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  • La Pasarela: el corredor de mujeres víctimas de trata operó 40 años en La Merced

  • Funcionó a plena luz del día en el Segundo Callejón de Manzanares. Ahí los hermanos Rodríguez Mejía controlaban un centro de explotación sexual en una vieja vecindad.
La Pasarela: el corredor de mujeres víctimas de trata operó 40 años en La Merced
Ciudad de México /

DOMINGA.– Existió un corredor de explotación sexual infantil que operó durante cuatro décadas, a plena luz del día, a 700 metros de la Cámara de Diputados. Los chilangos más jóvenes tal vez no lo sepan pero los más viejos sí: en el barrio de La Merced –en el corazón de la Ciudad de México– existió un lugar infame llamado el Segundo Callejón de Manzanares, que hoy son ruinas de una historia vergonzosa.

A ese lugar también se le conocía como La Pasarela o El Carrusel de Manzanares por su modus operandi: a las 10 de la mañana, en punto, un hombre salía de la vecindad más grande de ese callejón y en la calle, por donde se supone que deberían rodar los vehículos, colocaba tres cubetas en fila a cinco metros de distancia entre cada una. Al instante una jauría de motociclistas, cómplices de aquella mafia, se arremolinaba en las esquinas del callejón impidiendo el paso de vehículos.

Don Eloy silbaba y del portón verde sin número salían niñas, adolescentes y mujeres con ropa prestada y diminuta y tacones altos. Todas con la mirada ojerosa y el cuerpo encorvado; algunas, quizás contaban con fichas de búsqueda que salían de los incipientes registros de personas desaparecidas. Al poner un pie en el callejón, caminaban yendo de la cubeta izquierda a la derecha, trazando un óvalo invisible.

Además de ser un referente comercial en la CdMx, el barrio de La Merced también es conocido por las redes de tráfico sexual que han operado durante décadas | EFE/ Mario Guzmán

En la cubeta del centro se paraba Manuel Rodríguez Mejía. O, a veces, su hermano Armando. Ambos formaban parte de un violento linaje de padrotes con raíces en Tenancingo, Tlaxcala, quienes amasaron más de 30 millones de pesos por explotación. Con un megáfono se anunciaba a los mirones y a quienes bebían en las chelerías que el mercado de niñas y mujeres estaba abierto: 

“¡Pásele, pásele! ¡Llévate la que te guste a 150 pesos! ¡Estamos de oferta!”.

Era el banderazo de salida para un día más de explotación sexual. Uno a uno, los hombres se acercaban al carrusel, que no detenía su marcha. Luego, tomaban de la mano a esa niña o mujer que sólo podía dejar de caminar hasta que fuera elegida por un cliente explotador. Ambos entraban a la vecindad, donde las recibía María Elena, hermana de Manuel y Armando, y cobraba el servicio en efectivo.

A cambio, el cliente explotador recibía un condón, una tira de papel higiénico y una cuenta contrarreloj: tenía máximo 20 minutos para entrar y salir de la vecindad. A veces, las víctimas eran adultas traídas con engaños a la capital del país; en otras, niñas de hasta 10 años que pedían una ayuda en silencio que no llegaba hasta ese callejón de La Merced.

Fueron rescatadas 61 mujeres del Segundo Callejón de Manzanares

En la Merced la prostitución opera desde los años sesenta | Foto: AP

Conocí el Segundo Callejón de Manzanares en 2010, en pleno fervor mundialista por la Copa del Mundo que se jugaba en Sudáfrica. Un fotoperiodista de vieja guardia, acostumbrado a recorrer cada rincón de la Ciudad de México, me llevó hasta esa callezuela de apenas 105 metros de largo para tomar una cerveza, ver un partido de futbol y disfrutar de “la vista”. Salí horrorizado.

