Banderines, huipiles, figuras de yeso, bustos, sombreros, abanicos, calendarios, vasos, espejos, fotos, juguetes, mapas, escudos, regalos y colecciones encuadernadas de la prensa escrita que le rendía pleitesía. La residencia del centenario ex presidente Luis Echeverría en San Jerónimo es un santuario en el que se venera su figura, es un museo de la vanidad, un culto propio al ego.
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Lo concibió desde que inició su campaña presidencial en 1970. Desde entonces, día a día, sin prisas, construyó en su propia casa el mayor monumento que un priista ha creado para sí mismo. No es metáfora. En el fondo de su hogar de Magnolia 131, existe una bodega que resguarda los miles de objetos que el pueblo le regaló y a los que sólo tienen acceso la familia, amigos cercanos e invitados especiales. Además, dedicó una habitación especial para archivar lo que la prensa oficialista publicó durante su mandato.
Recuerdos del candidato y del presidente
La bodega tiene estanterías de metal donde ha conservado en medio siglo los regalos más pequeños y perecederos, algunos de barro, yeso y papel, hasta otros más grandes y duraderos de madera, tela o vidrio. Están acomodados, sin aparente orden específico, banderines, huipiles, sombreros de paja y pequeños bustos con su rostro. También platitos de porcelana, calendarios, espejos, botones, vasos y abanicos. Mucho de aquello que como candidato iba recibiendo durante esa campaña en la que, se dice, recorrió 55 mil 150 kilómetros de territorio nacional. Y después como mandatario.
En muchas piezas están inscritas sus iniciales, “LEA”, que en la época se leía en pancartas, carteles, bardas y hasta en un cerro, La Caldera, que se ubica en el municipio de Los Reyes la Paz, en el Estado de México, y que las generaciones más jóvenes pudieron ver en una escena de la película Roma (2018) de Alfonso Cuarón.
En otro estante hay artesanías de yeso, madera y cobre. También fotografías, juguetes tradicionales y hasta mapas y escudos estatales, objetos todos que lo colocaron en un pedestal de oro del que ya nunca se bajó, una especie de coronación anticipada, un museo al ego.
Con estas piezas comenzó la petrificación de Echeverría, quien había logrado llegar a lo más alto del poder político mexicano, como lo soñó de niño, cuando jugaba a colocarse la banda presidencial, según relató alguna vez el escritor Ricardo Garibay, asiduo a los viajes presidenciales.
La hemeroteca de Echeverría
Otro espacio en la residencia es una hemeroteca que luce impecable. Revestida de madera y acondicionada con libreros que van de piso a techo y mesas con vidrios biselados, es la materialización de su reinado, donde se atesoran todas las publicaciones que elogiaron su sexenio: periódicos, revistas y libros.
Las publicaciones están encuadernadas en piel y ordenadas meticulosamente por semanas y meses. A golpe de vista no se observa ninguna colección del semanario Proceso, surgido a finales de 1976 tras el golpe a Excélsior, dirigido por Julio Scherer García, ni de la revista ¿Por qué?, del periodista Mario Menéndez Rodríguez.
En la hemeroteca, adornada con esculturas que fueron regalos de embajadores y ministros, destacan algunas fotografías, todas en blanco y negro, donde aparece el priista acompañado por diplomáticos de diferentes países.
Residencia, lejos de la grandeza de antaño
Con pasado glorioso, la residencia comenzó a resquebrajarse en los últimos años. Los tiempos de las reuniones con destacadas personalidades priistas fueron sustituidas por un ambiente solitario y decadente. Luce limpia, pero de ningún modo impecable.
Así se advertía en 2017, durante una visita diplomática, cuando Echeverría, entonces de 95, recibe a una comitiva de la embajada China en México, encabezada entonces por Qiu Xiaoqi, a propósito del 45 aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el 14 de febrero de 1972.
En la reunión están presentes su hija María Esther Echeverría Zuno y dos de sus incondicionales: Jorge Nuño Jiménez, quien fuera su secretario particular y ha estado ligado al ex presidente desde el 15 de diciembre de 1970, y Eugenio Anguiano Roch, primer embajador de México en China al reanudarse las relaciones diplomáticas en febrero de 1972.
La estancia para las visitas está adornada con algunos de los muchos obsequios que Echeverría recibió durante su sexenio. Hay jarrones de barro, esculturas de madera, figurillas de metal, floreros y hasta un árbol de la vida de dos metros de altura. También hay una chimenea revestida con tabiques rojos, en la que cuelga una pintura de María Esther Zuno Arce (1924-1999), esposa de Echeverría.
Esclavizado a una silla de ruedas desde tiempo atrás, en esta ocasión viste traje azul, camisa blanca, una corbata a rayas bien ceñida al cuello y sus característicos lentes de gota grande. Un hombre de piedra listo para interpretar su mejor personaje: el político arisco, de pocas palabras, que prefiere escuchar. En algún momento, cuando rememora su primer viaje a China como presidente, se anima a bromear con su recordado lema: “¡Arriba y adelante!”
Hay que recordar que el ex mandatario debió declarar por las acusaciones en su contra debido a la matanza de estudiantes en 1968 y al halconazo de 1971. En 2006 se le dictó prisión domiciliaria acusado de genocidio, por Tlatelolco, pero en 2009 fue exonerado de este cargo.
Cuando concluye la breve visita diplomática, Echeverría se despide y su enfermero lo conduce al pie de unas escaleras para llevarlo a la recámara. Se hace ayudar de otro asistente para, entre los dos, cargarlo con todo y silla. Sufren en la maniobra de tal manera que lo suben de lado, mientras el ex presidente se aferra como puede para no caer. Se refugia en las entrañas de su monumento al ego.
DMZ