El narcotraficante José Guadalupe Tapia Quintero tiene muchas vidas. Para algunos, es un próspero empresario de Culiacán gracias a una flotilla de tráilers que viajan sin cesar hacia la frontera norte; para otros, es el misterioso dueño de varios talleres mecánicos repartidos por la capital de Sinaloa. Y para la mayoría de los culiacanenses es, simplemente, Lupe Tapia, el temido operador del Mayo Zambada, a quien representaba, hasta este 9 de febrero, en el mercado de cocaína, metanfetaminas y fentanilo en Arizona y California.
Su detención durante la madrugada de este jueves es el quinto gran golpe a los jefes que sostienen la estructura criminal del Cártel de Sinaloa en menos de un año: cayó Rafael Caro Quintero, el chapito Ovidio Guzmán, el operador financiero Gerardo Soberanes o G1, el lugarteniente José Bryan Salgueiro o El 90 y ahora Lupe Tapia, un narco de la vieja escuela, capturado por el Ejército mexicano y la Guardia Nacional en la capital sinaloense y cuyo operativo no generó una reacción violenta como ocurrió con los llamados culiacanazos.
Su carrera criminal fue la de un aventajado alumno de su compadre El Mayo, excepto porque no podrá jubilarse como un viejo en libertad: quienes lo conocen desde que era policía municipal dicen que aprendió a desarrollar una personalidad más conciliadora que explosiva, más negociadora que sanguinaria, pero que tampoco duda en ordenar el asesinato de un rival o un amigo que lo traiciona.
Incluso, cuando El Chapo Guzmán fue capturado por tercera vez y extraditado hacia Estados Unidos, Lupe Tapia pudo inclinarse hacia al bando de su compadre sin desatar la venganza de Los Chapitos y logró mantener una relación de respeto con los tres hermanos para que ambos grupos pudieran cohabitar en Culiacán sin enfrentarse unos contra otros.
La convivencia entre Jesús Alfredo, Iván Archivaldo y Ovidio y Lupe Tapia llegó a tal grado que el veterano narcotraficante de hoy 51 años y Los Chapitos comieron juntos en público, en la plaza comercial Forum Culiacán en 2021, como una muestra de respeto y estabilidad en el Cártel de Sinaloa, aseguraron fuentes en Sinaloa a MILENIO.
Su relación era tan institucional que, incluso, el grupo de sicarios de José Guadalupe Tapia Quintero participó en ambos culiacanazos para impedir la captura del Ratón, cuya personalidad sosegada y su amplia base social en Culiacán causaba simpatía.
Contratos con gobiernos
Un plato rebosante de mariscos —aseguran quienes lo conocieron— era su pretexto para sentarse a la mesa con políticos, empresarios y hasta ministros de culto en Culiacán para obtener sus contratos, favores y simpatías. En sus años dorados, a principios de siglo, se le veía comer en público en restaurantes cerca de la colonia Las Quintas alejado de los lujos de otros miembros del cártel, pero seguido de cerca por sus guardaespaldas, quienes no pudieron impedir este jueves que su jefe fuera trasladado en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana desde Culiacán hasta la Ciudad de México.
Su faceta como supuesto hombre de negocios llegó a tal grado que, en 2013, cuando la presidencia municipal de Culiacán estaba a cargo del priista José Manuel Osuna Lizárraga, José Guadalupe Tapia Quintero apareció en la lista de proveedores de la Junta Municipal de Agua Potable y Alcantarillado, de acuerdo con un documento oficial en poder de MILENIO. Aquello le permitió justificar una vida holgada y ser aceptado en los círculos sociales de mayor nivel en Culiacán.
Por ejemplo, a través de una empresa fantasma supuestamente asentada en la colonia Laureles Pinos, Lupe Tapia obtuvo, al menos, dos contratos con la capital del estado. Esos acuerdos le servían para blanquear las ganancias que obtenía del narcotráfico y para no soltar el control de empresas lícitas, como le habría enseñado El Mayo Zambada.
Su fama se extendía por todo el estado, pero especialmente en Culiacán, su bastión: mientras los narcotraficantes más jóvenes prefieren trasladar droga en modernas avionetas o sofisticados submarinos, Lupe Tapia usaba los métodos que aprendió el siglo pasado y modificaba camiones doble remolque en talleres mecánicos para instalarles compartimentos secretos que se llenaban de droga en México y se vaciaban del otro lado de la frontera norte.
Además de traficante de drogas, Lupe Tapia también era conocido en Culiacán como un habilidoso abastecedor de armamento: sus contactos con pandilleros liberados de las prisiones estadounidenses le permitían traer de vuelta a Sinaloa sus tráilers cargados de rifles de alto poder, municiones de punta hueca y granadas.
El arresto de su hijo
Sin embargo, las mentiras sobre sus muchas vidas como empresario comenzaron a caer un año después, en 2014, cuando el Departamento de Justicia de Estados Unidos lo incluyó con nombre completo, fotografía y CURP en la lista negra de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), una base de datos de individuos considerados por Estados Unidos como criminales —narcotraficantes, terroristas, tratantes de personas— con quienes ningún estadounidense, persona o empresa, puede hacer negocios.
La entrada a esa lista negra lo sacó de la vida pública en Culiacán, pero no del negocio del narcotráfico codo a codo con El Mayo, con quien hizo una mancuerna inusual en el crimen organizado: intensificó sus envíos de droga hacia Estados Unidos, pero disminuyó las cuotas de extorsión a pequeños y medianos empresarios con tal de ganarse sus simpatías y cuidados. Al igual que con Ovidio, es casi imposible hallar en Culiacán alguien que hable mal de Lupe Tapia, pese al incontable número de muertes que carga en la espalda.
“Si en el país el nombre Lupe Tapia no dice mucho, acá en Culiacán sí. Pregunte usted a cada político y si le dicen que no lo conocen, mienten”, aseguró una fuente consultada por este diario.
Tras su ingreso a la “lista negra OFAC” se volvió más escurridizo, más cuidadoso y delegó tareas importantes de su organización a su hijo Heibar Josué Tapia Salazar, quien heredaría el negocio familiar, pero su sorpresiva detención el 22 de agosto pasado truncó su carrera criminal.
Aquel día, militares y elementos de la Guardia Nacional detuvieron a Heibar Josué Tapia en Culiacán, el feudo donde padre e hijo se sentían intocables. La Secretaría de la Defensa Nacional le llamó “sucesor natural de José Guadalupe N, quien se presume es el principal traficante de droga sintética por parte de la facción de Ismael Mayo Zambada. La evidencia asegurada fueron 6 mil pastillas de fentanilo.
Fuentes cercanas al operativo militar aseguraron a este diario que Lupe Tapia se enfureció con el arresto de su heredero. Para él, el Ejército mexicano lo había traicionado por no cumplir con el acuerdo de que su familia sería intocable a cambio de sobornos apalabrados desde hace, al menos, tres sexenios. En represalia, mandó un mensaje a los mandos militares de la base El Sauz, al sur de Culiacán: familia por familia.
Antes de que pudiera cumplir su amenaza, Lupe Tapia fue detenido por militares. La fuerza con la que el Ejército lo cazó es del tamaño de sus muchas vidas en Sinaloa: por tierra, decenas de uniformados con armas de alto poder; por aire, dos helicópteros artillados le seguían la pista con visores nocturnos para que ni siquiera la madrugada le sirviera para esconderse.
Hoy, al narcotraficante José Guadalupe Tapia Quintero sólo le queda una de muchas vidas: la de interno en una cárcel de máxima seguridad en México aguardando una posible extradición hacia Estados Unidos.
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