Hasta hace no mucho tiempo, los habitantes de Teuchitlán, Jalisco, dormían con las puertas abiertas, sin imaginar que lo hacían junto al infierno en que se convirtió el Rancho Izaguirre.
“Hasta la una, dos… ¡a veces tres de la madrugada! Dejábamos las entradas sin llave, como si viviéramos en tiempos de la Revolución”, dice un hombre de la tercera edad, que tejía chismes con las vecinas bajo los portales.
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Las señales aparecieron poco a poco: camionetas blindadas rugiendo como bestias por la carretera polvorienta, faros altos que cortaban la oscuridad de la madrugada.
“Pasaban tan recio que hacían temblar los vasos de la vitrina”, susurra una mujer desde su cocina, donde una ventana del tamaño de un libro le daba vistas involuntarias al punto del horror.
“Yo inventaba excusas: ‘Han de ser del centro de rehabilitación… ¡Mira nomás, hasta Pancho Barraza deben traer!’”.
¿Cómo era la vida en Teuchitlán?
Era más fácil engañarse. Preferible imaginar narcocantantes de visita en la clínica de lujo cercana que aceptar la verdad: esas trocas cargaban “mercancía humana” hacia el matadero.
Teuchitlán olía a tortillas recién hechas y bugambilias en flor. Hasta que el viento cambió, impregnado de carne calcinada.
El Rancho Izaguirre nunca estuvo oculto. Se camuflaba entre el ir y venir de tractores y el canto de los gallos. Un secreto a la vista de todos, pero que nadie nombraba.
“Uno aquí aprende a morderse la lengua hasta sangrar”, confiesa un habitante, asegurándose de que nadie lo escuche. Sus ojos delatan el miedo cultivado por décadas de gobiernos que prefirieron fingir ignorancia.
Hasta marzo de 2025, el pueblo explicaba cada ruido extraño con invenciones convenientes: “Son los muchachos de la rehabilitación haciendo fiesta”, dice otro testimonio. Hasta que los colectivos llegaron con picos y palas, siguiendo el rastro de zapatos infantiles abandonados en la maleza.
¿Qué hay en la zona del rancho Izaguirre?
Milenio arribó cuando el área ya estaba cercada con cinta amarilla. A cien metros de la entrada principal, el viento jugaba con playeras desgarradas colgadas de los mezquites como banderas de derrota.
Cada prenda era un grito mudo: zapatos de tenis con los cordones aún anudados. Vestidos de fiesta devorados por el sol. Un peluche de Hello Kitty semienterrado en el lodo.
“Parecía que el rancho hubiera vomitado a sus víctimas”, dice alguien más.
Hoy Teuchitlán ya no duerme tranquilo. Entre las casas de adobe circula un solo rumor convertido en certeza: “Aquí todos sabíamos. Hasta los perros ladraban distinto cuando pasaban esos convoyes. Pero ¿a quién le denunciabas? ¿A los que deberían protegerte?”.
El Rancho Izaguirre no es una noticia. Es un espejo roto donde Jalisco ve su peor verdad: lugares así no surgen por azar. Florecen donde el miedo riega la complicidad.
¿Qué fue lo que se encontró en el rancho de Teuchitlán?
Este martes se confirmó la presencia en el lugar de seis lotes óseos en cuatro espacios, así como objetos personales que pudieron pertenecer tanto a víctimas como a victimarios.
El lugar, a 57.9 kilómetros del Centro de Guadalajara, cuenta con un área de entrenamiento táctico y otra de acondicionamiento físico; las prendas están ordenadas y clasificadas, así como analgésicos y medicamentos para enfermedades crónico-degenerativas, esponjas de baño, artículos de higiene personal, sandalias de baño, pesas para hacer ejercicio y artículos varios.
Prendas diversas como pantalones, mochilas con la identidad de partidos y gobiernos entre otras pertenencias ya se encuentran documentadas por la dependencia.
Destacan varias mochilas con la imagen del Partido Verde, así como otras dos del gobierno de Zacatecas y la línea de Mi Macro en Jalisco
Listado de hallazgos
Las fotografías están disponibles para consulta pública desde este martes en los sitios https://fiscalia.jalisco.gob.mx/inicio y https://fiscaliaenpersonasdesaparecidas.jalisco.gob.mx/
También se puede consultar el listado en este documento:
SRN