Para el pueblo maya tzotzil de Zinacantán, Chiapas, la celebración de k´in ch´ulelal o fiesta de las almas inicia con una oración prolongada de los mayordomos y sacristanes, quienes ataviados con su ropa tradicional recorren el panteón y a pie de las tumbas, elevan una oración para dar la bienvenida a los muertos.
El reloj marca apenas las 6 de la mañana y a pesar del frío, las mujeres, hombres, niñas y niños vestidos con la ropa tradicional arriban al cementerio. Las montañas vestidas de color verde son testigos del suceso religioso y cultural que cada 1 y 2 de noviembre se vive en este pueblo de los Altos, la cual es transmitida de generación en generación y ahora buscan preservarla.
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Encuentro con las almas
Entrevistado para MILENIO, Mariano de Jesús Hernández Pérez, habitante de Zinacantán y estudioso de la cultura, explica que desde ocho días antes del Día de Muertos como lo marca el calendario, se preparan con la compra de los insumos que utilizarán durante la festividad, el cual significa un encuentro con las almas de sus ancestros.
“Aquí en el pueblo tzotzil año con año lo esperamos con mucho gusto, con alegría, porque desde nuestra forma de ver y entender el mundo tzotzil, pues entendemos que sí existe una muerte, que es digamos la parte que nuestro cuerpo fallece, pero pasamos a otra vida que es el mundo de las almas (…) Entonces se pasa a otro mundo donde se convive con los que ya también ya se adelantaron”, precisa.
El panteón municipal que se localiza a escasos 10 kilómetros de la cabecera municipal luce colorido por las miles de flores que la adornan y que además son cosecha de los mismos pobladores, quienes guardan las mejores producciones para esta fecha importante dentro de su cultura.
A diferencia de otros pueblos indígenas, el poblador explica que en Zinacantán desde los años 80`s no se utiliza la tradicional flor de cempasúchil , por el contrario las lápidas se cubren de las hojas de los árboles de pino o también llamada funcia, que significa abrazar con el alma a quienes se adelantaron en el camino, pero además sobre ella se colocan frutas y verduras como chayote, elote, plátano y amanzana.
“Faltando unos días como por ahí el día 30 que compramos la carne, el día 31 ya vamos, limpiamos el panteón, las tumbas, adornamos con flores, pues también son productores de flores y que ahorita vemos las tumbas llenas de flores, entonces se espera entonces esto con mucha alegría, como el convivio entre los que todavía estamos acá y los que ya se adelantaron, entonces es un convivio entre las almas y con los que estamos ahorita todavía vivos”, puntualiza.
Otra de las diferencias que se marcan en Zinacantán, es que las tumbas no están a pie de piso sino que cada familia construye la lápida conforme a sus posibilidades económicas, pues lo más importante es establecer conexión con quienes trascendieron, relata Ricardo Juan Hernández López, director de la Casa de la Cultura de Zinacantán.
“Prácticamente más que pedir como ayuda de cuestiones de problemas (…) Platicarles en qué situación se encuentra la persona viva, por decir, desde que han partido desde este mundo, que si están viviendo en soledad o que están pasando momentos difíciles, las personas vivas es lo que a veces en momentos le platican a sus difuntos”, precisa.
Dos altares
Los días de fiesta para los muertos en Zinacantán es el 1 y 2 de noviembre, pues se cree que el primer día es cuando las almas son liberadas para convivir con la familia y el segundo para regresar.
Juana Pérez Hernández, artesana de oficio y originaria de Zinacantán, afirma que los preparativos de esta tradición milenaria inician desde ocho días antes del Día de los Muertos, debido a que se acostumbra a colocar dos altares, uno sobre el panteón que se caracteriza por contener únicamente fruta y uno más en las viviendas, donde se ofrece el platillo tradicional del caldo de carnes ahumada de res sobre una mesa, así como frutas de temporadas, sal y chile.
“Lo que son típicas en la bebida es el atol agrio y la comida es carne ahumada (…) Lo ponemos todo ahí alrededor del fogón y se ahúma, ya cuando está seco, así como ahorita y se lava perfectamente bien con agua caliente, lo pones a cocer, le ponemos cilantro, hierbabuena, repollo, tomate, chile de árbol, chile seco y ya lo ponemos así”, señala.
Cuenta que en su familia ella es la encargada de realizar los alimentos, por ello desde el 30 de octubre comienza a remojar el maíz para luego moler en metate y hacer una masa con la que se elabora el atole tradicional.
“Lo que son típicas en la bebida es el atol agrio y las frutas es lo que nos enseñaron desde niña, desde chico, que nos acostumbran los antepasados, que hay que poner toda la fruta que tenemos aquí en el altar, es la que así nos dejaron (…) Tenemos lo que es naranja, lima, mandarina, manzana, plátano y también el elote hervido, caña”, explica.
Sin embargo, es precisamente el 1 de noviembre desde la madrugada cuando toda la familia se reúne para comenzar a preparar desde los adornos hasta los alimentos y más tarde acudir el campo santo, donde permanecen cerca de ocho horas, recordando a los ancestros mientras se escuchan desde lo alto las campanas de la iglesia.
RDR