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  • Los archivos secretos de ‘Goyo’ Cárdenas: el zapatito que destapó a un asesino serial (Parte I)

  • Reportaje
  • Dos lavanderas descubren un crimen en el jardín de su vecino: el cuerpo de Graciela Arias, víctima del Gregorio Cárdenas, un estudiante de Química que mató a cuatro mujeres.
Los archivos secretos de ‘Goyo’ Cárdenas: el zapatito que destapó a un asesino serial (Parte I)
Ciudad de México /

La señora Cristina Martínez conocía bien cómo suenan las telas cuando se tallan. Una costurera sabe cada secreto de la prenda que toca. El 7 de septiembre de 1942, estaba otra vez ahí, con las manos hinchadas fregando ropa en los lavaderos. Era temprano, la ciudad quedaba atrás, y lo único que se escuchaba en la azotea era el chapoteo del agua. De pronto escuchó un zumbido sordo que la distrajo, era un enjambre de moscas de colores.

La señora Cristina vivía en el número 18 de la calle Mar del Norte en la colonia Tacuba, una de las primeras zonas de casas campestres de la ciudad. Aquella mañana al ver revolotear esas moscas, viró la cabeza y miró al techo de su vecino. Ahí lo encontró: parecía un zapatito de mujer cubierto de lodo, algo extraño porque en esa casa sólo vivía un vecino.

Así lucía la casa que habitaba 'Goyo' Cárdenas en la calle Mar del Norte de la colonia Tacuba | ARCHIVERO
Así lucía la casa que habitaba 'Goyo' Cárdenas en la calle Mar del Norte de la colonia Tacuba | ARCHIVERO

Esa mañana Cristina llamó a su vecina, la señora Elvira Velázquez de Peña, que le hacía compañía durante las mañanas de lavandería. Le pidió que subiera a la azotea y le comprobara si ella también veía lo mismo en el techo. Elvira subió y con su vista de halcón alcanzó a ver más detalles. De hecho, en la plantilla de lo que parecía un tacón había un pedazo de periódico manchado de rojo. Les pareció aún más raro.

Sólo Cristina y Elvira habrían podido adivinar lo que vendría: conocían cada rincón de la casa porque durante los últimos cuatro años, mientras pegaban la panza contra la piedra de lavar, echaban la plática y, en momentos de descanso, les gustaba contemplar el jardincito que había cuidado con mucha paciencia la dueña de esa casa que le rentaba la propiedad a un chico que siempre andaba solo, comentaron. Había sembrado unas plantas hermosas que les gustaba mirar desde arriba para tratar de descifrar de qué especie eran.

Pero ese día, además del zapato de mujer, se dieron cuenta de que las plantas ya no estaban más: como si alguien hubiera profanado la tierra y hubiera arrancado las matitas de raíz. Casi un sacrilegio. “Estaban muy maltratadas y lo que fue más importante es que la tierra estaba suelta”, declaró doña Cristina.

El jardín de la casa ubicada en el número 18 de la calle Mar del Norte ocultaba algunos de los crímenes más atroces de la época | ARCHIVERO

Elvira y Cristina contemplaron el jardín destruido y creyeron ver a una mujer a medio enterrar, rodeada de las mismas moscas que rondaban la azotea. Estas dos mujeres, a las que les gustaba contemplar el jardín de junto, descubrirían uno de los primeros asesinatos seriales en la historia moderna de la Ciudad de México: los que cometió Gregorio Goyo Cárdenas, un estudiante de química que estranguló a cuatro mujeres. El multihomicida sería conocido como El Estrangulador de Tacuba.

“Las encontramos a flor de tierra”, como flores en la tierra, dirían aquella mañana los policías que recibieron el reporte. El primer hallazgo del jardín sería el de Graciela Arias, una jovencita de 21 años, estudiante de la UNAM, la primera víctima.

Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye el caso gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Historias como ésta revelan que en México la verdad oficial está en obra negra.

La primera denuncia contra ‘Goyo’ Cárdenas

Los crímenes del 'Estrangulador de Tacuba' quedaron registrados en múltiples archivos históricos de la capital mexicana | ARCHIVERO

Los papeles amarillos han sido restaurados por el Archivo Histórico de la Ciudad de México. Una misión que parece difícil a ochenta años de los asesinatos. De esos, que se tecleaban en máquina de escribir y papel cebolla. Uno de los primeros reportes del expediente es un informe de la Policía Secreta del Distrito Federal, que cuenta detalles de una denuncia presentada el 5 de septiembre de 1942 –dos días antes del descubrimiento en la azotea– que detonaría esta historia.

El señor Manuel Arias Córdoba, un reconocido abogado por ese entonces, se presentó a las 12:50 de la tarde en la jefatura de la policía del D.F. Su hija, la jovencita Graciela Arias Ávalos, de 21 años, había desaparecido hacía tres días. El señor Manuel dijo que era costumbre recogerla en la Escuela Preparatoria de la UNAM, donde estudiaba por las noches, todos los días, pero aquel miércoles no estaba en la puerta. Apresurado ingresó al plantel y preguntó a cada uno de sus profesores si había asistido.

Así logró reconstruir la última hora en que la vieron a Graciela con vida, a las 20:30 horas, cuando un exnovio –Gregorio Cárdenas– la recogió en el plantel.

