Cuando Sandy Ríos se inició en el negocio de la prostitución tenía poco de haber cumplido los 21 años, venía de una relación amorosa fallida con el padre de su hija, quien no supo afrontar un problema de discapacidad con el que nació la pequeña.
El pronóstico de los médicos sobre la condición de la niña era que únicamente viviría algunos meses, pero afortunadamente ya pasaron más de 8 años y es el pilar de Sandy, quien hoy tiene un empleo en una dependencia gubernamental y dejó atrás el mundo del sexo servicio.
Al mirar en retrospectiva, considera que su condición de vulnerabilidad y falta de oportunidades la llevaron a ese “mundo” donde prevalece el machismo y la violencia.
Recuerda que después de tocar muchas puertas con solicitud de trabajo en mano, consiguió empleo en un bar donde ganaba 60 pesos por jornada más propinas en un horario de 5 de la tarde a cuatro de la mañana. Terminaba agotada pero su rol de jefa de familia le exigía estar alerta para atender las necesidades de su hija.
Durante los primeros días sentía desagrado por los piropos y bromas de los clientes, pero sus compañeras le recomendaron “apechugar”, hacer de “tripas corazón” y verlos como una oportunidad.
“Pórtate coqueta con el cliente y que te dé la propina por debajo del agua”, le dijeron.
Aunque en principio se resistió a seguir el consejo de sus compañeras, la necesidad la orilló al juego de la coquetería y pronto las propinas aumentaron.
“A veces me daban 200 o 300 pesos, pero también conforme va avanzando te piden que les aceptes una salida, muchos bastante tomados te piden que los dejes agarrarte la mano, que los dejes tocarte o abrazarte y poco a poco sin que te des cuenta te ofrecen 500 pesos para que te dejes manosear en los baños, todas las compañeras lo hacíamos, todas las ayudantes de meseros”, relató.
Pronto pasó de servir tragos a prostituirse para costear los gastos del hogar. Entre varias compañeras rentaban un cuarto, se dividían los gastos y pagaban una comisión para ser “cuidadas”.
“Por un servicio completo me quedaban 700 pesos, pero no era por hora, era hasta que el cliente terminara, eso también te pone en cierta vulnerabilidad. A muchos hombres les gusta experimentar con la humillación”.
¿Se transforman?
“Sí. La mayoría de los clientes van, no porque no tengan una pareja, sino para hacer todo aquello que no pueden hacer con su pareja”.
Pronto no pudo pagar la protección y Sandy no tardó en sufrir humillaciones, abusos y violencia por parte de algunos clientes, pero cuando pasaba por aquellas situaciones hacía un esfuerzo por escapar de la realidad y dejar su cuerpo a merced de aquellos desconocidos.
Pensaba que el dolor era pasajero y aguantaba todo al acordarse que no tener para comprarle medicamentos a su hija o no poder darle de comer era más doloroso. Una infección de transmisión sexual la hizo replantearse lo que estaba haciendo y cuestionarse si la afectación a su salud, el daño emocional y físico valían la pena.
“Muchas veces los hombres que no traen preservativo es porque ya traen algo (infección) y no les importa contagiarte, un hombre sano que sabe que eres sexoservidora trata de cuidarse y usa preservativo, pero si ya trae algo pues qué más da, no lo usa y tú no puedes decirle: no te voy a dar el servicio, porque resultan ser violentos, incluso se dan violaciones, sin pago, sin nada”.
¿Te pegaron alguna vez?
“Sí, me pegaron muchas veces, lo que más recuerdo es que a la mayoría les gustaba escupirme, les gusta mucho que estés en el piso también, les gusta ver cosas que están influenciadas por la pornografías que son dolorosas físicamente”.
Sandy considera que la falta de regulación provoca un vacío que es aprovechado por algunos narcotraficantes metidos en el negocio de trata.
“Eso le da poder al narco para hacerse cargo de este tipo de negocios, la mayoría de los que tienen bares de este tipo son personas que se dedican al tráfico y que tiene protección, aquí no se habla de la desaparición de sexoservidoras, cuando se han dado casos de desaparición de mujeres, muchas veces no dicen que son sexoservidoras porque luego no las quieren ayudar y cuando se llega a decir, ni siquiera sale en los medios, ¿a quién les interesan las sexoservidoras?, ¿quién las protege? ¿Quién nos protege? A mí nadie me protegió. Algunas no pueden salir de ahí, yo corrí con suerte”, relató.
Irónicamente, después de dos años y seis meses metida en la actividad, Sandy logró salir con la ayuda de uno de sus clientes, quien la apoyó económicamente y la protegió de las posibles represalias que pudiera tener por parte de las personas con las que se había asociado.
Considera necesario que se hable sobre el tema, que se reflexione y se busquen soluciones para miles de mujeres que por desgracia no cuentan con ningún tipo de protección y ponen en riesgo su vida al buscar el alimento para su hogar.
El 17 de diciembre de cada año se conmemora el Día Internacional para poner fin a la violencia contra las trabajadoras sexuales, a partir de los crímenes violentos ocurridos en Seattle entre los 80 y 90, cuando un asesino serial le quitó la vida a más de 49 sexoservidoras con la supuesta finalidad de “limpiar las calles”.
ledz