El propio Guillermo Gutiérrez se sorprende de que él y su esposa Alma Ruiz sigan de pie después de casi 10 años de estar buscando a su hija Raquel, desaparecida el jueves 1 de septiembre de 2011, en Ciudad Victoria, la capital de ese hoyo negro llamado Tamaulipas.
Se sorprende porque, durante esos años, los han amenazado tantas veces que ya no recuerda el número. La última fue una llamada, pero antes había sido un mensaje de voz, y antes un correo, y antes una advertencia en la puerta de la casa. Hubo un tiempo, incluso, después del asesinato de su amiga la activista Miriam Rodríguez, en 2017, en que el gobierno del estado le asignó a Guillermo un escolta. “Por medio de balazos y de amenazas nos tratan de callar”, dice el abogado y docente que, desde hace 40 años, ayuda a colectivos que rastrea gente desaparecida. Nunca se le ocurrió que, entre esos desaparecidos, iba a estar su hija Raquel.
Se sorprende porque ellos mismos, los Gutiérrez, han tenido que hacer sus propias investigaciones, pues a las autoridades tamaulipecas nunca les interesó la desaparición de Raquel. “Nos dieron una hoja como denuncia y fue todo”. Y hacer sus propias investigaciones significa que recibe llamadas de cualquier gente que sepa algo de Raquel. Incluso llamadas con el diablo para obtener una pista.
Y se sorprende, también, porque no han faltado las enfermedades en todos estos años de la búsqueda. La última fue el Covid-19: el débil sistema inmune dejó actuar al virus y Guillermo casi se muere. “Si el Covid no me derrotó es porque todavía necesito encontrar a mi hija”, dice.
Para los Gutiérrez todo empezó esa tarde en que Raquel, de 18 años, y un amigo fueron a la tienda en auto, compraron, salieron y se devolvieron a la casa del chico, donde los esperaban otros ex compañeros de la prepa. En algún momento, empezaron a ser perseguidos por unos hombres que iban trepados en una camioneta y en dos autos. Hombres que mataban, secuestraban, robaban, extorsionaban y traficaban para los Zetas, pero que también reclutaban a jóvenes por la fuerza.
El amigo de Raquel pudo burlarlos y logró meterse a su garaje. Enojados, los hombres le prendieron fuego a la puerta de la casa, después a la fachada, enseguida al garaje y los obligaron a salir. Se los llevaron a todos. Todos estaban a punto de ingresar a la universidad. Raquel, por ejemplo, quería ser abogada, como su papá. “Su deseo era defender a la gente de las injusticias”, cuenta Alma.
Ahora interviene Guillermo: “Nuestra vida cambió, estábamos en medio de una guerra, no había un ciudadano sin un familiar o amigo desaparecido o muerto por esta causa. Mi hija Raquel es una víctima más de la guerra de Calderón”.
Y así es: en aquellos años, entre 2007 y 2012, Tamaulipas vivió la primera época de la violencia más negra, con miles de jóvenes desaparecidos. “La policía recibía cerca de 40 denuncias de desapariciones al día, sólo en Ciudad Victoria”, dice Guillermo. Las últimas cifras hablan de 12 mil personas desaparecidas y más de 8 mil cuerpos no identificados en fosas comunes.
Después de la desaparición de Raquel, los Gutiérrez conocieron gente en su misma situación, así que crearon el colectivo Amigos y Familiares de Desaparecidos de Tamaulipas. En ese entonces el estado era gobernado por Egidio Torre Cantú, famoso por no haber buscado durante su sexenio a ningún desaparecido. “Ni Egidio ni ninguna autoridad nos han podido decir si Raquel está viva. Nosotros esperamos el milagro”, dice Alma, quien trata de mantener la fuerza.
El milagro se sustenta en que, en 2016, durante la búsqueda que han hecho los Gutiérrez, supieron que a Raquel la vieron en una casa de seguridad en la ciudad de Reynosa. “Un año después supe que estaba en Monterrey”. Que los Gutiérrez se nieguen a registrar su ADN no sólo tiene que ver con la esperanza de que Raquel está viva. También por una exigencia: “porque viva se la llevaron, viva que nos la entreguen”, dice Alma.
Viva. Para los Gutiérrez, Raquel está viva y Guillermo le escribe cartas en Facebook, con la esperanza de que pueda leerlas:
“Con tu ausencia que cala enormemente, las lágrimas en mis ojos brotan con uno solo de tus recuerdos hasta casi llorar como un niño. Vives como mi sombra en cada espacio de la casa, en cada calle que transito. En cada pared veo tu sonrisa… Vives en el vientre imaginario de tu madre y todavía escucho tus primeros latidos como señal de vida, a pesar de tantos años. Vives en la lluvia que me abraza junto a ti y tus lágrimas se confunden con las mías; escucho tu grito de auxilio en cada rayo estremecedor, este día del padre…”.
A quien alguna vez le escribió Guillermo fue al ex gobernador Torre. Le dijo:
“Un día despertamos en medio de una guerra que no es nuestra, se han contado ya miles de muertos y desaparecidos en nuestro territorio, un nuevo cementerio a lo largo y ancho de nuestro estado. Fuimos abandonados por todos los órdenes de gobierno, el dejar hacer y dejar pasar se convirtió en una política de Estado, su Estado fuerte que prometió se desmorona con uno solo de nuestros desaparecidos”.
Para los Gutiérrez, en cada manta del colectivo, en cada grito, en cada protesta, sus hijos regresan. “No declinaremos en la lucha. La esperanza es lo único que nos mantiene fuertes frente a la indiferencia y el desdén gubernamental”.
Y tan no van a declinar que Guillermo se puso a buscar a su hija a la mañana siguiente de que renunció, por falta de apoyo, como delegado de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Sólo nueve meses estuvo en el cargo. “Sigo en mi lucha, sé a lo que me enfrento, pero más miedo le tengo a la indiferencia, que es el peor veneno de las grandes luchas”.
Ese veneno, los Gutiérrez lo ha combatido marchando, coco a codo, con la familias que en años anteriores ha suplicado a una sola voz: “¡Que se acabe la guerra, que regresen los desaparecidos!”. Lo han combatido, además, marchando en la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia que recorrió Centroamérica, México y Estados Unidos, convencidos de que la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Uno de los momentos más difíciles en estos casi diez años de búsqueda, fue cuando a Guillermo le enviaron información de 30 jovencitas asesinadas y encontradas en Tamaulipas, mujeres que nadie había reclamado sus cuerpos y que ni la prensa reportó. Ninguna de las prendas de vestir eran las de Raquel.
“No hay peor dolor que alguien te arrebate un hijo, a mí me arrebataron a mi hija, una niña buena que no tenía nexos con gente mala”, dice Alma.
En Tamaulipas, muchos jóvenes fueron levantados en esos años de la barbarie. Por temor, nadie denunciaba. Los Gutiérrez se armaron de valor y siguen buscando a Raquel. Ojalá alguien sepa dónde encontrarla. Alma confía en que regresará un día. “Y entonces la abrazaré fuerte y le diré cuánta falta nos ha hecho”.
ledz