Cuando la policía llegó a la escena del crimen para detener a Jesús Hernández Alcocer, esposo de Yrma Lydya, éste no se quedó callado.
Los testigos dicen que quiso utilizar la vieja práctica que durante años le había funcionado: dijo ser un hombre “influyente” y amenazó a los oficiales.
Su palabra ya no fue suficiente para evadir la ley.
A Hernández Alcocer le gusta el poder; usarlo y rodearse de él. Sentarse, regodearse con quienes lo ejercen. Eso explica que en momentos en los que se siente pleno, el escenario tenga que ser tan refinado como un restaurante de alta alcurnia, de buena fama, de platillos caros, como el Suntory.
En ese famoso restaurante japonés de la colonia Del Valle, que “colabora en la creación de un estilo de vida rico y próspero”, Hernández ha vivido al menos dos de los momentos que han marcado su biografía y en los que se ha embriagado de ese poder que lo atrae.
El primero, aquella reunión de junio de 2011 con el obispo Onésimo Cépeda en la que celebraban juntos, acompañados del litigante Alejandro Luna Fandiño, un fallo judicial a su favor obtenido, supuestamente, al sobornar a otros dos magistrados federales, con lo que habrían consumado un fraude por 130 millones de dólares.
El segundo, también en junio, pero 11 años después, el asesinato a quemarropa de su actual esposa, la cantante Yrma Lydya, 58 años menor que él, a la que antes de que se divorciaran, prefirió darle tres balazos. El poder embrutece.
Hay quienes también lo vinculan con Genaro García Luna, el secretario de Seguridad de Felipe Calderón, acusado de nexos con el narco; con el diputado panista Federico Döring y hasta con el ex presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Édgar Elías Azar. Todos, personajes con polémicos historiales.
En los círculos políticos también se menciona que el litigante es cercano al general Audomaro Martínez Zapata, director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), organismo que sustituyó al Cisen.
Sus anteriores esposas, veinteañeras también, dicen las versiones de las redes sociales, murieron en situaciones vagas y sospechosas: una de ellas, a causa de una caída “accidental” desde un edificio, y otra, por un supuesto “suicidio” de dos balazos.
Tras esa escena de anoche en el Suntory, ya nada quedó de ese hombre “maravilloso y caballeroso” que un día Carmen Salinas, madrina profesional de Yrma Lydya, halagó en una entrevista con la cantante.
“¡Cómo te quiere y cómo te cuida! ¡Qué atento es! ¡Qué educado!”, dijo la productora, que un 16 de julio fue a comer a casa de la pareja.
Desde joven, el poder le llamaba e inquietaba a Jesús Hernández Alcocer, y quizás por eso, a sus 20 años decidió inscribirse en la carrera de Ciencias Políticas en la cuna de esa licenciatura, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que en 1963, hervía de ímpetus revolucionarios.
Pero quizás de la política aprendió no lo virtuoso, sino lo malicioso, lo perverso. Por eso, probablemente, vivió tantos años ostentándose como abogado cuando no lo era, aunque fuera su verdadera vocación.
Una denuncia penal circulada en redes sociales lo pinta en la que podría ser su verdadera esencia: “dentro del litigio utiliza a diversos abogados, sin embargo, es conocido por su gran ‘audacia’ para lograr sus ilegales cometidos, tan es así que presumiblemente cuenta con diversas indagatorias por dicho delito y el de usurpación de profesión, además del delito de extorsión”.
Algo en el poder de los jueces le atrae y por eso se le señala de tener “innumerables relaciones en el Poder Judicial, tanto local como federal, así como ambas procuradurías”.
Presentarse como abogado sin serlo, tal vez sí metió en aprietos a Hernández Alcocer, que, en 2017 ─o quizás sólo para coronar su vocación─ y sin importar sus 74 años, obtuvo el título como licenciado en Derecho en una universidad privada poco conocida, la Universidad del Distrito Federal, institución de la que no se tiene mucha certeza de quiénes la hayan fundado o quiénes sean sus autoridades, pues en su sitio de internet no lo refieren.
Toda esa parafernalia del influyentismo, del amiguismo con abogados y de cercanía con el poder, no le sirvió la noche de ayer.
Un escolta de otro comensal del Suntory lo detuvo antes de que lograra huir tras dejar tendida y sangrando a su esposa. Su BMW se quedó esperando en el estacionamiento, mientras él, su figura, su poder, se desvaneció frente a una fotografía que lo muestra esposado, viejo, con los pantalones sostenidos con tirantes y el rostro difuminado, como todo un presunto delincuente.
DMZ