El mismo 24 de mayo de 1993, el entonces procurador Jorge Carpizo ofreció una primera versión del crimen del cardenal Juan Jesús Posadas (Salvatierra, 1926): “murió en el fuego cruzado entre dos bandas de narcotraficantes” que se encontraron en el aeropuerto de Guadalajara.
El dictamen forense desmintió más tarde a Carpizo: los 14 balazos que recibió el cardenal en el pecho habían sido disparados a quemarropa. En una segunda versión que comunicó Carpizo, basada en las declaraciones ministeriales que rindieron pistoleros al servicio de los hermanos Arellano Félix, los sicarios confundieron a Posadas con Joaquín El Chapo Guzmán, a quien habían planeado asesinar en Guadalajara. Es decir: para el gobierno mexicano, el asesinato del cardenal fue “una terrible confusión”.
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La PGR distribuyó entonces carteles con fotografías y retratos hablados de Guzmán, de Héctor El Güero Palma y de Benjamín Arellano, acusándolos del homicidio del cardenal y ofreciendo hasta 15 millones de aquellos pesos como recompensa. Esa fue la primera vez que se expusieron públicamente los rostros de los tres narcos. Exhibieron a otro de los Arellano, pero no era la foto de Javier, sino de Eduardo, otro de los hermanos. La versión de la confusión se consolidó días después, cuando Guzmán, ya arrestado, declaró que los Arellano habían intentado matarlo en el aeropuerto.
El entonces obispo Juan Sandoval Íñiguez y otros jerarcas de la iglesia católica no sólo rechazaron el relato de la PGR; también lucraron con él: filtraron información del expediente y divulgaron el “crimen de Estado”, idea que usaron para que el presidente Carlos Salinas les otorgara más privilegios.
El magnicidio de Juan Jesús Posadas Ocampo
El “crimen de Estado” tomó forma el 9 de marzo de 1999, el día en que José Alfredo Andrade Bojorges, ex abogado de Amado Carrillo, declaró ante un ministerio público federal que su difunto jefe, una hora después del homicidio del cardenal, recibió información por parte del general Jesús Gutiérrez Rebollo de que los responsables del crimen “no habían sido los Arellano ni El Chapo”, sino “personas con pelo corto, vestidas con pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y botas nuevas con las que se les dificultaba correr”.
Pero empecemos por el inicio, cuando el cardenal está nadando en su casa de Tlaquepaque y recibe una tempranera llamada de Girolamo Prigione, nuncio del Vaticano en México. Según Prigione, le habla para decirle que no es necesario que vaya a recogerlo al aeropuerto, pues se han ofrecido para trasladarlo los empresarios que lo han invitado a Guadalajara para inaugurar una importadora de muebles. Posadas insiste y le avisa que irá a recogerlo en un Grand Marquis blanco, recién salido de agencia.
Que Posadas acuda personalmente tiene una intención política: el cardenal busca la candidatura para el arzobispado de México, intención a la que se oponen los jesuitas porque Posadas ha sido su adversario histórico, además de ser un férreo opositor de la teología de la liberación.
“Se supo que el cardenal había acusado de supuestas actividades subversivas a algunos religiosos ante los aparatos de seguridad del Estado”, escribe Bojorges en La historia secreta del narco, libro que publicó a finales de 1999.
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Mientras Posadas desayuna, Ramón Arellano —que días atrás ha volado a Guadalajara, acompañado de varios de sus sicarios para asesinar a El Chapo— les avisa a los pistoleros que el operativo se ha frustrado. El informante de Ramón, Rodolfo León Aragón, entonces jefe de la Policía Judicial Federal, ha recibido informes de que Guzmán anda fuera de la ciudad. Esa misma tarde volarán a Tijuana, pero tienen la mañana libre.
En declaraciones ministeriales obtenidas por el periodista Sebastian Rotella, el joven pistolero Ramón Torres, Spooky, cuenta que viajan a Guadalajara con la promesa de 30 mil dólares a quien mate a Guzmán. Un tanto frustrados, Spooky y otros dos pistoleros del Barrio Logan de San Diego (Puma y Cougar) se van a un centro comercial, compran camisetas y zapatillas deportivas, y llegaron antes de las 3.30 de la tarde al aeropuerto.
En el mostrador de la aerolínea se encuentran a Ramón y a Javier Arellano, acompañados de Jesús Bayardo, un pequeño traficante del cártel que estaba borrachísimo y que, por lo mismo, le negaron la expedición de la tarjeta de embarque.
