Definitivamente esa no fue la tarde de Ramiro Hernández Medina, uno de los custodios de la torre de vigilancia en el penal de Santa Martha Acatitla. Cerca de las 18:00 horas, estaba de turno y escuchó un sonido ensordecedor. No sabía qué era y tardó en captar de dónde provenía. De pronto, se le apareció un helicóptero azul celeste sobrevolando la barda sur del penal. Ramiro se tiró al piso del susto y, apenas asomó la cabeza por la ventana, lo vio descender en el patio del pabellón número uno. Era el 18 de agosto de 1971.
Ramiro, de 50 años, que apenas terminó la primaria, intentó accionar un botón de alarma en la torre de control, pero realmente no sabía hacerlo. Tomó el viejo teléfono de la torre para llamar a los jefazos, sin embargo la línea sonaba ocupada. Así que desde la torre gritó a otros custodios pero nadie lo escuchó: el taca-taca de las hélices opacaba todo.
En medio del caos recordó que desde hacía tiempo los teléfonos de Santa Martha “andaban muy mal”, como todo en el penal de Iztapalapa, al oriente del entonces Distrito Federal, donde las autoridades del Departamento de Policía y Tránsito tenían entonces a mil reos en celditas que, más bien, parecían cuartos de vecindad.
A Ramiro le habían dado un rifle Mosquetón de siete milímetros cuando ingresó en 1964 a la policía de Tránsito, así que se envalentonó y trató de dispararle al helicóptero desde la torre de vigilancia. Pero recordó que sólo la había usado un par de veces en el entrenamiento hacía unos seis años y que realmente no sabía disparar. Frente a él y, apenas en dos minutos, el helicóptero aterrizó y se llevó a dos reos consigo. Es una de las fugas más épicas en la historia de Santa Martha Acatitla.
Después, ahora sí los teléfonos volvieron a funcionar. En cuestión de segundos empezaron a llegar los telefonemas de otros custodios que preguntaban con desesperación: ¿qué había sucedido? “Un helicóptero bajó y no sé [a] cuántas personas se llevó”, intentaba explicar Ramiro, aún agazapado en la torre de control aquel día de agosto.
Pero no todo fue en vano. Ramiro después daría una pista a las autoridades de cuánto tiempo tardó en fraguarse este escape: unos tres años atrás había escuchado una plática entre dos reos, uno era un gringo que se apellidaba Kaplan, quien le decía a otro, un venezolano, que algún día se iba a escapar en un helicóptero. Pero Ramiro no los tomó en serio: en Santa Martha todos los reos fantaseaban con escapar.
Ramiro sostuvo ante la policía secreta que cumplió siempre con su trabajo y que, incluso, como lo marcaban los manuales de la corporación, “siempre que ocurre un hecho importante hay que saber la hora”, anotó que los hechos ocurrieron a las 18 horas con 40 minutos. “Pero sí quiero dejar asentado algo: de haber disparado le hubiera apuntado para darle”, dijo ante el Ministerio Público, intentando limpiar su nombre.
El 18 de agosto de 1971 un helicóptero descendió hasta el patio de un penal de máxima seguridad para rescatar a un comerciante estadounidense, Joel David Kaplan y a su amigo, un falsificador venezolano, Carlos Antonio Contreras.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye este caso gracias a expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Casos como éste revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.
Kaplan y Contreras, dos tipos de cuidado en Santa Martha
Cuando Joel David Kaplan ingresó al penal tenía 42 años, había nacido en Nueva York y, desde muy joven, había transitado entre México y Estados Unidos haciendo negocios. Según su propia versión, el negocio familiar había sido la producción de azúcar. En la década de los sesenta terminó conociendo a un hombre, Louis Melchior Vidal Jr, otro empresario que vivía en México, con el que compartía inversiones en el sector azucarero.
El 11 de noviembre de 1961 ese hombre sería asesinado en la Ciudad de México. Su cuerpo fue encontrado en un paraje de la carretera que conectaba la capital con la ciudad de Cuernavaca. Los diarios de la época fueron explícitos al relatar cómo había quedado irreconocible. Ya muerto, una jauría de perros hambrientos lo devoraron.
La investigación estuvo centrada en corroborar la acusación de la viuda de Melchior Vidal, quien aseguraba que el único con un móvil para asesinarlo era su socio Kaplan. Sin embargo, la policía jamás logró comprobarlo. Aún así inició una persecución por todo el mundo. Finalmente en marzo de 1962, sería detenido en España y extraditado a México. Una ficha de la Secretaría de Gobernación explica que Kaplan ingresó a Santa Martha Acatitla el 28 de mayo de 1963 por el delito de homicidio calificado, luego de haber sido sentenciado a 27 años de prisión. Hay informes que revelan que entre ese año y 1969 intentó fugarse dos veces en un tractocamión.
