Un rasgo sobresaliente de nuestra vida política —que quizá se acentúe— es el de la fragmentación. De un partido (casi) omnipotente a un pluralismo moderado que giraba en torno a tres partidos parece que transitamos hacia una mayor dispersión. Es uno de los frutos maduros del proceso democratizador pero también del desencanto con las organizaciones tradicionales. La escisión en la izquierda, la caída relativa de las votaciones del PRI y el PAN, el fortalecimiento en algunas zonas de los partidos menores y la irrupción de los candidatos independientes conforman un haz de opciones mucho más dividido que el del pasado inmediato.
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