No hay donde esconderse del sentimiento que traes clavado en el pecho. Te llamas María Concepción Hernández, pero todos te dicen María. Eres una mujer menuda, que es posible levantar del piso con la fuerza de un abrazo. Pareces una mujer débil, pero pocas personas pueden cargar el peso de los más de 100 cadáveres que llevas en el pecho. En las espaldas. En el alma.
El dolor en tu cuerpo comenzó a incrustarse la tarde del 24 de mayo de 2013, cuando un grupo de hombres atacaron a tu hijo Oliver Wenseslao Navarrete Hernández afuera de su casa, en Cuautla, Morelos. Lo bajaron del auto, lo golpearon con un bat. Él se defendía, manoteaba, pero no gritaba para evitar que su hijo se diera cuenta de la agresión y corriera a defenderlo.
Estás convencida que callaba por amor al pequeño.
Oliver, que era fuerte como un tanque de guerra, se bajó del auto, escapó de sus captores, pero entre varios lograron controlarlo y volvieron a atraparlo.
Después ya no se supo de él. Hasta que el 3 de junio de 2013 la fiscalía del estado encontró, por casualidad, un cuerpo en la barranca de los Papayos. Peritos realizaban el levantamiento de un cadáver. Al terminar se dieron cuenta que persistía ese olor penetrante que traen los muertos en la piel. Siguieron buscando. Cual sabuesos olfatearon y se toparon con Oliver, tu primogénito, que en ese entonces tenía 30 años de edad.
Tu dolor, María, ya estaba incrustado en el alma.
Te conocí en diciembre de 2015. Recuerdo bien el momento: estábamos sentadas en la sala de casa de tu madre, vestías de azul pálido y traías aretes en forma de corazón, pero lo que me impresionó fue tu mirada. No sé cómo describirla, pero al mirarte dolía. Tengo presente que al contarme la historia de tu hijo, lloraste, yo lloraba, y trataba de contenerte, y sobre todo de contenerme. Un reportero no debe llorar mientras trabaja. ¿O sí?
Alto.
María, respira, vamos a hacer una pausa en la entrevista. Respira. Le pedí a mi compañero Toño que dejara de grabar un momento. En aquella tarjeta de video no quedó guardado el abrazo de consuelo que vino después de la pausa, pero yo sí lo recuerdo.
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Tus lágrimas corrían al evocar el rostro desfigurado de Oliver, sus brazos heridos por un picahielo con el que lo torturaron. Y peor al acordarte de lo que la fiscalía le hizo. Después de que los peritos encontraron su cuerpo lo llevaron al Semefo y realizaron las pruebas de genética. Los exámenes del laboratorio concluyeron que ese cadáver tenía 99.99% de probabilidad de maternidad con tu ADN, María.
Pensaste que podrías enterrar dignamente el cuerpo de tu hijo al lado de su abuelo Cándido y su bisabuelo Agustín, pero no, la entonces subprocuradora de la zona oriente, Liliana Guevara, te dijo que era necesario realizar más exámenes periciales, que Oliver se tenía que quedar en la morgue.
Accediste pensando que eso ayudaría a encontrar pistas para que los responsables del asesinato fueran a la cárcel, pero estabas preocupada por cómo estaría Oliver en el Semefo.
Pensaste que tendría frío.
Te las ingeniaste para que uno de los peritos le pusiera una cobija, pero el 4 de diciembre de 2014, el entonces fiscal de la zona oriente, José Manuel Serrano, te informó que Oliver había sido enviado a la fosa común. Sí.
Tu dolor, María, ya estaba incrustado más allá de tu alma y dices se quedó abajo, que arriba solo sentías la rabia de lo que le habían hecho las autoridades. Nunca imaginaste que la fiscalía fuera a hacer eso con tu hijo.
No podías permitir que estuviera ni un minuto más en esa fosa y exigiste que lo exhumaran.
En todo este tiempo has tenido como aliada a otra persona que amaba a Oliver: tu hermana, su tía Amalia, que a veces también fue para él como una madre.
Amalia pidió los requisitos para estar presente en la exhumación. No confiaba en la fiscalía. Sentía que podían entregarles cualquier cuerpo para evitarse problemas. Tal cual se lo solicitaron, compraron los trajes especiales que les pidieron para protegerse de las bacterias y las máscaras para quedar a salvo de los gases que generan los cuerpos en descomposición.
Amalia estaba lista para rescatar a Oliver de la fosa.
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Llegado el día de la exhumación el personal de la fiscalía no llegó a recoger a Amalia al lugar donde la habían citado, pero la familia Hernández ya había investigado que la fosa donde estaba Oliver se ubicaba en Tetelcingo, Morelos. Amalia y los hermanos de Oliver, Alejandra y Josué se presentaron en el panteón para verificar el trabajo de la fiscalía.
Los peritos estaban sorprendidos.
Ante los ojos de la familia comenzaron a cavar y a sacar un cuerpo, dos cuerpos, tres cuerpos, cuatro cuerpos, diez cuerpos, 30 cuerpos, 60 cuerpos, 90 cuerpos. 119 cuerpos en total.