Ingenuo, como suele ser un periodista joven, en cuanto vi La Pasarela quise tomarle una fotografía. Los motociclistas que cuidaban las entradas y salidas del callejón lo notaron y me obligaron a borrarla de mi celular, mientras advirtieron que si lo intentaba de nuevo llamarían a la policía. Me quedó claro que la policía no me levantaría ninguna infracción, sino que usarían sus patrullas para llevarme con los jefes de esa mafia y que ellos saciaran mi curiosidad a golpes. Decidí no volver a sacar el teléfono ni para contestar una llamada. En cambio, volví en las semanas siguientes con una pluma que tenía cámara oculta.

“¿Por qué quieres contar esa historia después de tantos años?”, me preguntó hace unas semanas el fotógrafo que me llevó a ese lugar hace tres lustros. “No siempre se pueden contar historias de mafiosos y explotación sexual en la ciudad que acaben con un final medianamente ‘feliz’”, respondí, mientras le extraía los recuerdos de aquella tarde en La Merced.
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Tras varios meses de grabar a escondidas La Pasarela por fin tenía lo suficiente para escribir una crónica: el lugar, los operadores, las víctimas, el modo de operación, la complicidad con las patrullas de la zona y las cortas distancias de ese infame corredor respecto a la Cámara de Diputados, el Palacio del Ayuntamiento y Palacio Nacional. Y un video grabado con pésima calidad que otorgaba una cámara secreta hecha en China y comprada en 200 pesos en una tienda de espías.

El texto fue publicado en un diario de circulación nacional en 2011 y los teléfonos de la redacción comenzaron a repicar: los suscriptores querían expresar su indignación por la existencia de ese corredor infame. Al parecer, no era conocido por todos, acaso sólo por los clientes explotadores que ahí gastaban sus quincenas, los comerciantes y vecinos.

La ira salió de la redacción y llevó a otros colegas a escribir sobre el tema. Antes, muchos otros periodistas habían descrito la operación criminal de esa vecindad, pero el tema parecía olvidado en ese momento. La cotidianeidad con la que operaba La Pasarela la había hecho invisible. Sin embargo, el tema volvió a estar presente y la presión de los lectores, más una creciente fuerza de las redes sociales, comenzó a preocupar a las autoridades locales.

La madrugada del 22 de mayo de 2011, bajo las órdenes del entonces procurador Miguel Ángel Mancera, decenas de agentes de la ahora extinta Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal rodearon la vecindad sin número. Con un mazo golpearon la puerta verde y entraron a la fuerza con una orden de cateo. En el predio detuvieron a 12 tratantes y rescataron a 61 personas obligadas a prostituirse. La historia que reconstruyeron los agentes para sentenciar a esos criminales no había sido contada. Hasta ahora.

La trata de mujeres hizo famoso a Tenancingo como el semillero de los padrotes

La población total de Tenancingo en 2020 fue 12,974 habitantes | Secretaría de Economía

Cuenta el doctor Óscar Montiel, sociólogo y experto en trata de personas, que para entender el fenómeno de estos padrotes tlaxcaltecas en la explotación sexual hay que ir al siglo pasado, cuando unos 25 miles españoles huyeron de la dictadura militar y se refugiaron en México con la política de brazos abiertos del general Lázaro Cárdenas. Una parte de esa comunidad elige el Centro Histórico de la Ciudad de México para construir una nueva vida y muchos se decantaron por el giro hotelero ante las promesas de modernidad sobre la capital.

El “milagro mexicano” hizo del centro del país un hervidero de nuevos negocios. Y los tlaxcaltecas deseaban ser parte de ese crecimiento aprovechando que su estado también vivía un auge de la industria textil. Pero había un problema: vender en la Ciudad de México era difícil, pues el viaje de ida y vuelta era muy tardado debido al mal estado de las carreteras. Lo más conveniente era viajar a la capital, quedarse varias noches y volver a Tlaxcala hasta que se consiguiera una buena venta.

Los hoteleros del Centro Histórico vieron una mina de oro en esos vendedores foráneos y dieron facilidades para ocupar sus cuartos. Por ejemplo, muchos hombres podían quedarse en la misma habitación. Cuando eso ocurría, uno de ellos llevaba a su esposa para que hiciera la comida, lavara y atendiera a los demás. Acostumbrados a ver a las mujeres como una propiedad o mercancía, esos hombres terminaron por ofrecer sexualmente a sus parejas para maximizar sus ganancias.

