Su respiración agitada empañaba la careta que portaba, su respiración se complicaba aún más por el cubrebocas; los guantes de látex se pegaron a su piel por el sudor provocado por la adrenalina de estar en la azotea del Hospital General Enrique Cabrera para evitar un suicidio.
La mañana del 22 de abril de este año, en plena pandemia, un paciente de covid-19 tuvo una crisis nerviosa que lo llevó al punto más alto del hospital donde era atendido e intentó suicidarse.
El hombre de 29 años burló a enfermeras, doctores y demás personal de salud para subir por las escaleras y quedarse en el filo del techo, en el límite entre la vida y la muerte. El reporte llegó a la oficial Montiel, quien iba protegiendo su rostro y manos con material médico al mismo tiempo que ascendía a la azotea.
Al llegar al punto trató de calmarlo, de hacerlo volver en sí. Le pedía pensar en su familia, en sus seres queridos, tal y como ella lo hacía en ese momento con sus dos niñas. Pero a la cabeza del contagiado no le hacían sentido las palabras, seguía firme con su decisión.
La oficial Montiel le siguió hablando durante largos 15 minutos, que para ella fueron horas. De pronto, cuando el hombre estaba vulnerable, la policía se lanzó contra él derribándolo en el suelo.
“Ayudar y proteger a la gente, eso fue lo que me impulsó a hacer el esfuerzo por convencer al hombre para que desistiera de esta decisión”, recuerda.
Una vez a salvo el hombre, los médicos tomaron el control de la situación y lo condujeron nuevamente a su camilla para que continuara su tratamiento.
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La oficial Montiel se dice orgullosa de su acción, no lo simula en su rostro. Tampoco por alto en los mandos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, quienes la distinguieron con la medalla al Mérito Policial Social en 1er orden.
La policía cuenta que lleva cuatro años desde que se integró a la Policía Auxiliar y los meses de pandemia no han sido sencillos: “es difícil el miedo de llevar el virus a casa”. Y más porque los oficiales se encuentran en la línea de batalla en diversas tareas a lo largo de la capital.
Relata que, al ser uno de los cientos de elementos asignados a resguardar los centros hospitalarios capitalinos, le ha tocado ver muchas situaciones difíciles entre familiares y pacientes que llegan a los hospitales.
“Hay pacientes desesperados, no soportan estar encerrados bastante tiempo, los familiares igual, desesperados porque no pueden ver a su familia. Obviamente ahí en el hospital no entran a ver sus familiares a los pacientes, nada más hacen videollamadas”.
Sobre esto dice que trata de ponerse en el lugar de los familiares y pacientes, por lo que trata de ayudarlos al hablar con ellos e intentar darles un poco de tranquilidad.
Su motivación para todos los días levantarse y ponerse el uniforme son dos pequeñas que la esperan en casa. “El bienestar de mis hijas, sacar adelante a mis niñas”, es lo que la impulsa a hacer un mejor trabajo.
DMZ