A Omar y Ernesto, Ayotzinapa les cambió la vida. Los sueños de estar frente a un salón de clases comenzaron a diluirse el 26 de septiembre de 2014, la noche en la que 43 de sus compañeros fueron secuestrados y desaparecidos en Iguala, Guerrero, por policías y miembros del crimen organizado.
Hoy Omar vive en la Ciudad de México, estudia y trabaja lejos de los campos de amapola en los que creció. Ernesto, mejor conocido como Malboro es campesino, cosecha lechugas y calabazas en una parcela en Tixtla, muy cerca de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, de la que dice, sentir un amor profundo, pero decepcionado de cómo se alecciona a las nuevas generaciones.
Las maneras en las que los estudiantes tienen el control absoluto de la escuela los llevó a abandonar la normal. A Omar lo echaron meses después de que se sumara al movimiento de los padres por los desaparecidos y Ernesto, quien si terminó, piensa que la escuela esta en total desequilibrio académico.
Luego de que sus compañeros desaparecieran, ambos comenzaron a ganar reflectores, “se hicieron estrellitas”, como los señalaron algunos, otros compañeros los acusaron de estar infiltrados y trabajar para el gobierno. Nada de eso es cierto. “Los infiltrados son otros y hasta se tomaron fotos con políticos, cuenta Omar desde un café en Coyoacán y mientras recuerda que la decisión de ir a tomar camiones la tarde del 26 de septiembre fue un cumulo de desesperaciones.
“La decisión había sido tomada federación de estudiantes, era un decisión de asambleas y del comité estudiantil, pero para esa fecha ya teníamos 8 autobuses y la meta eran unos 20”.
"Claro que cuando tomas más de cinco autobuses comienzas a tomar a la policía, por eso ya habían puesto retenes desde la mañana. Antes de salir a Iguala, los estudiantes ya habían intentado tomar algunos en la mañana y se les impidió el paso, por eso esa decisión de salir hasta Iguala, fue ahí en caliente del comité de lucha y del comité de orden y disciplina”, recordó.
Esa decisión, “fue también la que más cuestionaron los padres y nosotros mismos”, dice Omar, es más“ nunca estuve en contra de que se investigara a los estudiantes que era lo que quería (Enrique) Peña Nieto, a lo que yo me oponía es que lo hiciera la PGR de Peña Nieto sabiendo que la PGR había hecho una mala investigación y lo único que estaban buscando era un pretexto para echar a todos los estudiantes en el mismo costal como infiltrados o narcotraficantes, cuando no lo es.
“¿Qué si hubo y hay infiltrados? Pues lo veo como desde el contexto en el que esta Guerrero, un territorio en disputa todos quieren tener un enclave, mercado y esto involucra a grupos del crimen organizado, a partidos políticos, a organizaciones sociales, en algunos casos hasta la guerrilla y mas en escuelas de estas, todos quieren nutrir sus filas, buenos elementos, porque son aguerridos y convencidos de la lucha social”.
Ernesto coincide con ello. Desde su parcela en Tixtla, donde prepara la tierra para una nueva cosecha, esta vez de cilantro, cuenta que la normal como en cualquier otra institución educativa o de gobierno, llega una diversidad de pensamientos, de intereses.
“Históricamente se ha vivido con la infiltración en la Normal de Ayotzinapa y lo que hay son gentes que van de orejas para el gobierno y aquellas personas que acusan a otros de ser infiltrados son los que actúan como tal. A mi me han dicho que soy infiltrado, pero me rio”.
Pero la escuela también esta en lucha contra ello, contra los infiltrados, porque es una posibilidad de que haya gente de otros grupos delictivos, pero eso le corresponde a las autoridades hacer esa investigación.
“Cuando a mi me interogaron en la procuraduría para decirme que dijera sobre si yo era infiltrado, el MP me dijo: si sabes que Ayotinapa es investigada por delincuencia organizada y le dije pues apresúrese, porque así como entran, salen. Yo les dije que se apuraran también a investigar a los estudiante y que si encontraban algo, lo dijeran porque estamos exigiendo verdad”.
RLO