La doctora Karla Salazar se quedó sin las palabras adecuadas para darle contención a una mujer de más de 70 años que aullaba de dolor. Al encontrar sólo cenizas en La Gallera, “un campo de exterminio” en Veracruz, se le había reducido a cero la posibilidad de encontrar a sus hijos.
“¿Qué le dices, qué le dices en ese momento? Yo lo único que hice ahí fue sostenerla del brazo porque ella iba caminando y aullando y el camino era una selva, estaba lodoso, peligroso, la señora se iba resbalando, llevaba unos zapatos humildes. Yo la sostuve, permítame sostenerla del brazo. No sabía qué decirle. A mi lo que me impactó es que ella iba llorando. De pronto detuvo su llanto. ‘Permíteme’, dijo, nos paramos en seco y recogió una envoltura de una golosina. ‘Yo la guardo’, le comenté. Y me dijo: ‘no, yo la guardo. Esto no es un basurero, ni voy a permitir que se convierta en un basurero, esto debe ser un centro de memoria’.
Cuando las madres que buscan a sus desaparecidos encontraron La Gallera hicieron un círculo y rezaron. Se hincaron ante las cenizas, las abrazaron y las besaron.
Salazar indicó que el trabajo de campo inicia acompañando a los familiares a sus manifestaciones y a sus actividades dentro de la organización, no en la búsqueda. Eso ya lo hizo a través de su posdoctorado en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM.
"Hago el acompañamiento en los procesos de búsqueda en terreno pero es a través de la Brigada Nacional que se hizo en Guerrero en el 2019 y en la Brigada que se hace en Veracruz en el 2020 pero también inicio el acompañamiento con las jornadas que hace cada colectivo y que me invitan”, dijo.
María Herrera busca a cuatro de sus ocho hijos desaparecidos. Dos desaparecieron en 2008 y dos en 2010. Esta familia ha sido desplazada, amenazada. Los hijos de María Herrera, los cuatro que quedan le dan un incansable apoyo a su mamá. “Todos son un equipo y un ejemplo de resiliencia familiar que no sólo les ha permitido reconstruirse, sobreponerse y seguir buscando, hacer todo un movimiento a nivel nacional que permita generar resiliencia en otras familias. A doña Mary se le conoce como Mamá Mary”.
Karla Salazar contó en entrevista que también se cansan, “decimos: ¡carajo! La academia no es producir por producir. Por tener un nivel más en el Sistema Nacional de Investigadores, una buena posición, reconocimiento o premios nacionales. “Tenemos que generar conocimiento para generar empatía, generar alternativas, resiliencia, ser una sociedad capaz de acompañar a las víctimas y de reconocernos vulnerables”.
Cuando en una familia desaparece un integrante las mujeres son las que reaccionan, las que se organizan, las que generan una resiliencia personal y empiezan a trabajar en la resiliencia familiar y después empiezan a empujar la resiliencia comunitaria, grupal, que ha llevado a empujar la política pública, “por eso tenemos un gran avance legislativo en materia de víctimas gracias a las familias y a las mujeres pero no son todos las casos”.
Hay una cuestión muy difícil y muy injusta que tiene que ver con el género. Salazar precisó que se les asigna a las mujeres una obligación moral y emocional para no rendirse.
Se les ha asignado el papel de víctima o de heroína y ninguno de los dos es justo. “Es una cosa de construcción de género en donde estamos acostumbrados a que las mujeres no se rinden, al amor incondicional de las madres que finalmente sí lastima. Nosotros podemos aplaudir, ¡qué bueno que las familias se organizan, empujan la agenda pública!, pero qué tanto nos hemos cuestionado, reflexionado sobre su salud. No nada más física sino mental, sobre ese deterioro. Todas sufren de presión alta, de hipertensión, de diabetes. Se les desarrolla por esta constante agonía. ¿Quién de estas mujeres puede dormir ocho horas? Ni en los sueños descansan”.
Tenemos una responsabilidad como sociedad en generar una equidad en los procesos de búsqueda, afirmó. Sobre todo exigir que sean las autoridades, el gobierno quienes tengan las principales iniciativas.
“No es justo que a estas alturas se les esté regalando a los colectivos de mujeres que buscan a sus desaparecidos palas y picos”.
Hay casos muy tristes, acotó la doctora. “La primera experiencia que me impactó fue la de una mujer que buscaba a su hija y esta mujer sintió mucha empatía conmigo porque su hija estudiaba una maestría, estaba haciendo su tesis y desaparece en Tamaulipas en un viaje en carretera. Le costaba mucho generar procesos de reconstrucción, sobreponerse a esta adversidad, ante esta constante incertidumbre. Cuando me contó su historia y terminó de narrarla para mi fue inevitable que se me rodaran las lágrimas. La abracé, nos abrazamos, pero ella se aferró mucho. Sentirla tan vulnerable, tan expuesta”.
Otro caso de no resiliencia fue el de una señora de 70 años que justo “cuando nos íbamos a encontrar para escuchar su historia había tenido un pensamiento sobre suicidarse en el metro y que ya era un tercer intento. De pronto enfrentarse a esas cosas, reconocer que están viviendo una pesadilla, cosas que no deberían existir creo que es lo que más me ha impactado porque si yo hablo de lo que he generado pues a veces siento que es muy poco”.
En cada curso, en cada taller que da aprende más que ellos, sale con más herramientas porque aprende de ellos. “Algo que me gustó mucho fue una mujer de un colectivo del Estado de México que me la encontré como seis meses después del Taller de Resiliencia en un evento en el Zócalo. Me abrazó y me dijo: ‘maestra, le quiero agradecer ese curso de resiliencia que me dio, porque gracias a ese curso entiendo que estoy viviendo un proceso de duelo ambiguo, porque tengo una pérdida ambigua, que yo no puedo vivir un proceso de duelo como tal para cerrar el ciclo y entonces eso me ayudó a defenderme de un psiquiatra que me asignaron en la fiscalía donde me violentó y me dijo que tenía que cerrar el duelo y dar por enterrado a mi hijo y seguir con mi vida, que porque estaba generando molestia’.
A mi me dio mucho gusto decir: yo le di esa herramienta, fue capaz de argumentar, de exponerlo, de exigir un trato diferente que finalmente no la beneficiaba sólo a ella sino a sus compañeras”.
Hay que generar conocimiento pero también generar alternativas de intervención. “Yo hice un compromiso, no nada más fue el acompañamiento y la escucha. En segunda instancia fue generar talleres sobre alternativas de resiliencia. Pedirles el apoyo para que fueran mis participantes en las investigaciones que yo organicé y la forma de devolver es que una vez iniciado el trabajo de campo de investigación yo regresara e impartiera talleres sobre alternativas de resiliencia”.
Comentó que el proceso de resiliencia no es un proceso feliz, dista mucho de eso. Resiliencia no es sinónimo de bienestar ni de felicidad. Es un proceso muy complejo que involucra factores internos, personales, factores externos, sociales que al interactuar entre ellos generan alternativas para sobrellevar y posteriormente sobreponerse a una adversidad.
“No estoy diciendo superar, adaptar, y estoy mencionando capacidades individuales. Hay cosas que no se superan, hay que reconocerlo como sociedad, una desaparición no se supera. Uno se sobrepone a una desaparición pero no lo supera. Por eso tenemos que insistir en que esto tiene que parar. Vamos a llegar a los 80 mil desaparecidos en menos de 12 años. Es algo que ni Colombia ha vivido”.
ledz