Bajo la máxima de no jodas con América porque América te va a joder, Washington siempre se ha ensañado hasta lograr la caída por trituración de sus enemigos. Pancho Villa. Osama Bin Laden. Sadam Husein. Al final, Joaquín El Chapo Guzmán no fue diferente.
Quizá con la excepción de Bin Laden, nunca antes se asignaron tantos recursos o personal para capturar a un hombre como Guzmán, el objetivo número uno de Washington desde al menos principios de este siglo. No se escatimaron recursos, desde satélites, drones, espías, analistas de inteligencia y agentes.
“Era el más grande objetivo de la agencia. Queríamos tener un enfoque de láser sobre El Chapo y creamos una mesa de búsqueda en la embajada de EU en México”, dice Mike Vigil, ex jefe de operaciones internacionales de la DEA y uno de tantos arquitectos de la red que eventualmente llevaría a la captura del líder del cártel de Sinaloa.
“Teníamos muchísimos recursos asignados al caso”, añade en entrevista telefónica. “Muchos agentes en México, EU y otros países dedicados y enfocados a lograr su captura”. La red que daba caza al narco, a la que se inyectaron decenas de millones de dólares por casi 20 años, se extendía desde Washington, pasando por territorio mexicano, Centro y Sudamérica.
En una operación de esta envergadura, el crédito de la caída de Guzmán Loera lo comparten cientos de oficiales de distintos países, desde soldados mexicanos, agentes de inteligencia, guardacostas estadunidenses, militares colombianos y policías federales. Pocas piezas son identificables fácilmente en este entramado multinacional, como Vigil.
Pero hay excepciones. Ahí está el caso de Andrew Hogan, ex agente de la DEA encargado de la mesa de búsqueda en la embajada estadunidense, quien se inmortalizó como uno de los gringos que capturó a El Chapo, cuando participó en 2014 como un infiltrado en el comando de la Marina Armada que derivó en su detención, en un condominio de Mazatlán.
La clave que da idea de la participación de Hogan en la primera caída del capo –la definitiva sería en 2016– es una fotografía de 2014, en la que aparecen tres hombres, dos de los cuales lucen como personal de la Marina. Flanquean al más patético Joaquín Guzmán del que exista registro. Nunca antes se le había visto así, derrotado, sentado junto a una pila de basura, con los ojos cubiertos por vendas elásticas Protec –“ajuste perfecto, seguridad, protección y estabilidad”–, las manos constreñidas como si se fuera un venado.
La humillación en el retrato es total. Los captores posaron con el líder del cártel de Sinaloa convertido en una especie de trofeo, lo cual se acentuaba por una botella de Coca-Cola vacía. Se apreciaba una pistola Glock en el chaleco antibalas de uno. Sus rostros están cubiertos por pasamontañas.
No querían revelar su identidad; después quisieron. A la postre, se sabría que Hogan era uno de ellos, cuando sacó el libro Cazando al Chapo.
Mike Vigil, la mano de la DEA en la caída del capo
Quizá con la excepción de Bin Laden, nunca antes se asignaron tantos recursos o personal para capturar a un hombre como Guzmán, el objetivo número uno de Washington desde al menos principios de este siglo.
Ciudad de México /
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