La balacera en el aeropuerto de Guadalajara
Mientras Puma atiende a Bayardo, un Buick se estaciona frente a la terminal: ahí viene El Chapo con tres sicarios. Spooky reconoce a Guzmán al recordar la fotografía que tenían colgada en una pared, pero él ya ha pasado el punto de revisión, lo mismo que el Cougar. Entonces Puma saca su pistola y empieza a dispararle al Chapo.
A las 15:35 horas, según la mayoría de las versiones, el cardenal ingresa al estacionamiento del aeropuerto. El Grand Marquis en el que viaja es conducido por Pedro Hernández, su chofer desde dos años. Delante de ellos va un Buick blindado que maneja Héctor Guzmán Leyva, primo de El Chapo, que viaja de copiloto.
Los escolta un Cavalier y una Suburban, tripulada ésta por Antonio Mendoza Cruz, guardaespaldas personal de Guzmán. Mendoza se percata entonces de que un comando de sicarios desciende “de un convoy de varias camionetas”, las mismas de las que Bojorges hablará en su declaración ministerial. “Al ver el Marquis del cardenal, los asesinos gritaron: ‘Ahí está el señor’. Siete hombres armados corrieron hacia el auto”, según Bojorges y sigue contando que Posadas se percata del movimiento de los hombres. Al tratar de cerrar la puerta, uno de los atacantes se lo impide con un AK-47.
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En la versión de Guzmán, éste llega al aeropuerto para volar hacia Puerto Vallarta pero, cuando baja del Buick, Martín Moreno Valdés, quien lo acompaña, le avisa que “personas armadas” están “bajando de varios vehículos” y empiezan a dispararles. Guzmán se tirara al piso y se arrastrara hacia la puerta del edificio del aeropuerto, junto con uno de sus pistoleros. Se cuelan a un área de embarque y se echan a correr por la orilla de la pista. Le roban a un taxista su auto y huyen.
De acuerdo con Bojorges, Amado se enteró de los hechos una hora después y de inmediato “armó su verdad”: los Arellano Félix y el cardenal, con buena relación desde que Posadas bautizó en Tijuana a la hija de Benjamín, llegaron juntos al aeropuerto y quien empezó la balacera fue El Chapo, el mismo cabrón que Amado ordenó eliminar días atrás pues se negó a trabajar la plaza de Tepic.
Amado “trató de comunicarse con el general Gutiérrez Rebollo y con León Aragón”. Ninguno le contesta. “Mandó a buscar a Palma”, quien le dijo que El Chapo “tenía marcaje personal”. Imposible que haya sido él. “Tampoco los Arellano”. ¿Entonces?
¿Quién mató al cardenal Jesús Posadas Ocampo?
Bojorges cuenta que el 25 de mayo, a las cinco de la mañana, Javier Coello Trejo, entonces funcionario de la PGR, llegó a la casa de Amado en Cuernavaca y “le explicó que había hablado con el delegado de la PGR en Jalisco, Antonio García Torres, y que era sumamente urgente entregar al Chapo”. Amado “detectó los movimientos” e “identificó la Suburban en la que viajaba” Guzmán, “con lo que fue factible” su detención el 9 de junio de ese 1993, en Guatemala.
Regresemos al 24 de mayo de 1993:
Puma alcanza a subirse al avión. “Chingamos al Chapo”, le dice a Spooky mientras Bayardo es arrestado en el aeropuerto. Con el testimonio de Bayardo las autoridades empiezan a reconstruir una parte de lo sucedido. Los pistoleros más jóvenes, mientras tanto, apenas aterrizan en Tijuana, les ordenan cruzar hacia San Diego y esconderse. No falta quien pinte en el Memorial Park de Barrio Logan el siguiente graffiti: “Fuck the Cardinal. We’re back”.
Según Rotella, quien que no cumplió la orden de ocultarse es Cougar (Jesús Zamora), pues “encuentra a Dios” cuando lee su nombre en una nota del periódico, donde se le señala como asesino del cardenal. “Corre hasta Lompoc, un pequeño pueblo cerca de una base militar al norte de Santa Bárbara”, escribe Rotella, y les dice que Dios lo ha mandado ahí para entregarse. En las horas siguientes serían arrestados el Spooky y el Puma y lo extraditarían a México.
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Con las confesiones de ambos, la PGR concluye que los Arellano “no tenían ningún plan para tenderle emboscada alguna al Chapo en el aeropuerto”, pero eso contraviene su propia versión de que “secuaces de los Arellano habían reunido cinco vehículos llenos de armas en el estacionamiento para una ‘cuidadosa’ operación y de máxima seguridad”.
