De los tiros que le dispararon quedó evidencia de 37 y no terminaban de recoger los casquillos cuando su nombre se mencionaba ya en todos los noticieros, locales, nacionales y extranjeros. Fue la noche del 26 de julio cuando la alcaldesa Morenista Griselda Martínez, que lleva un año en el cargo, fue atacada por cuatro hombres armados montados en dos motocicletas.
Del atentado ocurrido en el puerto de Manzanillo cuando circulaba alrededor de las 20:00 horas por la avenida Díaz Zamora la presidenta municipal recuerda el ruido de las detonaciones y el obsesivo pensamiento que la asaltó: “Hay mucha gente afuera, la van a matar o herir. No pensaba en ese momento que me iban a matar”.
De sus 51 años de edad, 30 los ha dedicado a lo que llama “la lucha” casi codo a codo con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese ha sido su motor por eso este atentado le provocó miedo, pero fortaleció su compromiso. “Nos estaban disparando y uno de los escoltas, el de la Marina, me dijo que me agachara y logró herir a uno de los atacantes, lo que hizo que huyeran”.
Minutos después, con un rozón de bala en el costado y su blusa cubierta de sangre, fue trasladada a la Dirección de Seguridad Pública donde, aún estando resguardada por policías federales, municipales, marinos y soldados, fueron rafagueadas las instalaciones.
Han transcurrido 77 días, tiempo en que el marino escolta se recuperó del balazo en la mandíbula y Lety, la maestra jubilada que fue herida en la cabeza por una bala perdida, se recupera lentamente. Pero la Fiscalía de Colima no ha dado a conocer ningún avance en la investigación.
La morenista dice que es evidente el contexto hostil que vive, a lo que se suma el dominio del narcotráfico (cártel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación), que tiene en este puerto su principal entrada de metanfetamina, además es uno de los destinos de playa con más homicidios: 195 de enero a septiembre de este año, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. La combinación perfecta entre política y grupos delincuenciales. “Alguien pidió un favor y se lo hicieron”, dice como hipótesis del atentado.
Asume que por convicción ha declarado la guerra a la corrupción: “Llegamos a poner orden y eso no gusta a mucha gente, eso empezó a incomodar y empecé a tener una violencia política de género extrema”.
Tras el ataque duerme en la sexta Región Naval de la Secretaría Armada de México con una camioneta artillada delante de la puerta y hombres armados en la azotea. De ahí sale muy temprano y llega muy tarde, sus vecinos uniformados le dicen “la ciudadana”. Lo más difícil — confiesa— fue aprender a hacer la cama, “porque esas camas no son como las que tienen resortito, esas tienes que doblarla y hacer dobleces especiales”.
Si antes tenía dos escoltas, ahora la acompañan 13 más (marinos y soldados) a todos lados. Todos se han convertido en su familia. “Ahora no nada más cena la presidenta, cenan todos, si como yo comen todos o nadie.
“Los domingos que vamos mi casa preparamos comida para todos, comemos todos en familia. Y la verdad es que a veces mientras unos escoltas hacen la guardia, otros ayudan a picar jitomate, para hacer un ceviche, por ejemplo”, dice.