Un grupo de niños de entre ocho y diez años se divierte con sus juguetes entre casquillos percutidos de arma larga. Es la huella que ha dejado un año de guerra entre los carteles de La Familia Michoacana y los Tlacos en la sierra de Guerrero.
En el poblado El Nuevo Caracol, municipio de General Heliodoro Castillo, esta población quedó en el fuego cruzado entre ambos grupos criminales.
Y a pesar del acuerdo de paz alcanzado el pasado 23 de febrero, los habitantes desplazados no quieren regresar a sus hogares, pues temen que el pacto se rompa en cualquier momento y la guerra se reactive.
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De acuerdo con datos del Inegi, en el poblado vivían 621 personas en 2023. Hoy quedan un poco más de 100. Durante el año de conflicto los pobladores soportaron intensos ataques con explosivos lanzados desde drones; calculan que los criminales dejaron caer al menos un centenar de bombas.
“Ahorita las actividades escolares están como en un 40 o 50 por ciento, no está en el 100 como quisiéramos”, señaló a MILENIO un poblador que pidió el anonimato por temor.
La gente teme que la falta de educación influya en que los niños puedan ser reclutados por la delincuencia organizada.
La economía del poblado el Nuevo Caracol agoniza. Durante el año que duró el conflicto, los pobladores no pudieron sembrar en sus terrenos, sus animales murieron de hambre o por explosivos lanzados con drones, y en el mejor de los casos, algunos tuvieron oportunidad de vender su ganado para sacar algo para comer.
“La comunidad se siente un poco tranquila. Por una parte porque ya están haciendo actividades de pesca, de trabajo, pero la confianza al cien por ciento no tenemos, porque suele suceder que la gente que está haciendo este mal pueda regresar. Tenemos desconfianza de que sigan atacándonos", comentó otro poblador, que también pidió no revelar su identidad.
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Los niños que jugaban en la tierra rodeados de casquillos percutidos, aún recuerdan las celebraciones del último año nuevo.
“Tiraron a balazos el año nuevo y nos decían ‘feliz año nuevo’ y tac tac tac. Se oían los balazos y luego una bomba, ‘feliz año nuevo para todos’”, narró un niño de ocho años.
Los impactos son visibles en los techos de al menos una treintena de viviendas construidas de manera rudimentaria.
“Casi todos los días nos aventaban bombas. Escuchábamos el sonido de los drones y nos escondíamos en la escuela que es la única construcción que tiene un techo firme, porque todas las casas tienen techo de lámina”, narró otro habitante.
El 27 de agosto del 2023, un joven murió por las esquirlas de un explosivo que cayó a pocos metros de la cancha de básquetbol. En el lugar donde quedó el cuerpo se aprecia una cruz.
Los pilares que sostienen el domo que cubre la cancha de básquetbol tiene balazos de calibre 50.
Un joven recordó cómo fue atacado con explosivos cuando iba a su terreno a sembrar. Esto ocurrió el año pasado y por fortuna resultó ileso.
“Íbamos para arriba y vamos al cerro y nos tocó la baliza. Íbamos uno solo para allá y nos topamos a unos compañeros y a dos niños, nos tocó y escuchamos el dron arriba y nos soltaron la bomba y nos metimos a una casa segura y después salimos al ratito que estaba calmado y nos volvieron a tirar pero ahora disparos y con drones”.
Los pobladores esperan que con el acuerdo de paz alcanzado la actividades económicas se reactiven en la zona. Al mismo tiempo, mantienen sus puntos de vigilancia por si algún día La Familia Michoacana los vuelve a atacar.
Algunos habitantes regresan con miedo a la sierra de Guerrero
aag