Lisa Montgomery, originaria de Kansas, era una mujer de 52 años. El día de hoy por la madrugada se convirtió en la primera mujer en 67 años en ser ejecutada por el gobierno federal de los Estados Unidos. Fue sentenciada a muerte por inyección en 2007 y aunque su fecha de ejecución había sido programada para el 8 de diciembre de 2020 inicialmente, varias apelaciones lograron aplazarla hasta el día de hoy.
En 2004 Montgomery se trasladó hasta Missouri para supuestamente comprarle un cachorro a Bobbie Jo Sinnett, una criadora de perros que tenía 8 meses de embarazo. Tras estrangularla, le extrajo al bebé con la intención de hacerlo pasar por suyo, aunque fue recuperado por las autoridades sano y salvo.
Su crimen fue catalogado como “un asesinato especialmente atroz” dado que parecía cruel y sin sentido. Sin embargo, su vida estuvo llena de violencia, abuso sexual, enfermedades mentales sin tratar y falta de protección por parte de la sociedad, que pudieron haber llevado a sus acciones. Fue una historia de terror desde sus primeros años hasta sus últimos segundos.
Infancia y adolescencia de abuso
Judy Shaughnessy, su madre, golpeaba y atormentaba a todos sus hijos. Incluso declaró orgullosamente a los investigadores que las primeras palabras de su hija habían sido “No me pegues, duele.”
Su primer padrastro, Jack Kleiner, abusaba sexualmente de ella. Su madre sabía, pero no hizo nada para detenerlo. Al contrario, la pareja llegó a permitir que otros hombres la violaran cuando era adolescente.
Intentos por mejorar
Montgomery fue aceptada en un programa para jóvenes que son los primeros miembros de su familia en ir a la Universidad, llamado Upward Bound. Por motivos económicos no logró culminar su proceso, pero encontró una nueva meta: entrar a la Fuerza Aérea. Quedó embarazada, haciendo imposible que la cumpliera ya que las embarazadas no pueden participar en ningún tipo de servicio militar.
Matrimonios difíciles
Se casó y tuvo cuatro hijos en un periodo de cinco años. Su madre y su primer esposo la presionaron para esterilizarse, causando el aumento de sus desórdenes mentales. En varias ocasiones tiempo después creyó que estaba embarazada y llegó a comprar una cuna y artículos para bebé.
Jamás le contó a su esposo sobre su ligadura de trompas y en 2004 le dijo que estaba embarazada. Su primer esposo la amenazó con exponer su mentira, detonando directamente el asesinato de Stinnett.
Fallas en su defensa
Cuando se preparaba para ir a juicio en 2007 su equipo legal incluía a Judy Clarke, una abogada que comenzó a construir su defensa basada en el historial de abuso y violencia sexual que había vivido, pero fue despedida. El resto del equipo no le dio importancia durante el juicio.
Diagnóstico tardío
Durante su estancia en prisión se diagnosticó que sufría de desorden bipolar, estrés post-traumático crítico y trastorno límite de la personalidad. Era necesario un régimen médico para estabilizarla.
Crueldad en sus últimos momentos
En octubre fue trasladada a una celda especialmente diseñada para que no se suicidara antes de su fecha de ejecución. Las luces blancas de la celda nunca se apagaban y no le permitieron ingresar ningún artículo, solo el delantal de plástico con cintas adheribles que portaba como ropa. Era vigilada por policías masculinos 24/7, incluso cuando iba al baño.
Su salud mental se fue deteriorando tanto que en sus últimas semanas decía escuchar a su madre y a su padre regañándola y que Dios se comunicaba con ella por medio de juegos. El Covid-19 tampoco ayudó a sus tratamientos mentales ya que sus especialistas no podían visitarla.
El lunes 11 de enero fue trasladada a Terre Haute para su ejecución portando esposas en manos y pies, además de un cinturón de seguridad, y custodiada por oficiales federales. Reportes aseguran que para ese momento ya no tenía comprensión alguna de la realidad.
Horas antes de la ejecución se le negó el derecho de ver a su representante espiritual.