Si no hubiera sido asesinado, don Efrén estaría hoy en una palapa frente al mar. O en algún crucero rumbo a Europa. Sus hijos cuentan que el hombre, de 51 años, tenía planeado trabajar otro medio año más y ya. Luego emprendería un viaje por el mundo junto a su esposa, como había soñado desde joven.
Eso ya no será posible: nueve balas frustraron ese ideal.
Don Efrén logró formar riqueza porque tenía una tienda de ropa, un restaurante, y rentaba departamentos en el Centro Histórico. Cultura del esfuerzo a lo largo de 25 años, cada día desde las 7 de la mañana y hasta las 8 de la noche. Pero no ostentaba. Siempre fue muy discreto, modesto: nunca vistió ropa cara.
Cuentan sus hijos que desde meses atrás Efrén se veía nervioso: la extorsión había llegado a su vida, encarnada en el rostro de dos adolescentes.
Melisa, llamémosle así a su hija, recuerda cómo comenzó la pesadilla:
"Fue después de las fiestas patrias. Dos jóvenes en motoneta llegaron al negocio y le dijeron que para evitar ser lastimados o robados, tendríamos que pagar una cuota de seguridad: 40 mil pesos a la semana".
Don Efrén no estuvo a dispuesto al chantaje. En un principio decidió no contarle nada a su familia, pero comenzó a organizarse con sus vecinos de trabajo para interponer una denuncia. De nada sirvió: los jóvenes regresaron.
"Los mismos muchachos, las mismas motonetas, pero con un extra: un arma de fuego. Conforme iban pasando las semanas se volvían más agresivos. Investigaron nuestros nombres, dónde estudiábamos, cuántos negocios teníamos, dónde estaban. Un día llegaron al local de mi padre y le mostraron fotos de mis hermanos y de sus familias".
Poco a poco don Efrén se fue quedando solo: sus colegas, amedrentados, accedieron a pagar una cuota.
"Tres meses resistió mi padre. Hasta que un día llegaron cinco jóvenes y destrozaron el negocio, lo golpearon y le advirtieron que la próxima no serían golpes, sino balazos".
Esa misma tarde, don Efrén acudió de nuevo al Ministerio Público. Tres policías comenzaron a dar rondines por la calle de su negocio: uno de día, otro de tarde y uno más por las noches. "Iban a que les firmáramos, daban un par de vueltas. Durante tres semanas no supimos nada de los delincuentes. Ingenuamente pensamos que no volverían", recuerda Melisa.
Para ese entonces los hermanos de la joven y su madre ya estaban al tanto de todo. Investigaron por su cuenta y las autoridades confirmaron que eran criminales peligrosos de un cártel local: "Integrantes de La Unión Tepito", les dijeron.
"Nosotros no entendíamos cómo es que los tenían ubicados y no hacían nada. Mi papá adelgazó y cada mañana era un martirio abrir el negocio. Sabíamos que esto era una bomba de tiempo".
Pasaron seis meses. Durante ese lapso, don Efrén evitó dar el pago de 160 mil pesos al mes que le pedían. Pero la desgracia se aproximaba. Una semana antes de su asesinato, el viejo recibió la visita de los mismos jóvenes. Esta vez llegaron en camionetas. Blandieron armas y advirtieron que tenía una semana para juntar lo que no les había entregado durante esos meses: 960 mil pesos.
Tiene hasta el jueves…
El jueves llegó. Como de costumbre, Don Efrén se levantó, se vistió con un pantalón de mezclilla azul, como los que siempre usaba, y se trasladó durante la media hora habitual a su trabajo. Llegó a la cortina de su negocio, quitó los candados y como no tenía consigo el dinero que le pedían, se sentó a tentar su destino.
Durante 13 horas aguardó. Nada. Con la incertidumbre de no saber qué es lo que había pasado, cerró el negocio y regresó a su casa. Tomó una ducha y se preparó para cenar, pero antes decidió ir al pan. Cogió dinero y se puso una chaqueta. No quiso que lo acompañaran. Mientras se echaba a andar, doña Susana empezó a calentar la comida, colocó los platos y, junto a sus dos hijos, esperó a que regresara su esposo.
El ruido que provocaron nueve balas les cimbró el alma:
"Mi mamá bajó corriendo y ahí estaba, en la puerta de la casa, tirado y empapado en sangre. El pan regado, manchado de rojo. Mientras pedíamos ayuda se escuchaba a lo lejos el sonido de las motonetas de los sicarios alejándose".
Melisa cuenta que, con la ejecución de su padre, los vecinos de negocios que no lo habían hecho, comenzaron a pagar el cobro de piso. Los asesinos, dice, siguen en las calles, nadie los ha detenido.
Y eso no es todo: hace poco volvieron los mismos jóvenes, pero ahora para hablar con sus hermanos. El motivo: exigirles la misma cantidad con la que pretendían extorsionar a don Efrén, a cambio de perdonarles sus vidas.