Mientras el Puma es torturado en una prisión militar y condenado a 123 años, Spooky es asesinado en su celda. Mientras Cougar pasa más de un año en la correccional de San Diego, Benjamín y Ramón Arellano, quienes se han escondido en California, se reúnen con Prigione en la Ciudad de México, en diciembre de 1993 y enero de 1994.
“Los hermanos le afirmaron que no habían matado al cardenal y que Ramón era, en realidad, la víctima”, resume los encuentros Rotella, encuentros de los que no se supo hasta finales de julio de 1994, cuando Amado filtró la información a sus amigos periodistas. Benjamín Arellano, a través de su esposa, terminó concediéndole al periodista Rafael Medina, de Excélsior, una entrevista telefónica que desató que Prigione aceptara que las reuniones eran verdaderas y a que revelara que el presidente Salinas y todo su gabinete de seguridad supieron todo y no detuvieron a los Arellano.
Como ocurre en México, la desmemoria y un crimen peor que el de Posadas, olvidó el crimen del cardenal.
El 15 de abril de 2011, 18 años después del crimen, Benjamín Arellano, preso desde 2002, pudo rendir su primera declaración sobre el asesinato de Posadas. Tras nueve años de aislamiento en El Altiplano, dijo: “León Aragón me dijo que él y un comando de la federal mataron al cardenal porque proporcionaba armas a la guerrilla”.
También lo acusó de extorsionarlo con 10 millones de dólares y con entregarle seis domicilios para catearlos a cambio de no involucrarlos en la investigación. Dos semanas después, Benjamín fue extraditado precipitadamente y sin seguir el procedimiento reglamentario.
Para ese entonces, en la prensa mexicana ya había circulado de todo: desde que la madre Felisa, ama de llaves del cardenal, compró a la aseguradora los asientos delanteros del Grand Marquis y contó 38 hoyos, además de hallar dos ojivas de bala encajadas en los cabezales, hasta que los asesinos del cardenal “abrieron el vehículo para sustraer un portafolio”, donde “estarían las pruebas de la relación del narco con Raúl Salinas”, hermano mayor del presidente.
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Anabel Hernández consigna en uno de sus libros que “un ex secretario de la Defensa Nacional reveló a sus allegados que en una reunión se maquinó el operativo para matar al cardenal”. En el encuentro, según Anabel, “estuvieron presentes José María Córdoba Montoya (entonces secretario particular de Salinas), Manlio Fabio Beltrones (entonces gobernador de Sonora), Jorge Carrillo Olea (en ese momento el zar antidrogas) y Emilio Gamboa Patrón (secretario de Comunicaciones y Transportes)”.
Posdata: en 2018 visité Mochis para indagar sobre la captura del Chapo, ocurrida dos años antes. Como suelo hacerlo, hablé con reporteros locales para que me ayudaran con fuentes e información. Extractivismo puro (pero ningún periodista se los va a decir). En la conversación, un colega, cuyo nombre no puedo revelar, me contó que la noche del 24 de mayo de 1993, mientras las autoridades mexicanas construían la versión de la confusión, un tal Güero Camarón (¿Cuauhtémoc López Corral?), “el secuaz mayor de los Arellano en Guadalajara”, había volado a Sinaloa y estaba en “una carne asada”, contando que él, “de tan drogado que andaba, pensó que Posadas era El Chapo porque éste solía disfrazarse hasta de cardenal” y le descargó la metralleta.
Sigo pensando que ni siquiera quienes le dispararon a Posadas supieron bien a bien porqué le disparaban.
REFERENCIAS...Fuentes
Escándalo en México por reunión de nuncios con narcos, El Tiempo, 29 de julio de 1994; María Elena Medina, Admite Prigione ver a los Arellano, Reforma, 30 de julio de 1994; Sebastian, Rotella Twiligth on The Line (uncorrected proof copy), Norton, 1997, pp. 166-170; José Alfredo Andrade Bojorges, La historia secreta del narco, Desde Navolato vengo, Océano, 1999, pp. 102-105, 109, 116-117 ; Blancornelas, Jesús, El Cártel, Debolsillo, 2005, pp. 196, 308, 314; Anabel Hernández, Los señores del narco, Grijalbo, 2010, pp. 22-23, 30-32, 42-46; Juan Carlos Reyna y Farrah Fresnedo, El Extraditado: Benjamín Arellano Félix, Grijalbo 2014, pp. 18, 60-61, 88-95.
ATJ