellas se quedaban.

La niña de hoy 14 años conserva en su teléfono una foto con su papá, donde están abrazados en un campo de futbol. Ella agregó a la foto un emoticon con una lágrima y otro que le manda un beso de corazón. Todavía recuerda cuando la llevaba a ver sus partidos y anhela que ese tiempo vuelva. También tiene presente que ella contestó el teléfono cuando las llamaron para avisarles que algo malo había sucedido con los normalistas.

“Estos 6 años que han pasado han sido muy duros para mí porque ya lo quiero ver. A mi hermana le hace falta, ella necesita tener el amor de un padre. Yo lo tuve ocho años pero aún así siento que ya lo quiero tener junto a mí”, me dice viéndome a los ojos mientras se le quiebra la voz. Todos los presentes nos quedamos impactados por su mirada y por el tono de voz que usó.

“Que lo regresen con vida, ellos no saben el dolor que estamos sintiendo aquí su familia”, ruega la hija de José Ángel Campos Cantor.

​irh

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