Poco más de un siglo ha transcurrido desde que Estados Unidos y México acordaron cooperar para combatir a un enemigo en común: el narcotráfico. En 1923 el presidente Álvaro Obregón prohibió la importación de todos los narcóticos, pues creía que ayudar a la efectividad de las leyes prohibicionistas estadounidenses evitaría transgresiones del lado mexicano.
Dos años más tarde, en 1925, Plutarco Elías Calles negoció un tratado bilateral para combatir el contrabando y ordenó incrementar acciones en contra de traficantes y usuarios de opio, heroína y cocaína, además de las armas y el alcohol. Empero, desde entonces el país de las barras y las estrellas incumplió con el acuerdo al mostrar poca eficacia en evitar el paso de alcohol y armas.
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Dichos episodios, plasmados por el historiador Froylán Enciso en el libro Los grandes problemas de México (2012), dan cuenta del cómo la lucha contra las drogas a través del tiempo ha conservado estrategias que, sin importar el tipo de narcótico que sea, ha influido no sólo en la relación diplomática entre ambos países sino también en la reconfiguración del mercado internacional de las drogas.
Si bien actualmente Estados Unidos y la administración de Donald Trump han endurecido sus políticas en materia de seguridad de frente a la crisis de salud pública que el tráfico de fentanilo ha dejado en su territorio, el camino por el que se conducen ya se ha recorrido con gobiernos y drogas “populares” anteriormente.
El furor del opio y la heroína
La llegada de migrantes chinos a México trajo consigo no sólo mano de obra eficaz para la construcción de ferrocarriles a inicios del siglo XX sino también las semillas de la entonces poco conocida planta de amapola.
El consumo de opiáceos comenzaba a cobrar relevancia en el continente asiático, por lo que fue cuestión de tiempo para que dicha circunstancia se replicara en México y se extendiera a Estados Unidos.
Luis Astorga, doctor en sociología e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), apunta en una investigación que, si bien el consumo no era significativo, la cantidad de opio que que se tenía que producir para satisfacer la demanda local, sumada a la de Estados Unidos, facilmente pudo ser satisfecha por la comunidad china.
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“Los inmigrantes chinos y sus descendientes tenían la visión, los conocimientos y la materia prima, los contactos y relaciones para dar comienzo rápido al tráfico de drogas. Durante décadas crecieron como una comunidad se dispersó desde Sinaloa hacia las ciudades de la frontera del noroeste de México”, reza un reportaje publicado por el periodista especializado en narcotráfico, Ioan Grillo.
Para 1911, con las primeras regulaciones del consumo de narcóticos, el ensayista estadounidense Hamilton Wright declaró a The New York Times que el hábito de consumir opio y morfina se había convertido en “una maldición nacional que tenía que ser detenida”.
Estimaciones de la época recopiladas por el ex titular del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), Guillermo Valdés Castellanos, mencionan la existencia de entre 100 mil y 300 mil consumidores, lo que representaba entonces el 0.25% del total de la población estadounidense.
Dichas precisiones, sumadas a una campaña racista impulsada en medios de comunicación que atribuían la problemática únicamente a mexicanos, chinos y negros, motivó a que en 1914 se aprobará en Estados Unidos la primera ley sobre narcóticos. México adoptó la ruta de la prohibición hasta 1920, no obstante, la disparidad de las legislaciones tuvo consecuencias adversas.
“Durante esos periodos narcotraficantes mexicanos pudieron producir legalmente opio y marihuana en nuestro país y exportarlos a Estados Unidos donde, por la prohibición, ya habían ganado un sobreprecio, iniciándose de esa manera el gran negocio del narcotráfico”, apunta Guillermo Valdés Castellanos.
La fiebre de la marihuana
Al tiempo que los gobiernos de ambos países, por su cuenta o con escasa colaboración, hacían frente al consumo y tráfico de opiáceos, entre las montañas de las sierras mexicanas florecía sin obstáculo la marihuana, una planta que no tardaría en industrializarse.
Pese a que su uso medicinal era común y legal, el recreativo comenzó a extenderse dado al placer que proporcionaba y su bajo costo. De este modo, la investigación de Luis Astorga apuntó que comenzaron a reportarse decomisos de marihuana primero en Durango y Sinaloa, pero posteriormente en al menos 18 de los 32 estados de la República Mexicana.
La industrialización de la marihuana marcó también un punto de inflexión clave: la expropiación del negocio a los chinos en los años 30’s. Con los mexicanos al frente del negocio, el trasiego de drogas continuó por la frontera, no obstante, alcanzó un peldaño aún más alto con el boom que la marihuana tuvo en los años sesenta.
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De acuerdo con las investigaciones de Guillermo Valdés Castellanos, la profunda revuelta social y política motivada por la defensa de los derechos civiles y en contra de la Guerra de Vietnam, sumado a una amplia revolución cultural que trastocó la moral estadounidense, fue el contexto que posibilitó el consumo de todo tipo de drogas, pero en especial de la marihuana.
La cifra total de ciudadanos estadounidenses que probaron la marihuana entre 1962 y 1980 fue de 43.6 millones según cifras de la Administración de Servicios de Abuso de Sustancias y Salud Mental (SAMHSA, por sus siglas en inglés). La alta demanda en Estados Unidos trajo como consecuencia a México un incremento en la producción, lo que eventualmente marcó el rumbo para que el negocio del narcotráfico se estructurara ya no en pequeños grupos traficantes sino en empresas criminales.
