—¿Por qué te mandan dinero tan fácil? —le preguntan a Érick entre golpes y risas, mientras lo tienen esposado y sometido en el asiento trasero de una patrulla del Estado de México. Los dos policías están emocionados porque en un par de horas se juntaron más de 50 mil pesos y las transferencias siguen cayendo.
—Porque somos amigos y me quieren —les responde orgulloso. En su mente ruega porque sus amigos, familiares, compañeros y socios dejen de enviarle dinero porque en caso contrario su secuestro durará más horas… o días. Ser una persona confiable juega en contra en esos momentos.
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Tecnología y confianza son una mina de oro para los policías corruptos. Ya no tienen que andar en los cajeros vaciando las cuentas; ahora, con la aplicación bancaria en el celular, pueden extorsionar desde su patrulla, en horario laboral y tener acceso a cientos de contactos que cuentan con cierto poder adquisitivo.
Érick Mejía Olivares es abogado, pero dejó su profesión para dedicarse a las ventas. Uno de sus emprendimientos es la crianza y entrenamiento de perros rottweiler, actividad que lo ha llevado a viajar y a conocer políticos, doctores, policías, jueces, empresarios, artistas y todo tipo de personas que les gusta esta raza de perros, reconocida mundialmente por ser excelentes cuidadores y vigilantes.
Tiene contactos en toda la república y en otros países, clientes y amigos de buena posición económica a quienes el 4 de enero de 2024 les llamó para pedirles ayuda, sometido por dos policías corruptos: “Amigo no me preguntes más, estoy en un problema, necesito que me transfieras 50 mil pesos”.
La primera llamada fue a su amigo ‘Bicho’, de Nueva York. Uno de los policías tuvo la audacia de arrebatarle el teléfono a Érick: “Mira cabrón, a este güey lo acabamos de agarrar con drogas y armas, si quieres que salga de este problema mándale el dinero”.
‘Bicho’, apenado, le dice a Érick que en ese momento sólo puede apoyarlo con 15 mil pesos. A los pocos minutos cae la transferencia.
Estacionados en la carretera México-Querétaro, a un costado de una plaza comercial, los policías estatales lo obligaron a realizar más de 25 llamadas. En menos de tres horas, 22 contactos cayeron en la extorsión y transfirieron a su cuenta 58 mil pesos en total: de a mil, 5 mil y hasta 15 mil pesos.
Pero su mando empieza a buscar por radio a estos policías criminales, quiere que se presenten a un servicio. Por eso deciden parar. O porque los amigos de Érick ya lo están buscando. Entre tanto mensaje que le obligaron a mandar por WhatsApp, Erick logró enviarle a su esposa su ubicación en tiempo real y a un amigo decirle que lo tienen secuestrado en una patrulla del Estado de México.
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—Ya valió madre —se queja uno de los policías corruptos. A Erick le bajan las esposas y lo obligan a hundirse en la patrulla, con su cabeza en medio de las piernas. Le echan encima un chaleco fluorescente y se enfilan a otro punto a terminar “el trabajo”.
Erick ve la sirena, escucha los carros que van rápido sobre la carretera, siente cómo dan una vuelta y entran en terracería, empieza a captar un olor fétido y se escucha como un río. “Me van a matar, de seguro ya me están buscando”, pensó.
Minutos después se estacionan frente al canal de Cuautitlán Izcalli, que más adelante se convierte en el río Tula, el mismo donde constantemente aparecen cadáveres. Le dan el número al que debe de transferir el dinero a nombre de Pedro Rodríguez. Tiene que registrar la cuenta porque de otro modo no podrá pasar el dinero. Transfiere 19 mil, 15 mil, 19 mil y 5 mil.
No hay luz ni cámaras, es un “punto ciego”. Érick ve su carro estacionado con las luces prendidas. Un tercer policía viene detrás manejándolo. Durante casi una hora, los tres sujetos están decidiendo qué hacer con su víctima.