La prostitución ajena se convirtió en el negocio de proxenetas de Tlaxcala en la CdMx (Foto/cortesía)

Esos pactos machistas son la base del proxenetismo en Tlaxcala, dice Montiel. Con los años, esa práctica se extendió a hermanas, sobrinas e, incluso, hijas. Y quienes no podían dedicarse a vender tela, se dedicaron por completo a la prostitución ajena en la capital del país.

Esos primeros tratantes –lenones, les llamaban en el siglo pasado– hicieron famoso al municipio de Tenancingo, conocido como “el semillero de los padrotes” por ser la cuna de las familias que controlan, desde su estado natal hasta Nueva York, las rutas de tráfico sexual más importantes de América del Norte.

Son familias que hicieron una fortuna en la Ciudad de México esclavizando mujeres a la fuerza y con la sutileza del engaño: los Méndez Guzmán, Ramírez Granados, Granados Rendón, Hernández Prieto, Martínez Rojas, Romero Romero. Y entre ellos están los hermanos Manuel y Armando Rodríguez Mejía, quienes tenían el alias de El Muñeco y El G.I. Joe, según las indagatorias de los agentes que los detuvieron aquella madrugada de mayo de 2011.

Así era el cuartucho secreto en el Segundo Callejón de Manzanares

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Los hermanos Rodríguez Mejía provenían de una familia que sólo sabía obligar a las mujeres a tener relaciones sexuales para vivir: su padre era Don Eloy, había sido tratante y tras muchos años de operación había comprado la vecindad del Segundo Callejón de Manzanares, donde ya operaban mafias de explotación sexual infantil desde los años sesenta, según los propios vecinos de La Merced. Además, había cultivado una cercana relación con comandantes de la zona y agentes del Ministerio Público de las entonces delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. Cada semana pagaba 5 mil pesos en sobornos para que las autoridades lo dejaran en paz y pudiera enseñar a sus hijos el oficio de la “cosecha de mujeres”.

Don Eloy era un hombre que trabajaba “la vieja escuela”, es decir, el uso de fuerza brutal para secuestrar a sus víctimas y quebrar la voluntad y deseos de escape. Sus hijos, Manuel y Armando, incluso María Elena, lo aprendieron bien: quien no llegaba a la cuota semanal de clientes explotadores era azotada con cables de luz, quemadas con planchas hirvientes u obligadas a comer su propio vómito.

Con ese dinero, El Muñeco y El G.I. Joe construyeron una mansión en Tenancingo a sólo 100 metros del palacio municipal y de la iglesia. También compraron vehículos de lujo, como un Chevrolet Camaro último modelo y pesadas cadenas de oro. Todos en el pueblo sabían a qué se dedicaban pero nadie juzgaba: al contrario, se les admiraba por su capacidad de hacer fortuna con los cuerpos ajenos.

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Pero la vida holgada que proyectaban era una fachada, al igual que la puerta verde. El Muñeco ahogaba su ansiedad en alcohol y El G.I. Joe la empolvaba en cocaína. María Elena vivía con terribles dolores de cabeza a causa de la hipertensión y Don Eloy caminaba con dificultad por una golpiza que años antes le dieron unos policías que querían cobrarle más por protección. Todos sus subordinados en la red mafiosa eran adictos a alguna sustancia o vivían con sueldos de miseria.

En el expediente 128/2011 de la Fiscalía de Investigación de Delitos Sexuales, encabezada entonces por la abogada Juana Camila Bautista, se da cuenta cómo los hermanos remodelaron la vieja vecindad y la unieron a otra más en la calle trasera, fraccionándolas en 39 cuartuchos de 1.20 metros de ancho por 1.80 de largo. Cada cubículo tenía una cortina como puerta, una colchoneta sobre una base de cemento, una mesita y un cesto de basura.