Aún así, la postura de las autoridades estadounidenses de mantener una política prohibicionista no cambió, al contrario, estaban convencidos de que los países productores son la base del problema al abastecer las drogas, por lo que había que presionarlos para que combatan a los narcotraficantes.
El historiador Froylán Enciso sostiene en una de sus investigaciones que las razones que tenían los estadounidenses para que México adoptara el régimen prohibicionista eran la amenaza que representaba para la salud de estadounidenses que cayeran en adicciones, pero también en la preocupación de que sus empresarios vieran en las drogas una oportunidad en el negocio que podía asentarse por completo en México, excluyéndolos.
El boom de la cocaína
Las millonarias ganancias que el trasiego de marihuana dejó a organizaciones criminales en México, sumado a redes perfectamente establecidas de producción, trasiego, distribución y protección, motivaron a inicios de los 80’s una nueva diversificación en el mercado internacional de las drogas.
A diferencia de lo que medios de comunicación marcaban, el consumo del también llamado "perico", comenzó a afectar fundamentalmente a la población blanca cuyo consumo comenzó a incrementarse durante los primeros años de la década.
Con la entrada masiva al trasiego de cocaína, cárteles mexicanos y colombianos no lograron únicamente multiplicar sus ingresos y su poder sino que también marcaron el arranque de una nueva etapa del combate para las drogas en México y Estados Unidos.
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“Una vez que la cocaína estuvo en Estados Unidos fueron los ciudadanos estadounidenses quienes la hicieron llegar al mayor número de consumidores. Ni colombianos, ni mexicanos tenían la capacidad de llegar a los suburbios de la población blanca [...] la cocaína era de venta fácil, no enviaba a gente a un trance interior sino que provocaba irse de fiesta, sexo prolongado y no maldecía a quien la consumía con una cruda larga. De hecho, no hacía más que provocar un subidón de energía por un par de horas antes de que el usuario necesitara otra línea. Ese es el gran truco de la cocaína: no es nada especial”, reza una investigación periodística realizada por Ioan Grillo.
La popularización de la cocaína en Estados Unidos tuvo como consecuencia la apertura de clínicas psiquiátricas para tratar adictos entre 1978 y 1984, incluso, el gobierno abrió la línea de atención telefónica 1-800-COCAINE para atender el problema. Dicho panorama resultó suficiente para que la administración de Ronald Reagan declarara una vez más la guerra a las drogas pero esta vez diferente pues, en las propias palabras del expresidente, “si se trataba de una guerra de verdad, tenía que haber soldados de verdad”.
Consideraciones recuperadas por el ex titular del CISEN, Guillermo Valdés Castellanos, apuntan a que funcionarios del gobierno de Reagan comenzaron a considerar el problema de las drogas como un asunto de seguridad nacional toda vez que el narcotráfico mutilaba y asesinaba estadounidenses tal como lo hacía cualquier enemigo externo.
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Fue así como la Casa Blanca promovió ante el Congreso una legislación que si bien no permitía a las Fuerzas Armadas estadounidenses involucrarse en asuntos civiles como el narcotráfico, sí las facultaba para ubicar, rastrear y seguir sospechosos. No podían arrestarlos pero tenían la orden de reportarlos con las agencias civiles correspondientes.
A dicha medida se sumaron presiones diplomáticas que en los noventas alcanzó un punto sin retorno con el asesinato del agente especial de la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), Enrique Kiki Camarena. Pese a dicho factor, el trasiego de drogas nunca se detuvo.
Fentanilo ¿fenómeno nuevo?
Así como diversos narcóticos han tenido su propio auge en Estados Unidos, un nuevo cambio en el mercado internacional de las drogas comenzó a cobrar relevancia en la primera década de los 2000’s: las drogas sintéticas.
Aunque las metanfetaminas marcaron la pauta de la producción a través de la obtención de precursores químicos, no fue sino hasta la regulación de drogas de origen natural como la marihuana y un lucrativo entramado realizado por empresas farmacéuticas que los opioides aparecieron como un nuevo enemigo para las autoridades pero como una oportunidad de negocio para los cárteles mexicanos.
La demanda que las propias farmacéuticas estadounidenses provocaron le abrió la puerta al fentanilo producido y traficado por organizaciones criminales mexicanas, dejando a su paso una crisis de salud pública difícil de contener en Estados Unidos.
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La lucha contra el fentanilo entonces se convirtió en una prioridad para las administraciones que han encabezado Donald Trump y Joe Biden, no obstante, la estrategia implementada y su postura para con México no ha sido distinta a las crisis que anteriormente han enfrentado.
Entre los comunes denominadores destacan: 1) agentes de Estados Unidos investigando en territorio mexicano, 2) el papel de Estados Unidos como el gran motor del mercado de estupefacientes, 3) la minimización de la complicidad entre autoridades fronterizas y distribuidores con traficantes y 4) la transmisión implícita del mensaje de que “ellos son los buenos y los mexicanos los malos”.
Pese a que en México la debilidad institucional y la corrupción también han sido factores determinantes para el crecimiento de organizaciones criminales, la visión unilateral que Estados Unidos ha tenido a lo largo de los años sobre el problema obstaculiza una verdadera cooperación para erradicar un problema que, más allá de erradicarse, únicamente se ha transformado.
ATJ