Asombrada al ver como los cadáveres se iban acumulando en el piso, Amalia sacó su celular y comenzó a grabar un video. Los funcionarios enfurecieron, trataron de impedir que documentaran el estado de la fosa, no querían que quedara registro de que los cuerpos estaban envueltos en plástico y que habían sido enterrados como si fueran basura, apilados.
El peso de Oliver. Oliver estaba al fondo de la fosa cargando todos los cadáveres.
María siempre dice que su hijo era una persona robusta y soportó el peso de los cuerpos porque son sus hermanos de desgracia.
"Siento que mi hijo a lo mejor tenía que pasar esto, que yo tenía que estar sufriendo esto para que pudiera levantar la voz por todos los que están ahí. Tengo que hablar por ellos, porque Oliver así me lo dijo al estar cargándolos".
Fue así como María se convirtió en portavoz de los desaparecidos de la fosa de Tetelcingo.
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La rabia, furia, coraje y enojo pueden perder a una persona o generar la cantidad de energía suficiente como para mover a un gobierno. María y Amalia fueron inteligentes, pacientes y dedicadas. Contrataron a David Marroquín, un abogado que durante meses les ayudó a investigar la fosa de Tetelcingo
Los primeros hallazgos fueron que la fosa se encuentra en un panteón irregular y la inhumación se hizo sin los permisos necesarios. La familia Hernández también logró averiguar que no todos los cuerpos enterrados en las fosas comunes de la fiscalía contaban con documentos para su identificación.
La familia Hernández también investigó a los funcionarios que ordenaron la inhumación de Oliver. Se toparon con que se falsificó la firma de dos agentes del Ministerio Público de nombres Édgar Rodolfo Núñez y Carlos Alberto Flores para tratar de justificar el hecho. Un dictamen de grafoscopio mandado a hacer por la familia confirmó que los oficios presentados por la fiscalía son falsos.
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Es mayo de 2016. María está vestida con un traje blanco como si fuera un astronauta: lleva puesta la ropa que usan los peritos para protegerse al estar en contacto con los cadáveres. Camina aprisa, viene siguiendo una camioneta del Semefo que transporta algunos de los cuerpos exhumados.
Sí, María lo cumplió, logró que el gobierno de Graco Ramírez abriera la fosa e hiciera los exámenes de ADN para investigar la identidad de las víctimas y entregarlas a sus familiares.
María camina y no se parece a esa mujer destruida que conocí tiempo atrás. Se ve fuerte y decidida. Amalia viene detrás de ella con el traje de astronauta a medio poner, se dirigen a la zona donde el gobierno de Morelos construyó unas gavetas para resguardar los cuerpos exhumados en Tetelcingo, en el panteón Jardínes del Recuerdo en Cuautla.
Trae en la mano unas hojas de colores fosforescentes, donde ella y un grupo de madres de desaparecidos, ayudadas por Valentina Peralta, de la Red de Eslabones por la Paz, llevan el registro de las muestras que toman los peritos de la fiscalía, la PGR y la Universidad de Morelos.
La exhumación de cuerpos representó una triste esperanza (así de contradictoria es la vida de las familias que buscan a sus hijos) para los familiares de muchos desaparecidos en el país de encontrar a sus seres queridos aunque fuera sin vida.
El esfuerzo valió la pena.
"Me siento tranquila con Oliver, estoy tratando de hacer lo que él quiso que hiciera", dice María.
Hasta hoy han podido rescatar seis cuerpos de la fosa, el primero fue el de Oliver; después el de la maestra Zenaida Flores Bolaños secuestrada en octubre de 2013 en Yautepec. Ella ya había sido identificada, pero los peritos aprovecharon la exhumación de Oliver para recuperar el cuerpo de entre los 119.
El tercero en identificarse fue a Israel Hernández Flores, dueño de un negocio de venta de materiales secuestrado el 24 de julio de 2012 en Cuernavaca. Y después el de María Dolores Juárez Cárdenas, desaparecida el 31 de marzo de 2013. También se entregaron a sus familias los cuerpos de Apolinar Delgado, atropellado en noviembre de 2013 y de Arturo Adame Estrada, asesinado en 2011.
Actualmente se hacen las diligencias para entregar a su familia a dos hermanos provenientes de Chiapas que fueron encontrados muertos en Morelos.
Aún se trabaja en la identificación de más de 100 cuerpos.
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Es 10 de marzo de 2017. El intenso sol penetra la piel de los más de 50 funcionarios que están en otra fosa morelense: la fosa de Jojutla. Esta es la primera reunión in situ que las diversas instancias estatales, federales y de derechos humanos tienen con María, Amalia y Valentina.
Las rodean, escuchan sus exigencias para acordar la logística a fin de que conquisten una nueva meta: ahora se proponen encontrar a los familiares de los cuerpos enterrados en la fosa común de Jojutla.
Mañana, 22 de marzo, cuando nazca la primera luz del día, María volverá a vestirse con el traje de astronauta y se olvidará momentáneamente del dolor que siempre lleva encima.
La rabia le dará el valor para soportar el olor a muerto de los 35 cuerpos que se cree están sepultados aquí. También le dará la fuerza para cargar el peso de los más de 100 cadáveres que lleva en el pecho.