Por un tatuaje, juez deja en prisión a Érick Uriel

HISTORIAS

Es señalado por la PGR como La Rana o El Güereque, uno de los responsables de la desaparición de 43 normalistas, aunque la CNDH ya concluyó que sus características físicas no coinciden con las del sicario de Guerreros Unidos.

Wendoline del Ángel, esposa del inculpado, en su casa de Cocula. (Jorge Carballo)
José Antonio Belmont
México /

Un tatuaje mantiene a Érick Uriel Sandoval Rodríguez en una prisión de alta seguridad, acusado de participar en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014.

La “verdad histórica” de la Procuraduría General de la República lo identifica como La Rana o El Güereque, uno de los sicarios de Guerreros Unidos que perpetraron la noche de Iguala.

Pero el calvario para Érick Uriel y su familia comenzó hace casi tres años, cuando el 6 de octubre de 2015 la PGR ofreció un millón 500 mil pesos por información que llevara a su captura.

“Justo ese día que sale lo de la recompensa fue el cumpleaños de mi marido, estábamos en Iguala y mi mamá me llama y me dice que en las noticias estaba saliendo el nombre de él”, recuerda Wendoline del Ángel, esposa de Érick Uriel.

Enseguida, ambos se bajaron de la combi que los trasladaba a su casa y decidieron ir a la de la hermana de ella para revisar “en internet” lo que ocurría.

Érick Uriel y Wendoline viven en Cocula, en una localidad llamada Apipilulco, a media hora de distancia de Iguala.

“Nuestra reacción fue de miedo, de angustia, porque no sabíamos el porqué. Él no tenía nada que ver en todo esto, fue un asombro, ¿por qué su nombre?”, relata la mujer en su casa, donde los 26 y 27 de septiembre de cada año suelen vender micheladas y hamburguesas durante la fiesta del pueblo.

“En ese momento fue no saber si ir a la policía y decirle: ‘oye, estás mal, él no es, no tiene nada que ver en todo esto’, o esconderte porque no sabes qué puede pasar. Era el miedo que teníamos a lo que está pasando ahorita”.

Desde entonces, la familia comenzó a recabar pruebas para deslindar a Érick Uriel de la desaparición de los normalistas.

“Fuimos, llevamos actas de nacimiento de mi hijo, de sus hermanos, de sus niños, de su esposa, todo que comprobaba que él no era, que era otra persona la que ellos andaban buscando”, evoca Carmen Rodríguez, madre del inculpado.

Tras esa noticia, Érick Uriel decidió dejar su trabajo como maestro de educación física en un kínder de Atlixtac, comunidad cercana a Cocula.

“Ya no podíamos vivir en paz, ya no teníamos la tranquilidad de poder salir a donde quiera y sin ningún problema. Ya no era así, porque el hecho de vivir en una comunidad donde todo mundo te conoce y después sale en la televisión el nombre de tu esposo con una recompensa, pues siempre está la inquietud de que alguien pudiera denunciarlo”, recuerda Wendoline.

Para 2016 decidieron irse a vivir a Cuernavaca, Morelos, pero el dinero que obtuvieron de vender ropa y otras pertenencias no fue suficiente, y en septiembre de 2017 tuvieron que regresar a Cocula.

Un mes más tarde, las autoridades catearon la casa de la mamá de Érick Uriel en Atlixtac y en marzo pasado lo detuvieron.

“Como a las 3 de la mañana llegaron. Estábamos durmiendo, de un golpe nos abrieron la puerta. Agarraron a mi esposo y así como estaba se lo llevaron, lo sacaron jalando y yo lo único que les grité fue por qué se lo llevaban. Nunca nos mostraron nada, ninguna orden, nunca se identificaron, así como llegaron así se lo llevaron”, cuenta Wendoline.

Días después, Érick Uriel fue recluido en el penal federal de alta seguridad de Durango, acusado de secuestro y delincuencia organizada. Desde entones, su esposa solo lo ha podido visitar una vez, pues los recursos no le alcanzan. “Para verlo son 17 mil pesos. Me dan media hora para hablar con él, a través de un cristal”.

Entonces la familia decidió recurrir a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Tras unos meses de investigación, el organismo concluyó que al maestro de Cocula “se le había imputado una personalidad y delitos que no le corresponden”.

Las características de La Rana, recabadas por la misma PGR, no coinciden con Érick Uriel: nunca tuvo aretes, no tiene un lunar en el mentón y tiene otra edad. En los pliegos de consignación no se menciona su nombre, incluso, dos sicarios confesos aseguran que su cómplice se llama Édgar.

“Si la Procuraduría hubiese venido a investigar, como la CNDH hizo, toda la gente les hubiera dicho lo mismo... que mi hijo no era, que mi hijo es un profesor y no un criminal. La comisión ya demostró que él no es La Rana”, exclama la madre.

A pesar de todas las pruebas, la PGR asegura a la familia que ya no puede hacer nada y remite el caso al juez, quien decidió mantener en prisión a Érick Ulises porque consideró que uno de sus tatuajes en la espalda pudo cubrir el de rana, por el cual es identificado el sicario de Guerreros Unidos.

“Al tratarse los tatuajes de modificaciones en el color de la piel, que si bien son permanentes, no puede pasar desapercibido que actualmente existen métodos para eliminarlos, incluso únicamente para modificar su forma.

“Se advierte que las figuras que mencionan los testigos no corresponden con las que presenta el inculpado, lo cierto es que éste sí cuenta con un diverso tatuaje en las áreas indicadas, esto es, uno en la espalda y otro en el brazo derecho”, resolvió el juez a pesar de una prueba pericial que confirmó que Érick Uriel nunca se quitó un tatuaje.

Después que nació su primer hijo, hace 11 años, Érick Uriel decidió tatuarse en la espalda un “eclipse” como lo describe su esposa, o “un sol con 15 picos en forma de flama”, como lo denominó la autoridad judicial.

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