Pero la vida de Kaplan cambiaría cuando conoció a un hombre, Carlos Antonio Contreras, un venezolano bien carismático de 42 años, que decía haber sido piloto militar del ejército de su país. De hecho su ficha de ingreso al penal revela que su versión era verdad: tenía cicatrices en la pierna izquierda causadas por impactos de bala y marcas en el pecho idénticas a las que causa una bayoneta, una especie de cuchillo que usaban los militares por esa época. Fue encarcelado en 1969 por los delitos de fraude y falsificación de documentos y sentenciado a nueve años en prisión.
El venezolano era todo un personaje: lo apodaban El Maestro porque dirigía la compañía de teatro del penal. Incluso se había ganado el afecto de custodios de alto nivel que le daban trato VIP. Rápidamente se adaptó a la vida en prisión e incluso lo disfrutaba.
David Kaplan no: había intentado salir de prisión por distintas vías legales, gastando miles de pesos en los honorarios del abogado Víctor Velasquez, un rockstar de las leyes en esa época, conocido por su defensa de criminales y narcotraficantes de alto perfil. Se ganó el apodo del Abogado del Diablo. Pero con David Kaplan fracasó en todos sus intentos, así que él y su defensa comenzaron a sobornar a todo el personal del penal, que era pobre y sin educación, para aligerarles el fin de mes.
En el expediente de Kaplan en México hay un testimonio rendido ante la Dirección General de Policia y Transito, que revela las concesiones que tenía en prisión. El teniente coronel José Luis Campos Burgos, relataba que cuando fue nombrado director del penal en enero de 1971, se dio cuenta de que Kaplan y Contreras eran unos verdaderos pillos profesionales. En sus primeros recorridos por el penal, se encontró con que tenían dos años y medio viviendo en el hospital del penal con las consideraciones de enfermos. Pero no se veían mal, así que empezó a revisar sus expedientes médicos y corroboró que no había justificación para pasar todo el día en cama.
Cuando Campos Burgos interrogó a Kaplan, éste le explicó que padecía de una enfermedad cardiovascular. Pero para la mala suerte de Kaplan –en esta historia la mala suerte no es casualidad–, Campos era médico militar y su especialidad era la cardiología.
“Le hice un examen y me di cuenta que no existía razón para que estuviera hospitalizado”, declaró sobre Kaplan. De Contreras dijo que ese reo no tenía absolutamente nada: realmente eran un par de adictos al alcohol, que el mismo Contreras traficaba desde el exterior y que también vendían a precios exorbitantes a otros reos dentro del penal. Ambos fueron desalojados del hospital y enviados a vivir con la población en reclusión.
Kaplan se quejó con la embajada de Estados Unidos, quien le pidió al director del penal que tuviera alguna consideración con su ciudadano. El gringo se había victimizado y dijo que su adicción a la bebida le habían generado problemas psicológicos. Fue así que Campos Burgos lo mandó a trabajar a la biblioteca del penal pero Kaplan solo acudió dos días a trabajar. Cuando le preguntaron por qué no había regresado, contestó sin miramientos: tenía que levantarse muy temprano y no le gustaba.
Kaplan y Contreras pasaban todo el día en la celda que compartían juntos, bebiendo y planeando su gran escape.
Hacinamiento y autogobierno imperaban en Santa Martha
A principios de 1971 Santa Martha Acatitla era tierra de nadie. En ese entonces la operación del penal dependía de la Dirección General de Tránsito del Distrito Federal. Su director era otro militar, Rogelio Flores Curiel, quien en junio de ese año sería acusado de ser uno de los responsables de la matanza del 10 de junio de 1971, conocida como El Halconazo, donde fueron reprimidos y asesinados cientos de manifestantes en el casco de Santo Tomás.
Los testimonios de los custodios que trabajaron ese año revelan la precariedad, el hacinamiento y el autogobierno que imperaba en el penal. Los custodios estaban “mal pagados y mal vestidos, resultado de la misma extracción social de los internos, con muy bajo índice de cultura”, declaró ante la policía secreta el director del penal Campos Burgos.
Cuando éste tomó el cargo en enero de 1971, solicitó un aumento de sueldo para todo el personal, pero se lo negaron. También intentó que los custodios tuvieran por lo menos un certificado hasta sexto año de primaria. No concebía que la mayoría de sus trabajadores no hubieran terminado ni la primaria. Burgos también comenzó a solicitarles exámenes psicológicos e instauró, como requisito de contratación, el certificado de antecedentes policiales.
Juan Tovia Martínez, jefe del cuerpo de vigilancia de Santa Martha, declaró que por ese entonces había más de mil internos, que se dividían en cuatro pabellones con dormitorios. Dijo que aunque existían reglamentos al interior del penal no se cumplían estrictamente “ya que tenían que darle cierta elasticidad para hacerlo funcionar”. Cuando observaban buena conducta en los internos, se les permitían ciertas facilidades de desplazamiento, les dejaban las celdas abiertas para que circularan por donde quisieran. Tovia reconoció que entre los internos que tenían ciertas consideraciones estaba Carlos Antonio Contreras, el venezolano a quien llegó apreciar porque había sido un militar como él.
