El 17 de octubre Culiacán, Sinaloa, ardió. Sicarios amenazaron con matar a las familias de los soldados que se encontraban en la Unidad Habitacional Militar de la colonia 21 de marzo, si no se liberaba a Ovidio Guzmán López, hijo del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán.
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Ese día cuatro narcotraficantes llegaron al conjunto habitacional y bajaron de sus camionetas portando armas largas, cubriéndose el rostro y gritando que los matarían a todos.
Esta fue una de las estrategias que ocuparía el crimen organizado para chantajear al gobierno federal y para que dejaran libre al hijo del ex líder del cártel de Sinaloa.
Dentro de este complejo habitacional se encontraban las esposas e hijos de decenas de los soldados. Entre ellas Juana Salazar, cuyo nombre verdadero fue reservado.
Juana tiene 35 años y desde hace tres meses llegó a vivir a esa unidad habilitacional junto con su esposo, un sargento de 37 años. Ese día no salieron de casa, pues sus hijos no tuvieron clases y decidieron quedarse a jugar con ellos. Todo parecía que transitaba de forma cotidiana hasta que escucharon la primera ráfaga de balas.
“Enseguida salí corriendo, mis hijos estaban en el patio común jugando y lo único que que alcancé me a ver es como mi pequeño corrió, tropezó, se levantó y entró a la casa de una vecina”, expresa Juana.
Mientras eso sucedía con el pequeño, afuera los hombres con el rostro tapado y bien armados amenazaron al guardia de la unidad habitacional, quien les había pedido dejaran de disparar porque había niños.
Juana alcanzó a escuchar como los sicarios respondieron a la solicitud del soldado con un: “¡Entrégate tú!”.
Así lo hizo, sin dudarlo, el guardia se subió a la camioneta donde esperó por al menos tres horas. Afuera los integrantes del crimen organizado no cesaron a sus amenazas ni a los disparos.
“Al final decidí salir corriendo porque mis tres hijos andaban en la comunidad jugando, me espanté tanto que grité y lloré del miedo, mi esposo lo único que hizo fue decirme 'espérate ya que pasé y que se vayan para salir a buscar a los niños', cuenta Juana mientras mira de un lado a otro para que no la vean narrando lo que pasó.
Una vez que los sicarios se fueron y soltaron al militar que habían detenido, el hijo de Juana, un menor de 7 años, subió a su departamento y narró a su madre cada detalle de lo que vio.
“Yo estaba jugando con mis amigos cuando llegaron las camionetas, se cruzaron en la puerta y empezaron a tirar para arriba '¡Ta,ta,ta,ta! Se escuchaba', dice el menor mientras imita los movimientos de los hombres y el sonido de las ráfagas.
A siete días de los hechos, las familias de este complejo habitacional militar apenas han comenzado a salir de sus casas, los niños aún no van a clases y las esposas solo quieren se les de protección.
En el lugar el miedo se ha apoderado de la colonia y es tan grande que aún hay niños que no salen a jugar por el miedo que tienen sus padres de que algo vuelva a pasar.
“Lo único que queremos es más seguridad, mucho más por los niños, porque los niños fueron los que vivieron todo”, expresa Juana.