Seducida por el narcodinero, entregó su vida a los 18 años

Dispuesta a ayudar a su familia, Claudia se dedica a laborar humildemente hasta que conoce a Roque quien, con pasión y dinero, la invita a un mundo de comodidades a cambio de su complicidad.

Claudia sólo tenía 17 años cuando se insertó en el mundo del narcotráfico. (Especial/Archivo)
Raúl Martínez
Monterrey /

Claudia era la mayor de seis hermanos, su padre, un albañil. Su madre, absorbida en la crianza de seis hijos, con el poco tiempo que le sobraba, a veces cuidaba enfermos.

Vivían en una colonia humilde de Juárez. Ahí, con muchos sacrificios y largo tiempo, habían construido una casa poco a poco. Aunque las necesidades eran muchas, Claudia estaba por cumplir sus 15 años y su mayor deseo era que le hicieran una fiesta y le compraran su vestido.

Su sueño era casi imposible. Sin embargo, recordó que una amiga de la escuela le platicó que su fiesta había sido de coperacha y le explicó todo al respecto.

​Claudia más emocionada habló con sus padres y no les pareció mala idea, y la coperacha resultó un éxito. Fue así que con las pequeñas aportaciones de muchos familiares, amigos y vecinos, se hizo la fiesta.

El XV Años fue en su casa y ese día cerraron la calle. Como marca la tradición, bailó el vals con su papá, vecinos y todos los que se apuntaron. Después pusieron la música juvenil de moda... bebieron y todo fue alegría.

La más feliz era Claudia, para bailar con más comodidad se cambió el vestido por una falda corta con blusa escotada. Se veía hermosa. Tanto que uno de los asistentes, ya ebrio la quiso manosear y besar.

Claudia gritó. Su papá enfurecido golpeó, pateó y corrió del barrio al sujeto. La fiesta siguió. Nadie se percató que más tarde el ofendido regresó y cuchillo en mano, a traición y por la espalda, se lo clavó. El papá de Claudia murió ante el asombro de todos.

Después de la fiesta, el velorio... Más lágrimas, más pobreza e incertidumbre y Claudia, triste por lo sucedido, prometió ayudar a su mamá y así lo hizo.

Los fines de semana, ella comenzó a vender tacos, tortas, donas y aguas frescas. Quizá por su simpatía y su belleza que cada día florecía más, casi todos le compraban.

Fue en una pulga donde conoció a Roque. Era un joven agradable como de 22 años, quien le dijo que solo iba para admirarla, que le gustaba mucho. Ella le sonrió y de golpe la invitó a dar un paseo en su coche, pero Claudia le dijo que tenía que vender su mercancía.

Roque sacó su cartera, le dio mil pesos. “Regala todo y vámonos”. Y ese día la llevó a pasear por la región citrícola y sin oponer resistencia, Claudia se dejó abrazar y besar.

A partir de ese día, Claudia se convirtió en la novia de Roque. Ella no sabía nada de él, pero le bastaba que era guapo, rico y tenía coche.

Durante varias ocasiones sucedió lo mismo, Roque le compraba su mercancía y se iban de paseo, pero en cada encuentro la pasión de Claudia aumentaba, hasta que se entregó a él.

Cuando Claudia cumplió sus 17 años, Roque le regaló cinco mil pesos para que se comprara todo lo que quisiera. Para festejar decidieron ir a un motel por la carretera a Reynosa. Iban felices, pero de pronto los tripulantes de otro coche les hicieron señas para que se detuvieran.

Roque obedeció, pero al detenerse, ante el asombro de Claudia, sacó de abajo de su asiento una pistola y disparó contra los dos hombres.

Claudia asustada gritó y le preguntaba por qué los había matado. Roque sin hacerle caso trató de escapar, pero al ver que una de sus víctimas se movía, sacó a Claudia del coche y le puso la pistola en su mano.

Claudia sin comprender nada lloraba y se resistía. La obligó a que metiera el dedo en el gatillo, él se lo apretó y la bala que disparó terminó con la vida del herido.

Y con más brutalidad metió a Claudia al coche. Huyeron. En el camino, Roque le confesó que era narcotraficante y que de eso vivía. Claudia le dijo que no quería verlo jamás.

Roque se sonrió y le dijo: “Ya se te olvidó que tú mataste a uno de ellos. Ahora eres tan criminal como yo, y para que lo sepas, te irás conmigo por las buenas o por las malas”.

Esa noche Claudia ya no regresó a su casa. Le mandó un mensaje a su mamá que se iba con el hombre que amaba, que no la buscara.

En los primeros días, Claudia no dejaba de llorar, pero los regalos de Roque y la pasión que le ofrecía bastaron para que se acostumbrara a vivir con un narco asesino.

Seis meses después Claudia no solo se enseñó a manejar automóvil, también armas y, algo peor, sus buenos sentimientos desaparecieron y se volvió custodia de las personas que Roque y sus cómplices secuestraban. Se hizo cruel y cínica.

Ya no tenía miedo. A sus 17 años, pistola en mano se atrevía a cobrar piso a dueños de diferentes negocios. Estuvo en balaceras contra grupos rivales, en persecuciones con agentes policíacos y militares. Mató a varios enemigos, no supo a cuántos, perdió la cuenta, pero junto con Roque festejaban sus fechorías.

Probó el licor, la mariguana, la cocaína. Cuando no tenía jale le gustaba comprar ropa de marca, tenis de no menos de 5 mil pesos y manejar los coches que su pareja robaba u obtenía en sus extorsiones.

Lo que nunca se atrevió fue a visitar a su madre, pero con sus hermanos pequeños en ciertas ocasiones le mandaba dinero.

Claudia era feliz en el mundo del crimen. Al acercarse su cumpleaños número 18, le pidió a Roque que la llevara en avión a una playa. Él por complacerla le dijo que sí; pero un día antes de cumplir sus 18 años, cuando se dirigían en el auto de uno de sus cómplices al aeropuerto fueron detectados por los agentes que ya les seguían sus pasos.

En el enfrentamiento y persecución, Roque y Claudia fueron abatidos, al igual que el cómplice. Ella quedó con el rostro desfigurado, con una pistola en su mano y en el piso del automóvil, los boletos ensangrentados del avión. Ya no pudo festejar en la playa su mayoría de edad.

Claudia vivió el año más intenso de su vida como si fuera el último, sin saber que así sería: cambió una vida que pudo ser larga por dinero fácil, balas, asesinatos, drogas y una muerte temprana.

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