“Me van a matar, cometieron tantos errores que seguro me van a matar”, volvió a decirse Érick. “Ya les vi la cara, hay testigos de cuando me llevaron, están las cámaras por donde me anduvieron paseando, verán el número de patrulla, está el registro de las llamadas y las transferencias, aparecerá el nombre del titular de la tarjeta al que deposité”.
Por la mente de Érick pasan recuerdos como el de Octavio, el joven actor que presuntamente se disparó solo cuando huía de los policías municipales de Cuautitlán Izcalli, en 2021. O el de un mesero del Cerrito, en Cuautitlán, un primo de su mamá que tiraron ahí en el canal y dos meses después apareció su cuerpo hasta Querétaro.
Bajo esos terribles antecedentes Érick no dudaba que lo iban a matar y a meter en su carro, luego le ‘sembrarían’ algo y dirían que era un criminal. Que lo matarían y arrojarían al río. Nunca iban a encontrar su cuerpo. Pensó que al menos sus tatuajes servirían para reconocerlo si un día lo hallaban. “Ojalá me dejen en algún lugar visible para que mi familia me pueda enterrar”, rogó para sí.
Recordó que había dejado sin comer a sus perros. Pensó en su esposa, en su familia.
Sus pensamientos se interrumpen cuando se abre la puerta de la patrulla. Uno de los policías le echa la luz enceguecedora de una lámpara directo a los ojos. La apaga y la prende por varios minutos, mientras otro le quita las esposas.
—Le vas a caminar a tu coche y te vas a sacar a chingar a tu madre. Y ay de ti donde denuncies o hagas algo porque sabemos dónde vives.
Modus operandi y denuncias
La Secretaría de Seguridad del Estado de México tiene (16) mil policías estatales y 2 mil 512 patrullas propias. Los elementos se dividen en 16 subdirecciones regionales operativas. Cuautitlán Izcalli pertenece a Valle Cuautitlán, cuyo titular es el maestro Alfredo Antonio Sánchez Flores, según consta en la página web de la dependencia.
Hasta agosto de 2022, 120 policías estatales estaban bajo investigación por actos de corrupción y 25 habían sido dados de baja, informó entonces el secretario de Seguridad Pública. La Fiscalía estatal por su parte informó a MILENIO que existen denuncias contra policías estatales por secuestro y extorsión.
Todo eso lo ignoraba Érick mientras lavaba las perreras de sus rottweilers. Se le antojó un helado, tomó su auto y se dirigió a la plaza comercial Centella, en Cuautitlán Izcalli. Pasó la pluma de entrada del centro comercial y se detuvo porque un auto negro tapaba el paso.
De pronto este se echó de reversa y le pegó, como si el conductor hubiera acelerado hacia atrás en vez de avanzar. Del coche descendió una mujer joven que le ofreció una disculpa y sugirió llamar a su seguro para pagar el golpe a la facia de su auto, un Astra negro.
A las 18:32 horas, Érick llamó a esposa y le avisó que lo habían chocado. Llamó a clientes para adelantar cosas de negocios. Llegaron los elementos de seguridad de la plaza comercial. En el celular vio que sus perros ya estaban muy inquietos porque no habían comido.
Entre la facia y sus pendientes, Erick decidió irse. Bajó del coche y tocó uno de los vidrios polarizados del otro auto; pudo ver que a bordo venía una pareja joven, de entre 20 y 25 años.
—Llevo un poco de prisa, me voy a ir, no te preocupes, nos pasa a todos, pero ten más cuidado para la próxima —les dijo.
Subió a su carro y ya se iba cuando entró a la plaza comercial una patrulla del Estado de México. Una Dodge Ram con batea trasera. Se pararon junto a su coche y bajaron dos oficiales debidamente uniformados y armados.
—Chocaste, flaco.
—Sí, pero ya me voy.
—A ver pásale por acá, bájate.
Erick bajó confiado para explicarles qué pasó, pero comenzaron a revisarlo, lo acercaron a la parte trasera de la patrulla, abrieron la puerta y lo metieron.
—¿Pero por qué me detienen? —preguntó.