“Era agradable y desarrollé cierta simpatía [...], le daba un trato un poco preferente”, reconocería ante las autoridades. Dijo que incluso Carlos Antonio le confió que tenía muchas esperanzas en obtener su libertad, pues sus amistades en el gobierno venezolano querían sacarlo pronto. Pero no pasó. La última vez que supo de él fue el 18 de agosto de 1971, por el mediodía, cuando le envió a su oficina una rebanadita de pastel y una langosta.
Después se escaparía, la puñalada en el corazón.
Un incendio y una función de cine precedió la fuga del penal
El 18 de agosto, a las 17:00 horas, las autoridades penitenciarias decidieron armar una función de cine dentro del penal. Aunque era el día de visitas, acordaron desde temprano que les proyectarían una película a las 17:30 horas. Casi nunca se llenaban estas funciones, pero ese domingo acudieron 570 reos.
Uno de los vigilantes, Joaquín Carrión Oliva, recordó que cerca de las 18:00 horas supo que altos mandos de la penitenciaría se retiraron a tomar un café en una casa cercana al penal, así que prácticamente se habían quedado solos. Recuerda que a esa hora también empezó un griterío, el movimiento, pues la función de cine había terminado e intentaban controlar a los reos que salían de la proyección.
Joaquín le dijo a los otros vigilantes que estuvieran atentos del barullo. Él permaneció cerca de las oficinas centrales de vigilancia del penal, cuando escuchó un ruido extraño, como de una máquina muy vieja haciendo escándalo.
Lo primero que se le ocurrió fue voltear a ver a otro compañero de trabajo que estaba con él y le dijo “ponte abusado”. Su buen oído lo hizo detectar que el sonido venía cerca de uno de los patios, así que decidió salir. Sin embargo su atención se distrajo cuando otro vigilante le avisó que se estaba quemando el dormitorio en el pabellón uno, justo donde se encontraban recluidos reos como Kaplan y Contreras. Mientras intentaban mitigar el fuego, llegó corriendo el custodio Guadalupe Roque y le soltó la noticia:
“Un helicóptero se llevó a dos reos”, le dijo. Joaquín alcanzó a gritarle: “¡y qué hiciste!”, sin embargo su compañero le dijo que nada. Que podía hacer un guardia con un arma vieja que no sabía si funcionaba. Nada.
Fue Carrión quien declaró ante la policía secreta, que él tampoco hizo nada porque nadie activó la alarma y se enteró tarde. Matías Salinas, otro custodio, declaró que él vio cuando un helicóptero descendió muy bajo, pero que jamás llegó a tocar el piso, que un hombre desde ahí había ayudado a Kaplan y a Contreras a subirse. Otros custodios declararon que trataron de accionar las armas pero que se les atoraron y, otros más, que no supieron qué hacer en el momento del escape.
El escape de David Kaplan terminó en Brownsville, Texas
Hoy los documentos revelan que la fuga fue así: el helicóptero que ayudó a escapar a Joel David Kaplan, salió del aeropuerto de Mcallen, Texas, a las 9:55 horas del 17 de agosto, con rumbo a Reynosa. Este helicóptero azul celeste, con capacete y puertas pintados de blanco, era un Belt 476, con la matrícula N-7079-C y era propiedad de la empresa Natrola Service Inc. del estado de Wyoming.
Iba tripulado por Roger Gutiérrez Herhener y al llegar a Reynosa, a las 10:00 horas, fue documentado por el Agente de Migración número 40, quien le extendió la forma migratoria FM-5 No. 4898913, como turista. La FM-5 revela que Roger era un piloto aviador de 29 años, un tipo de 1.80 metros, “hippie”, de cabello castaño y barba abundante. A las autoridades les afirmó que sólo estaba volando la aeronave porque quería ir de pesca cerca de la Ciudad de México. Sin hacer preguntas, los agentes de migración lo dejaron volar.
Entre las 14:00 y las 14:30 horas, aterrizó en La Pesca, Tamaulipas. A las 18:20 horas, el helicóptero llegó al aeropuerto de Tamuín, en San Luis Potosí, donde cargó 300 litros de combustible en cinco botes de plástico. Luego llegó a Pachuca, Hidalgo, donde volvió a cargar 25 galones.
El 18 de agosto este piloto aterrizó en los patios del penal para rescatar a Kaplan. El comerciante gringo le habría pagado miles de dólares por el rescate. Después de salir de los patios de la prisión se dirigió rumbo a Actopan, donde una avioneta Cessna Centurion, matrícula N-94-62-X, los esperaba para volar rumbo a Estados Unidos, mientras un Cadillac último modelo les alumbró la pista.
La avioneta Cessna llegó a Brownsville, Texas, a las 23:15 horas del 18 de agosto de 1971. Kaplan vivió tranquilamente con su esposa y su hijo en Estados Unidos donde nunca fue acusado de ningún cargo mientras que Contreras desapareció sin dejar rastro.
Paolo Sánchez Castañeda colaboró en la búsqueda de este archivo
GSC/AMP