Llegó el turno del todopoderoso sultán. La vida de los hermanos González Villarreal está ahora en manos de un monarca absoluto, su majestad Ibrahim Ismail Ibni Almarhun Iskandar Al-Haj, gobernante de Johor, un excéntrico multimillonario que gusta de manejar Rolls Royce color rosa y que, conforme a las leyes locales, goza de poder ilimitado en algunas áreas cruciales. Por mencionar una, la vida de un reo. Como un moderno emperador, puede decidir de un plumazo si un preso condenado a la horca vive o muere.
Ya sin recursos legales de peso a la mano, con el espectro de la muerte en la horca cada vez más cerca, a los hermanos González Villarreal no les queda otra opción más que apelar a la clemencia del sultán, heredero de la dinastía Temenggong, casa reinante desde hace casi 90 años en la sureña ciudad de Johor, cerca de los afamados estrechos de Malaca. Hay un antecedente positivo: al acceder al trono, el pasado 23 de marzo, en una ceremonia repleta de pompa y circunstancia, Ibrahim perdonó la vida a cuatro condenados a muerte como parte de la tradición de mostrar “magnanimidad real” en su ascenso.
Entre los perdonados se encontraban tres narcotraficantes, cuyas condenas fueron conmutadas a cadena perpetua, lo que en una primera lectura parecería un antecedente aplicable en directo a José Regino, Luis y Simón, además de sus compañeros de viaje y sentencia, Lee Boon Siah y Lim Hung Wang. Sin embargo, es un tema que en el gobierno mexicano se toma con una buena dosis de sobriedad y dos pizcas de mesura. Una repetición de ese escenario es poco probable, según admitió unos días antes del juicio Euclides del Moral, director general adjunto de Protección a Mexicanos en el Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
El perdón real, explicó a MILENIO, se ejerció en el contexto de la llegada del sultán al trono (luego de permanecer como regente de Johor desde que murió su padre en enero de 2010), un día especial en el que, como parte de la fiesta popular, la casa real suele emitir edictos de clemencia. No es algo que ocurra todos los días.
Mahmud Iskandr Haj, padre del actual sultán, reinó durante 29 años y no perdonó a nadie. Su abuelo, Ismail, fue monarca durante 22. Entre coronación y tumba, su bisabuelo, Ibrahim, ocupó el cargo 64 años. Los tiempos de trono son largos en Malasia.
En Kuala Lumpur, el embajador de México en Malasia, Carlos Félix, reconoció que la defensa tendrá que ser sumamente cuidadosa en la forma en que arma la petición de clemencia. “Tenemos una sola oportunidad para presentar las cosas bien”, dijo a este diario, unas horas después de que los González Villarreal y sus dos colegas de infortunio fueran triturados, una vez más, por los engranes del sistema judicial malasio.
Por la madrugada, en entrevista con Joaquín López-Dóriga, Félix pidió comprender el contexto detrás del sultán, un monarca que en Malasia tiene poderes especiales, ningún contrapeso y cuya figura en América y Europa hace mucho que cayó en desuso. “Tenemos que entender en un país asiático musulmán la realidad de que es el monarca y tiene la potestad para decidir este tipo de circunstancias”, dijo.
La solicitud de clemencia, añadió, ya no será una continuación del proceso judicial porque éste para todo efecto ha cerrado, sino una petición basada únicamente en elementos humanitarios. “Y pues el sultán, como monarca absoluto, tendría la última palabra”, admitió el diplomático, un especialista en materia de protección consular con largo historial al que el gobierno mexicano envió como carta fuerte a la esquina de los sinaloenses, porque si de algo sabe es de la pena de muerte.
Como titular de la entonces Dirección General de Protección Consular en los 2000, Félix se forjó en las luchas contra rancheros racistas en el desierto de Arizona y cofundó el programa de atención a mexicanos en riesgo de condena de pena de muerte en Estados Unidos, junto con la abogada Sandra Babcock. Hasta hace un año, era cónsul en San Francisco, en donde atendía los casos de una treintena de mexicanos condenados a muerte por inyección letal.
“Piensen en la cruz”
La última audiencia judicial a la que tendrán acceso los hermanos González Villarreal arrancó a las 9:30 de la mañana del jueves, hora de Malasia. Como su anterior vista, fue programada en el imponente Palacio de Justicia de Putrajaya, el Istana Kehakiman, un enorme complejo judicial con domos acebollados que en su construcción y diseño emula al Taj Majal de la India y que de manera simbólica fue erigido frente a la Mezquita de Hierro, una de las más imponentes de Malasia, para reafirmar el poder de la palabra de Alá sobre la ley del hombre.