El padre de una de las víctimas de 'Goyo' Cárdenas fue el primero en alertar a la Policía del Distrito Federal | ARCHIVERO

El señor Manuel no se anduvo por las ramas. Desde la primera declaración acusó a Gregorio, quien era un estudiante de la carrera de química de la UNAM y trabajador de Pemex. Lo acusó de “asediarla desde hace dos años”. Dijo que tenía conocimiento de que el joven Cárdenas se encontraba desesperado por la renuencia de su hija a “formalizar relaciones”, que desde hacía un mes Graciela había resuelto distanciarse definitivamente de él, que la pretendía de manera enfermiza, que “no ha sido devuelta por el señor Gregorio Cárdenas [...], la tiene secuestrada”, acusó en la estación de policía.

‘Goyo’ Cárdenas la asesinó en un arranque de celos

Además de Graciela Arias Ávalos, a 'Goyo' Cárdenas se le relacionó con otros tres feminicidios | ARCHIVERO

Gregorio conoció a Graciela en 1940 en la Escuela Central de México, un instituto de regularización al que asistieron juntos. Al parecer por esos años Gregorio se le declaró y se hicieron novios. Desde ese entonces empezarían las primeras escenas de celos que prendieron las alertas de la jovencita y de su padre.

Durante los siguientes meses siguieron más enfrentamientos constantes: como aquella noche de mayo de 1941, en que los chicos venían de pasear en Puebla y se accidentaron en el auto. Aunque salieron ilesos, llegaron a la puerta de la casa de Graciela a las 3 de la mañana y el señor Manuel se enfureció, cortando todos los gastos a su hija. Con los meses, ella parecía cansada de estar en la disputa entre su padre y el novio.

El 2 de septiembre Gregorio pasaría por Graciela a su casa localizada en Calzada de Tacubaya 63, donde por cierto no podía acercarse por órdenes del padre. La esperó cerca y desde ahí alcanzó a ver que estaba con un joven, que la tomaba cariñosamente del brazo y con quien se metió a su casa. “Esto me produjo una impresión fuerte de celos”, declararía después Goyo Cárdenas. Ese día se fue colérico a su casa en el número 20 de Mar del Norte, a unos 20 minutos en coche, y por la noche salió a visitar a su amiga Hermilia López. Cerca de las 20 horas, con toda la intención de reclamarle, se lanzó a la preparatoria para buscar a Graciela.

Evidencia de los crímenes de 'Goyo' Cárdenas | ARCHIVERO

A las 20:30, Gregorio le rogó que subiera a su carro para dar una vuelta y platicar. La jovencita aceptó y entonces el hombre manejó hacia el Ángel de la Independencia, en el Paseo de la Reforma. Comieron un sándwich y Graciela le pidió que la regresara a su casa. Poco antes de las 22:00 horas, cuando estaban por llegar, se estacionó. Y ahí empezó todo: le preguntó quién era el hombre con el que había estado por la tarde. Ella se negó a contestar y, según la versión de Gregorio, en la discusión Graciela le dio una cachetada.

“Me sentí raro y exasperado por la humillación”, dijo, así que cogió una cuerda que tenía en el respaldo del carro y la puso en el cuello de la joven. Según el expediente, la jaló con las dos manos en un arranque de locura que lo “trastornó por completo”. Graciela intentó gritar “¡auxilio!” pero la presión de la cuerda lo impidió. La mató muy rápido.

Goyo Cárdenas, por el contrario, pensó que se había desmayado. Intentó reanimarla, la movió de los hombros. Al ver que estaba muerta, cambió de ruta y condujo mejor a su casa. Al llegar, el coche se atascó en un lodazal que había dejado la lluvia en la ciudad. Y casi lo descubren: un hombre intentó ayudarlo a sacar el carro del lodo, pero Gregorio lo impidió. Una vez que lo dejó solo nuevamente, envolvió a Graciela en su saco del que se le resbalaba su cuerpo inerte. Con todas las dificultades logró meterla a su casa.

‘Goyo’ Cárdenas se resistió a sepultarla, pensaba “tenerla para siempre”

Reporte de desaparición de Graciela Arias Ávalos | ARCHIVERO

Gregorio Cárdenas la tenía tendida sobre su patio cuando decidió quitarle la ropa sucia, envolverla en una colcha limpia y acostarla en su cama. Preparó “oxígeno” –tal como lo declaró– y se lo puso en la boca con la esperanza de que volviera en sí. Movió sus brazos, la giró, pero Graciela estaba muerta. Por fin reconoció que la había matado.

Me resistía a sepultarla, pensaba tenerla para siempre”, dijo a la autoridad; esa noche la abrazó y durmió con ella. Más tarde, según la policía, se daría a la fuga y se recluiría en un hospital psiquiátrico, con un doctor llamado Oneto Barenque, para evitar así su detención. Según su familia, serían ellos quienes lo internarían por esos días porque realmente empezó a enloquecer.

Con una pala, 'Goyo' Cárdenas enterró sus más oscuros secretos en su jardín | ARCHIVERO

El 7 de septiembre, tras la llamada de las señoras Elvira y Cristina, la policía llegó a la casa de Goyo Cárdenas y, como flores de la tierra, empezaron a salir corpiños rosas, tacones con flores, vestiditos de terciopelo verde y morado. El asesinato de Graciela sería uno de cuatro que le darían fama al Estrangulador de Tacuba.

“¡No lo esperaba!”, dijo la señora Cristina a las autoridades. “Solamente se creía que estaba el cadáver de Arias Ávalos”. Los otros casos serían todavía más atroces.

Paolo Sánchez Castañeda colaboró en la búsqueda de este archivo

GSC/ATJ

  • Laura Sánchez Ley
  • Es periodista independiente que escribe sobre archivos y expedientes clasificados. Autora del libro Aburto. Testimonios desde Almoloya, el infierno de hielo (Penguin Random House, 2022).

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