—Ya chingaste a tu madre —respondieron.
Para someterlo le pegaron en las costillas con un arma. Sentado, lo esposaron con las manos hacia adelante y lo agacharon para sujetarlo a la parte baja, contra un cinturón de seguridad. Otro policía se apoderó de su auto y pagó el boleto del estacionamiento. Ambas unidades salieron de la plaza comercial.
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Érick trataba de levantar la cabeza para saber en dónde estaba, pero le pegaban constantemente con el puño. Se vieron obligados a parar en la gasolinería de Las Trojes, en Cuautitlán Izcalli, porque al carro de Erick se le acabó el combustible. La patrulla se quedó esperando afuera, sobre la avenida Juan Diego.
—Ya chingaste a tu madre. Ahorita te vamos a procesar por venta de droga y por traer armas.
—Oye yo no traigo nada.
—Nos vales madre. Es tu palabra contra la mía.
—Ok, llévenme al Ministerio Público — dijo Erick, confiado en sus conocimientos del derecho y la ley.
En el camino los policías lo interrogaron.
—¿A qué te dedicas?
—De profesión soy licenciado en Derecho.
—Ah, pinche mugroso. Ahora me saliste abogado.
Le pidieron la clave de su celular.
—Pero ¿por qué?, si me van a procesar, llévenme con el juez calificador y acato lo que él diga…
—Te sientes muy chingón —y le propinaron más golpes. Al policía que maneja le enoja que Érick proteste y por ello le pega constantemente en la cara, en la cabeza, en las costillas.
Con la clave se hicieron de su celular. Revisaron fotos, conversaciones de WhatsApp. Sacaron fotos a sus tarjetas bancarias, identificaciones y credenciales.
—¿Por qué tienes tantos contactos, a poco de los pinches perros?
Su teléfono tenía 5 por ciento de pila y pronto iba a morir. Finalmente le dijeron que querían dinero: 75 mil pesos, transferidos a su propia cuenta de banco. Después le dirían a dónde debía reenviarlos.
—Vas a marcar a tus contactos y les vas a decir esto: “Amigo, estoy en un problemón, no me preguntes más, necesito que me prestes 50 mil pesos…”.
A las 19:16 horas hizo la primera llamada a ‘Bicho’ en Nueva York. Luego, a las 20:00, Alarcón le contestó:
—Érick, estoy en China, no puedo, pero soy amigo del procurador, que te lleven al Ministerio Público y ahorita le marco —le dijo este amigo. Los policías le colgaron abruptamente. Alcanzó a decirle que iba en una patrulla de la estatal. Más golpes.
Llegaron al Ministerio Público de Cuautitlán Izcalli, entraron al estacionamiento y apagaron la patrulla. Pero sólo se bajó el copiloto, ingresó al edificio y regresó con un cable de iPhone.
—Vámonos de aquí.
Durante dos horas Érick fue obligado a llamarle a más amigos, a miembros de su familia.
Le siguió Leobardo, de Guadalajara: “No puedo prestarte ahora, porque necesito mandarlo a pedir a mis empresas, pero dame unos días”. Yonan: “Estoy en el trabajo, pero en cuanto pueda te transfiero”.
Todos le dicen que sí. Desconfiaría de un mensaje, pero no de él, aunque nunca haya hecho eso y su voz se escuche rara. Pero es real, Érick está pidiendo un favor.
Su esposa logró juntar y depositar 15 mil pesos.
—Consigue más, hija de tu pinche madre, o lo mato.
El instinto: buscar a los policías corruptos
Erick es afable, delgado, de 1.67 de estatura y voz aguda, pero cuando se vuelve entrenador de perros se transforma y se convierte en un líder con mucha seguridad. Alza la voz y da órdenes con mucho carácter para imponerse ante sus 13 rottweiler de 45 a 60 kilos y colmillos de 4 centímetros de largo.
“No puedo tener miedo o pensar ‘me van a morder’ porque ellos lo sienten”, explica Érick en entrevista.
