La caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 fue el primer paso de un proceso de reunificación que duró poco menos de un año y puso fin al enfrentamiento político, económico y social entre el Este socialista y el Occidente capitalista.
Jorge Castro Valle, fue el último representante de México en la República Democrática de Alemania antes del a unificación; obligándolo a enfrentar el proceso final de la adhesión de las dos Alemanias y el fin de una relación diplomática de 17 años con nuestro país.
La premura de su llegada imposibilitó, en ese momento, su ascenso como embajador, aunque años más tarde regresó a una Alemania que se situaba como una potencia económica a nivel mundial y en donde finalmente pudo ostentar el cargo de embajador.
¿Con qué se encuentra a su llegada a Berlín?
Cuando llego a Berlín oriental en agosto de 1990 ya habían ocurrido varias cosas muy importantes de negociaciones entre las dos Alemanias por un lado, pero también con los aliados de la Segunda Guerra Mundial. La ciudad de Berlín no sólo estaba dividida en el sector oriental que era soviético, mientras que el occidental se componía del sector americano, británico y francés; era una ciudad dividida y además controlada por las cuatro potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo fue ese proceso final de unificación?
Eran cuestiones para ver qué forma iba a adquirir la unificación, muchos decían que sería una especie de anexión, pero había que buscar la fórmula y lo que se encontró fue un procedimiento que establecía la propia constitución Alemana occidental para realizarlo en forma de una adhesión que se concretó la medianoche del 2 al 3 de octubre de 1990.
Todo este proceso final de agosto a octubre me tocó vivirlo en Berlín oriental como el último jefe de misión, yo todavía no era embajador en ese entonces, me comisionaron como encargado de negocios ad hoc porque ya no había tiempo de nombrar un nuevo embajador.
Posiblemente hubiera yo sido ese nuevo embajador, pero requería el proceso de ratificación del Senado y ya no había tiempo, mi encargo duró escasos tres meses, aunque me quedé otro rato porque había que desmantelar la embajada y ver qué sucedería con los archivos, así que permanecí en Alemania oriental hasta diciembre y después ya fui comisionado a otro destino diplomático.
¿Le sorprendió que fuera tan rápido?
El mundo entero se quedó muy sorprendido. El proceso en realidad, si tomamos como arranque la caída del muro de Berlín fue de casi un año; sin embargo, el proceso final fue realmente muy muy rápida. Cuando llegué a Berlín oriental a mí me había convocado el entonces secretario, Fernando Solana y el subsecretario Andrés Rozental, y me dijeron 'vete a Berlín Oriental, no sabemos cuánto va a durar tu comisión, esto está muy fluido y muy incierto'; así que me fui literalmente a la incertidumbre, a ver qué había y fue rapidísimo, porque una vez superados los temas complejos la decisión final se tomó a mediados de septiembre, y la decisión el parlamento alemán y se concretó el día que hoy conocemos como el Día de la Unidad Alemana.
Nadie se hubiera podido imaginar un año antes que esto hubiera sucedido tan rápido y fue un acontecimiento que efectivamente cambió muchas cosas en el mundo entero y no se diga para Alemania, que se convirtió en el gigante económico y político que es hoy. En Europa cambió el equilibrio de poder y fue el final de la confrontación Este-Oeste y, de alguna manera, desató la desintegración de la Unión Soviética.
¿Cómo se vivía el día a día esta integración en la Embajada?
Fue dramático, porque por un lado los funcionarios con los que el gobierno de México venía trabajando la relación ya no estaban en sus puestos o estaba a punto de entregarlos; porque no hubo una absorción director de los funcionarios que habían servido en Alemania Oriental; aunque lo más dramático era la gente que trabajaba en la Embajada, todo el personal local, porque sabían que sus días estaban contados y que no podrían continuar trabajando para México.
Un evento que para mí fue muy emotivo, fue el último Día Nacional de México, el 15 de septiembre de 1990, donde me tocó presidir una recepción diplomática en donde se invitó a todos los que habían tenido una relación cercana con nuestro país y el ambiente que prevalecía era emotivo por la relación afectiva y por otro lado de incertidumbre sobre su futuro inmediato.
¿Esto marcó un antes y después para su carrera?
Sin exagerar podría decirle que sí. Años después, en 2003 fui designado embajador en Alemania, así que el regresar a un Berlín muy diferente al que había conocido en 1990 fue realmente emotivo, una emoción casi indescriptible de ver años después como se había cristalizado todo el proceso, que a pesar de los problemas de igualdad que hay entre este y oeste, sin duda los avances que se han logrado en estos ultimo 30 años son impresionantes. Sin duda fue una de las experiencias más emotivas y formativas que tuve en mi carrera diplomática.
A 30 años de la caída del muro, ¿cree que hemos olvidado la importancia de la unificación?
Los muros no son solo anacrónicos, sino que no sirven de nada; el Muro de Berlín demostró ser un anacronismo total que no sirvió de nada y hoy debemos de considerar esta experiencia y esta lección histórica cuando en lugar de hablar de construir puentes, se habla en ciertas latitudes de erigir muros.
Espero que logremos aprender de estas lecciones que nos ha dado la historia y que el mundo vaya a la dirección correcta de crear puentes y no muros, en apertura; pero el mundo hoy en día está en un periodo de incertidumbre y de transición que ojalá nos lleve hacia la dirección correcta, pero como diplomático retirado mi esperanza más grande es que el mundo aprenda de las lecciones del pasado.