Una mujer cocinaba hasta para 80 mujeres apretujadas en cinco o seis cuartuchos y los cuartos más grandes correspondían a los hermanos Rodríguez Mejía, quienes tenían camas ‘king size’, pantallas de 55 pulgadas, equipo de sonido en casa, refrigerador con todo tipo de bebidas alcohólicas, una caja fuerte para dinero en efectivo, armas y drogas, y un baño con calefacción.

En la vecindad existía un cuarto donde eran encadenadas niñas para los clientes frecuentes | Especial

Por once años operaron con impunidad ese negocio que retenía mujeres de Guerrero, Veracruz, Chiapas, Morelos, Oaxaca, Tlaxcala y San Luis Potosí… hasta que el 22 de mayo de 2011 los rodearon agentes locales. A las 03:52 de la mañana, entraron en la casa y encañonaron a los hermanos. Ni siquiera alcanzaron a tocar sus armas 9 milímetros. Los demás de la banda tampoco tuvieron tiempo de escapar por el techo. Adormilados, fueron sorprendidos por un grupo de élite de la fiscalía, quienes se partieron en dos equipos para rescatar simultáneamente a las víctimas.

La mayor tenía 48 años; la más joven tenía apenas ocho. Los agentes descubrieron un cuartucho secreto, el 40, detrás de una falsa puerta cerca de la cocina: ahí se sabría que mantenían encadenadas a las niñas más pequeñas, las que no podían salir a 'La Pasarela’, y que estaban apartadas sólo para los clientes que llevaban años acudiendo al Segundo Callejón de Manzanares.

El operativo que catapultó la carrera política de Miguel Ángel Mancera

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No tomó mucho tiempo a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal en judicializar el caso. El jefe de los agentes, Miguel Ángel Mancera, planeaba su brinco a la jefatura de Gobierno y este tipo de casos lo catapultaron como un funcionario público de mano dura y efectividad. Tirar una red de explotación sexual infantil se ajustaba a la narrativa de su campaña electoral.

Al día siguiente, el entonces perredista reconoció que el predio operaba desde hace al menos 40 años. Pero los testigos dicen que, en realidad, fueron 60. Nadie puede calcular el número de víctimas, la cantidad de sufrimiento, el dinero amasado en tantas décadas de operación mafiosa, tanto de padrotes como de policías sucios.

“Es una vergüenza para la ciudad”, admitió el exprocurador Mancera ante las cámaras. Horas más tarde, el entonces jefe de Gobierno Marcelo Ebrard anunció que su administración buscaría la extinción de dominio, es decir, que además de los cargos criminales contra la familia Rodríguez Mejía, el gobierno capitalino buscaría apoderarse de esa vecindad.

El inmueble fue asegurado por ser utilizado para la trata ilícita de personas | Omar Meneses

Un año más tarde, los Rodríguez Mejía perdieron la propiedad. También, la libertad. Ambos hermanos fueron sentenciados a 35 años de cárcel; la hermana, a 28. Los demás integrantes de la red obtuvieron sentencias de ocho a 16 años. Las víctimas regresaron con sus familias o fueron enviadas a refugios especializados. La vecindad jamás volvió a operar como casa de explotación sexual y trata de personas y los motociclistas han desaparecido de las orillas del callejón.

“Sé que no es del todo una historia feliz, pero hay algo de poético en cómo se encuentra hoy lo que alguna vez fue ‘La Pasarela’”, le digo al fotógrafo y ahora soy yo quien lo lleva a ese callejón. Él lleva la mirada hacia el frente buscando las chelerías que ya no existen o las cubetas que se guardaron para siempre. Y se topa con que la fachada ya no es verde, sino blanca, y que el predio está cerrado, infranqueable para otro padrote, ahora rodeado por vendedores ambulantes.

“No, ve hacia abajo. El final medianamente ‘feliz’ está en el suelo”, le digo y él dirige la mirada al pavimento. Y ahí grabado en el cemento está un “avioncito”, un trazo simple de casillas numeradas del uno al diez, pero que lleva una callada promesa: que nunca más abrirá de vuelta La Pasarela de Manzanares y que no se olvide que alguna vez esta ciudad toleró un corredor de explotación sexual infantil que durante décadas operó a plena luz del día.


GSC/ATJ

  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.

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