“Son perros muy inteligentes, protectores, agradecidos, dan la vida por su familia”, detalla. “Son tan inteligentes y tienen tanto carácter que si un dueño no pone límites ellos van a querer mandar y puede ser peligroso para quien no logra imponer el control”.
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Como entrenador de sus rottweiler, Erick acostumbra a estar adelantado a la tarea y mantener la cabeza fría. Y eso fue precisamente lo que hizo durante su secuestro. Tuvo la mente lúcida para registrar muchos detalles e ir dejando pistas.
Supo que iba en una camioneta Dodge Ram porque en el volante estaba el logo de la marca, un chivo estilizado. Mandó su ubicación y el mensaje de ayuda cuando vio que los policías venían tan emocionados repartiéndose el botín —”a mí me tocan 10, a mi cinco”— que no se dieron cuenta, y logró borrar los mensajes. A los ladrones les interesaba que llamara y enviara más y más mensajes. Se cebaron.
“Lo hice para que encontraran mi cuerpo porque desde que salimos del Ministerio Público supe que no me iban a meter a la cárcel sino que me iban a matar”, relata Erick a sus 37 años, entre los sollozos que le provoca recordar.
—¿Tus amigos te han cobrado el dinero?
—No, para nada, ellos no me cobran, pero yo les voy a pagar, es por mi ética, voy a pagarles. Somos una gran familia y ese día se demostró.
Su madre le pide que lo olvide y no haga nada, pero él se resiste. No son los golpes ni el dinero, es algo no lo deja rendirse, como un instinto. Con los años Érick terminó pareciéndose a sus perros: tiene fuerza, tranquilidad, seguridad y determinación.
“Los puedo reconocer enseguida. Me grabo las voces, las caras y los olores”, dice. “Vi a tres, pero estoy seguro que eran cuatro”.
Los policías corruptos no saben, pero se echaron encima al club de rottweiler humanos que no van a parar hasta capturarlos. Por consejo de un amigo abogado fue a levantar su denuncia a la Fiscalía Especializada Anticorrupción, por tratarse de servidores públicos; otro lo manda a la Comisión de Derechos Humanos y a la Contraloría. Otro, que es policía de investigación, lo asesora para recabar más pruebas.
En la Fiscalía Anticorrupción le dieron un Número Único de Caso (NUC) y un Número Interno de Control (NIC) por el delito de secuestro exprés y le asignaron rápidamente a unos policías de investigación.
Para él se configuran los delitos de extorsión, robo de auto, lesiones, más los ilícitos como servidores públicos, que son graves, incluso delincuencia organizada. “Les estoy dando tantas pruebas que no puede haber errores”.
Ya hizo media investigación. En su banco pudo obtener el nombre real del titular de la tarjeta al que transfirió: Enrique Torres Márquez. Su nombre es idéntico al de un comandante activo de la policía estatal, involucrado en dos escándalos por abuso de autoridad en contra de trabajadores y contra periodistas. Falta que confirmen con su RFC o CURP que se trata de la misma persona o es un homónimo.
Cada que narra el hecho recuerda algo más y lo anota. Hizo un mapa y una reconstrucción de hechos y halló 47 cámaras en todo su periplo. Cree que la pareja que chocó el auto forma parte de un montaje.
Los policías le dijeron que sí hay otros casos, pero las víctimas no ratifican su denuncia por miedo a la policía. Eso es clave para lograr la impunidad: provocar mucho miedo para inhibir las denuncias.
“Miedo sí tengo, pero es más fuerte mi coraje. Ahorita fui yo, pero al rato puede ser alguien más. ¿Cuántas veces al mes, al día o a la semana hacen esto? ¿Cuántas personas habrán caído y denunciado? ¿A cuántas personas les pasa y pierden su patrimonio? Deben vencer el miedo”.
Tres días después de su secuestro murió una de sus perritas. Una grande, obediente, campeona. Erick la quería mucho. “Estaba muy sana y amaneció bien, pero por la noche murió. No sé ni qué pensar, si algo sintió, si dio la vida por mí”.
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HCM