Después de cuatro años volvió a ver a Carlitos, como siempre lo había llamado las múltiples veces que compertieron la mesa o en aquellas charlas ocasionales en los estrechos pasillos de su vivienda. Pero esta vez el escenario era diferente.
Ahora Araceli González estaba rodeada de policías ministeriales. Él, Carlitos, Juan Carlos “N”, presunto feminicida de Ecatepec, estaba sentado junto a su esposa, Patricia “N”, custodiados en un cuarto de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México, tras las rejas.
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“Cuando los vi, los reconocí. Eran nuestros vecinos, nuestros amigos. Yo los apreciaba. Me dio mucha rabia e impotencia”, expresó la señora.
De inmediato pidió a las autoridades hablar con ellos y le autorizaron un par de minutos:
—¿Dónde está mi hija? —cuestionó.
—Ya la tienes, para qué te haces pendeja —respondió con indiferencia su antiguo vecino.
—¿Dime dónde está la otra mitad? —insistió Araceli, pues en dos años de búsqueda sólo habían encontrado el torso de su hija cerca de su vivienda.
—Ya te di la mitad. Solo te daré eso que ya tienes, no te hagas pendeja —agredió de nuevo el homicida confeso.
—¿Quiénes son tus cómplices?
—Ya no diré nada —replicó Juan Carlos.
—¿Te la vas a comer solito? ¿Fue el Miguel, verdad, El Chino? —presionó la madre de Luz del Carmen.
—Ni los conozco, a ellos no los metas…
Entonces, interrumpió Patricia “N”:
—Nosotros trabajamos solos.
***
Cuatro años antes era común ver a Carlitos y a Pati en la casa de la señora González: “Éramos buenos amigos y hasta consentíamos a un niño de la pareja, a quien comprábamos botanas y juguetes”.
Fue en 2010 cuando Luz del Carmen y sus padres, Jorge Miranda y Araceli González, llegaron a una vecindad de la calle Monte Altair en la colonia Jardines de Morelos. En ese mismo domicilio, en el cuarto de la planta baja, vivían Juan Carlos y Patricia, con quienes hicieron amistad.
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"Ellos tenían un hijo y nosotros somos muy niñeros, hasta cierto grado lo queríamos. Igual mi Luz lo quería, lo llevábamos a la tienda, le comprábamos cosas. Por el lado del niño fue que nos llegaron a nosotros, a nuestro corazón de pollo que tenemos”, comentó la madre de la víctima.
Sin embargo, ellos no sabían que al mismo tiempo Juan Carlos observaba a la única hija del matrimonio Miranda-González, pero con otras intenciones.
“Él se dio cuenta que a mi hija le gustaba la bisutería. Ese día mi esposo y yo trabajamos, ella estaba malita y se quedó en casa. Entonces yo creo que él vino y le dijo que su esposa estaba vendiendo unos aretes, unos collares. Mi hija, por la confianza que tenía, bajó y pues sucedió que al entrar a su casa este hombre hizo lo que hizo”.
El propio Juan Carlos lo narra en su declaración ministerial: “Supe que le gustaba la bisutería, le comenté que tenía unos aretitos, cadenitas y bajó con ese engaño; esto fue en abril de 2012, y me reí porque no iba a pasar el 30 de abril con sus papás”.
En la pequeña habitación la sometió con una llave de asfixia, la china, la violó y la asesinó. Tuvo el cuerpo con él varios días. “Su papá, don Jorge, se metía en varias ocasiones a mi domicilio a platicar conmigo y ahí estaba su hija en mi baño, inclusive Jorge entró varias veces al baño, después cargué el costal a mi triciclo”, detalló el acusado.
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Cuando Juan Carlos sacaba a Luz, se cruzó con Araceli, quien venía “cansada, triste y todo” de buscar a su hija e hizo una pregunta inocente a su vecino:
—¿A quién lleva ahí encostalado? ¿A quién va a tirar?
—Voy a tirar basura.
“Yo qué iba a saber que él llevaba a mi hija. De saberlo se la quito y la saco. Para nosotros era común que el señor sacara bultos, cartón, todo este tipo de cosas”, lamentó Araceli.
Dos años más tarde, en 2014, Juan Carlos y Patricia se mudaron de domicilio, pero siempre dentro de la colonia Jardines de Morelos. En varias ocasiones se encontraron a Jorge y Araceli y les preguntaban por el paradero de su hija, incluso él colaboró en las declaraciones ministeriales para resolver el caso.
Ese mismo año encontraron el torso de Luz del Carmen a una calles de la casa de Monte Altair. Según Juan Carlos, las piernas fueron comida para sus perros.
“Cuando vimos la noticia en la televisión sentí un fuerte escalofrío. En ese momento supe que él había matado a mi hija. Era mi amigo, venía a comer a mi casa. No lo podía creer. Corrimos a la fiscalía, quería que me dijera de frente qué había hecho con mi hija”, aseguró Araceli.
Después de cuatro años se volvieron a ver.