Como toda mujer urbana Gabriela Cerón Ramírez, directora del complejo penitenciario Islas Marías, llegó hace seis años a este lugar cargada de objetos e ideas que aquí le fueron inservibles y empezó a escribir una historia única en su vida como empleada penitenciaria.
Ella habita ahora en la Isla Madre del archipiélago, donde está el famoso penal fundado en 1905, la Casa de Gobierno que otros directores se negaron a adoptar como su hogar, con el pretexto de que ahí espantan con ruidos extraños y el inexplicable movimiento de objetos.
Ella sonríe cuando se le pregunta por los mitos y leyendas que circulan en los 20 kilómetros de largo por 8 de ancho de la Isla Madre que ha dejado de ser penal para convertirse en un centro de educación medioambiental y cultural.
Aunque joven, esta mujer cuenta con suficiente experiencia en el sistema penitenciario federal, pues trabajó en Ciudad de México en varias instituciones abiertas: “Antes laboré en Toluca, en el Cefereso 1; en el Cefereso 4, en Tepic, y en el de Matamoros, Tamaulipas, el Cefereso 3”.
A 113 años y 9 meses de existencia de este penal, le toca a ella entregar todo y cerrar la puerta o abrirla, según designe la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales para el nuevo rol de este espacio que despidió entre el 8 y el 9 de marzo a 596 sentenciados para ser ubicados en el penal de Ramos Arizpe, Coahuila.
También fueron reubicados 350 empleados de todas las áreas; queda por reasignar a casi 200 trabajadores más que han solicitado ser llevados a ceferesos cercanos a su lugar de origen.
A Cerón le tocó, también, despedir a la última mujer recluida en las Islas Marías a principios de febrero pasado, “teníamos una sentenciada, fue puesta en libertad por un beneficio que recibió”.
Como todos los que pisan este lugar, la actitud de Cerón fue transformándose hasta encontrar un equilibrio perfecto entre adaptarse a un proceso difícil y un territorio natural, hasta cierto punto salvaje, extremoso en su clima, con una riqueza natural que en 2000 le valió ser declarada área natural protegida por su carácter de reservada de la biosfera y en 2005 la Unesco la denominó Patrimonio Natural de la Humanidad por su diversidad ecológica.
“Fue complicado esperar el barco tras dos o más meses de trabajo para salir de descanso 15 días, a veces no poder salir por el clima o por las actividades diarias, navegar siete o más horas par llegar o salir. Pero te vas adaptando y vas haciendo de esto tu día a día, tu espacio porque todo esto es posible si tienes vocación”, platica.
Entre sus grandes satisfacciones están haber aprendido a disfrutar con la naturaleza “en un centro cerrado, solo hay paredes grises, oficinas blancas y aquí es aprovechar también la naturaleza, la reserva y cuidar la biosfera, es totalmente distinto”.
En el aspecto humano hizo amigos entre los recluidos o Personas Privadas de su Libertad como les llama:
“Tenemos un grupo grande de casi 100 sentenciados desde hace dos años, al que le he estado dando seguimiento con autorización de mis jefes. Este grupo, Almas Sin Rejas, se ha dedicado a hacer prevención del delito, dan talleres de música, piano, canto, pintura, boxeo y atletismo.
“Hay personas que se dedican a hacer prevención del delito en sus comunidades, hay quienes atienden zonas con personas con problemas de adicciones. Ellos son mis amigos”, asegura.
Ahora, con la transformación de este complejo penitenciario en centro de educación ambiental y cultural Muros de Agua, José Revueltas —a propósito de la novela homónima de este escritor publicada en 1941—, Cerón no confiesa sentimiento alguno, aunque su rostro diga lo contrario.
“Nosotros estamos contratados para los centros federales del país, desde que entramos esa es nuestra asignación. Hay que entregar la isla y esperar a que se haga la asignación de la próxima tarea”, remata.
El pasado 18 de febrero, el presidente López Obrador firmó el decreto por el cual desaparece el complejo penitenciario ubicado en las Islas Marías.