Tras las rejas y lejos de casa

Extranjeros en Puente Grande

José, originario de Guatemala; y Pedro, de Estados Unidos, comparten cómo terminaron en el complejo penitenciario en Jalisco y lo que esperan para cuando recuperen su libertad

La mayoría son estadunidenses y están en proceso, acusados de robo, homicidio, extorsión y delincuencia organizada. (FERNANDO CARRANZA)
Jorge Martínez
Guadalajara /

En el complejo penitenciario de Puente Grande, Jalisco, 118 extranjeros compurgan penas o se encuentran en proceso, acusados de robo, homicidio, extorsión y delincuencia organizada.

La mayoría nacieron en Estados Unidos; otros son originarios de la isla de Madagascar, Colombia, Venezuela, Honduras, El Salvador, Cuba, y varios de Guatemala, entre ellos José N.

José fue detenido el 10 de septiembre de 2011, acusado de robar una camioneta, delito que asegura no cometió. Su familia no sabe que está preso.

“Mi familia no sabe nada que estoy detenido, por no tener comunicación con ellos, por no saber cómo comunicarme con ellos y hasta la fecha no saben nada. Extraño mucho a mi familia”, comentó.

Es originario de una comunidad marginada del municipio de Livingston Izabal, Guatemala, que hace frontera con Belice. José abandonó su casa para buscar el sueño americano con la intención de brindarles una vida mejor a su esposa y sus tres hijos, porque como campesino no le alcanzaba para dales de comer.

Cuando José fue detenido no hablaba español. Asegura que los policías judiciales que los capturaron lo torturaron hasta que firmó su confesión.

“Del asunto no sé bien, sólo me dijeron que yo fui y los policías me dijeron que sí, yo fui. Pero como no expliqué bien, más la tortura que me dieron, pues ni modo que dijera que no, mejor dije que sí para que no me pegaran mejor. Si yo les digo que no, me van a pegar más, mejor les digo que sí para que se relajen”, denunció.

El ciudadano guatemalteco fue condenado a 12 años de prisión y lleva seis tras las rejas. Sin embargo, a pesar de estar entre muros, José confiesa que su condición de vida ha mejorado significativamente, pues en su país no contaba con los servicios básicos para poder vivir.

“Gracias a Dios tenemos poquita libertad y deporte, limpiar toda el área y más que nada divertirnos. Pero si no trabajamos, si no limpiamos, no hay como aprender a vivir. Y si se enferma uno, tenemos área médica donde podemos tener atención; tenemos escuela, estoy en una condición bien chida, porque donde yo vivía no hay luz, no hay escuela, no hay televisión y no hay carretera”, agregó.

En contraparte a la ventaja de tener servicios básicos, José se ha convertido en un hombre solitario. Y es que si bien está rodeado de otros presos que se han convertido en su nueva familia, tiene años que nadie lo visita en la cárcel, que nadie pregunta por él, que nadie lo felicita en su cumpleaños, que nadie le regala algo en Navidad, que nadie le brinda una palabra de aliento.

Con las únicas personas que tiene contacto del mundo exterior son con los notificadores que le informan de su proceso. Dice que también su representación consular lo abandonó a su suerte.

Otro caso es el de Pedro, quien nació en Estados Unidos, pero sus raíces mexicanas lo llevaron a radicar desde 2008 en el pueblo de sus padres, ubicado en los límites de Jalisco con Zacatecas, aunque prefiere no revelar el nombre de esa comunidad. Compurga una pena de 20 años por homicidio, delito que niega haber cometido.

Aceptó que se involucró con el crimen organizado, aunque culpó a la pobreza asegurando que el dinero que ganaba como agricultor no le alcanzaba para mantener a su madre. El cártel para el que Pedro trabajaba le pagaba 3 mil pesos a la semana por bajar en su camioneta ladrillos de mariguana y cocaína de la sierra.

Reconoce que fue un error meterse en el mundo del narcotráfico. “La verdad no valió la pena. Todo lo que he hecho en mi vida de drogadicto y prisionero nada valió la pena, todo está como en el olvido; estoy muerto en vida”, señaló.

La mayoría de las personas que trabajaban con él transportando droga fueron asesinadas. Por eso Pedro se siente afortunado de seguir con vida, pero teme que al salir de la cárcel lo quieran matar.

“La mayoría están muertos; me siento privilegiado por estar vivo, pero quién sabe cuándo salga. Muchos de los que están saliendo de aquí en veces no duran porque los matan”, dijo con voz entrecortada y risa nerviosa.

Tiene tres años que no ve a su anciana madre, una mujer de 80 años. Confiesa que cada vez que tiene oportunidad de hablar con ella “le pido perdón y ella me contesta: ‘Hijo, tú hiciste tu vida como tú quisiste; ahora acepta las consecuencias’”.

Una vez que salga de la cárcel Pedro piensa regresar a Estados Unidos. Pretende trabajar como instalador de televisión por cable, oficio que aprendió desde muy joven.

“Quiero ponerme a trabajar para alcanzar a rescatar algo de vida. Quiero tener esposa, familia, casa, y una opción no es regresar a la cárcel, eso ya es pasado. Se escucha mal, pero todo lo que he vivido, lo he vivido feliz”, finalizó.

MC

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