Muy temprano por la mañana, los González Villarreal fueron trasladados en tres furgonetas especiales desde la prisión de Bentong, a unos 30 kilómetros de Putrajaya. Reflejo del alto perfil que ha dado el gobierno al primer y único caso de narcotráfico mexicano en Malasia, arribaron a la Sala 1 del Palacio de Justicia bajo fuerte escolta policiaca: en total, 15 guardias acompañaban a los mexicanos, esposados de las manos con un policía a su derecha, a manera de chaperón. Portaban el uniforme con mangas rojas reservado para los condenados a muerte. Como a los demás reos, no se les permite usar zapatos ante el riesgo de que usen sus agujetas para suicidarse. Llevaban los pies enfundados en baratas sandalias de plástico.
En la sala, junto con personal de la embajada mexicana, les esperaban Alejandrina, su hermana, y Consuelo, esposa de Luis. Es la tercera vez que viajan a Malasia desde Sinaloa para estar junto con sus familiares en una audiencia judicial, aunque en esta ocasión, el nerviosismo hizo presa evidente de ambas mujeres.
Caso contrario el de los hermanos González Villarreal. De forma extraña, se mostraron en la corte con rostros impertérritos, casi estoicos, pese a lo que estaba en juego. “¡Sonríe!”, pidió Simón a Alejandrina, en un momento de particular emotividad. “¡Vamos, sonríe!”.
Antes de que los magistrados entraran a la sala, coronada al fondo con el escudo de dos jaguares encima de la leyenda Bersekutu Bertambah Mutu o “La unidad es la fuerza”, la mañana transcurrió con José Regino, Luis y Simón en medio de una nube de aprecio y apremio. El embajador Félix lucía pensativo. James Lim, un pastor cristiano que los visita en la prisión todas las semanas, se acercó para abrazarlos.
“Les he dicho a los chicos que mantengan el ánimo. Quiero que no se enfoquen en el patíbulo. Quiero que se enfoquen en la cruz”, dijo Lim.
En realidad, los tres ladrilleros eran los únicos que no delataban emociones. Visiblemente nervioso, el abogado de los mexicanos, Kitson Foong, se decía optimista. “Nos tocó un muy buen panel de jueces”, celebró. Por sorteo, tocó llevar el caso a Zulkfeli Bin Ahmad, presidente de la Corte Federal de Malasia; Panglima Richard Malanjum, presidente del Tribunal Supremo del estado de Sarawak; y los magistrados Hamid bin Embong, Bin Haji Maroop y Tan Sri Hasan bin Lah.
Foong detectó desde un principio el punto débil. “Nos preocupa el juez Embong. Es muy duro. Es al que tenemos que convencer”, dijo. Junto con el juez Malanjum, quien durante varios momentos del juicio soltó risas de burla ante los argumentos de la defensa y la fiscalía, se erigieron en un formidable obstáculo para los mexicanos.
Los argumentos de la defensa fueron los mismos que en la apelación y el juicio: la cadena de custodia de evidencias se rompió, lo que invalida el proceso. Con la audiencia en curso, Foong hizo una apasionada defensa ante los jueces, rebatida a su vez por la fiscal Mangaiarkarasi Krishen.
—Mis loores, ¡la evidencia fue manipulada! —reclamó Foong.
—¿Qué hacían en la fábrica esos tres mexicanos? —repuso Krishen.
Al final, no importó el nivel del debate ni la intensidad con la que fiscal y abogado intercambiaron puyas. Tras una pausa para deliberar, los magistrados votaron de forma unánime por mantener la pena de muerte. Fue el magistrado bin Ahmad quien comunicó la noticia:
“En nuestra opinión no hay ruptura en la cadena de custodia de evidencia. No hay fallo en la sentencia y en la justicia. La sentencia se mantiene”.
Los González Villarreal habían perdido de nuevo. La dureza y el estoicismo llegaron hasta ese momento. Con ojos enormes de terror, José Regino preguntó a quien pudiera responderle, sin que en realidad fuese posible decirle algo:
—¿Y ahora qué sigue?
Su defensa buscará una revisión del fallo ante un panel judicial, aunque para todo fin práctico el camino legal ha terminado. “Estamos muy cuesta arriba”, reconoció el embajador Félix.