Ser víctima de un asalto en el transporte público es algo que deja huella, pues no es sólo el robo de pertenencias, sino también el despojo de la sensación de seguridad, dice Roberto Mendoza García, quien vivió hace 3 años, una experiencia desafortunada a bordo de una unidad cuando se dirigía a Tula de Allende a visitar a una amiga.
En el crucero de Progreso, sobre la carretera federal Jorobas-Tula, un hombre abordó la unidad en la que viajaba y con un arma blanca amagó a los cerca de 15 pasajeros y al chófer, para despojarlos de sus pertenencias.
- Te recomendamos Perrita Frida, de haber sido abandonada en Tenango a vivir el “sueño americano” Virales
A Roberto le quitaron su cartera, su celular, un anillo y un reloj; el delincuente robó las pertenencias de los pasajeros y lesionó con el arma al chófer; minutos después el delincuente bajó de la unidad, y en un arrebato de valentía y enojo los pasajeros salieron detrás de él.
Roberto se quedó a bordo de la unidad, preguntó al chófer como estaba; luego de ver que la lesión era menor, y que el delincuente portaba únicamente un cuchillo decidió salir detrás de los demás pasajeros para detener al joven que les había arrebatado sus pertenencias.
Si hubiese portado un arma de fuego no habría salido detrás de él, para aprehenderlo, dice. Iba en búsqueda del ladrón cuando vio a una unidad de la policía municipal y le solicitó apoyo, rodearon la manzana y lo detuvieron del otro. Lo pusieron a disposición; sólo él y el chófer interpusieron la denuncia.
Roberto confiesa que no sabe si iniciaron otras carpetas de investigación por más robos cometidos por el delincuente; él como denunciante ahora tenía un proceso que seguir ante las autoridades para lograr que se sancionara el robo del que fue víctima.
Lo logró, el delincuente fue enviado al Centro de Readaptación Social (Cereso) de Tula; no fue un proceso sencillo, por el contrario, fue muy largo. Tuvo que acudir en distintos momentos para darle seguimiento a su denuncia, tantas veces que tanto él como el chófer optaron por otorgar una especie de perdón al delincuente por el hecho.
Tan abrumador es el proceso que terminaron por cesarlo, y con ello permitir que la pena se le redujera al delincuente, quien a pesar de ello no pudo liberarse del todo, pues al usar un arma y violencia en el asalto se enfrentaba a una pena de más de una década; misma que al final quedó en 4 años de reclusión, y que están por cumplirse.
Desde entonces, Roberto perdió la tranquilidad de subirse al transporte público; ahora trata de no portar mucho dinero en la cartera, dejar su reloj, no llevar el celular en la mano, o por lo menos no a la vista de los delincuentes. Vive con miedo al viajar en el transporte.
Y no es para menos. Tiempo después en Tepeji del Río un delincuente intentó subir a la unidad de transporte en la que viajaba, pero el chófer se percató a tiempo de las pretensiones y prosiguió la marcha para minutos después solicitar el apoyo de elementos de la policía municipal, quienes instrumentaron, por petición de los pasajeros y no por decisión propia, una búsqueda.
También en Atotonilco de Tula, Fernando Olivares Montes vivió una experiencia que lo dejó con temor a subirse al transporte público. Era 2012, estaba por llegar a su casa, procedente de la ciudad de México. El autobús en el que viajaba se detuvo en Santa Teresa, Huehuetoca, estado de México, para “subir” pasajeros.
Minutos después dos de esos pasajeros efectuaron un disparo de arma al techo de la unidad y amagaron a los tripulantes, para despojarlos de sus pertenencias. El hombre robusto y el delgado les gritó a los pasajeros para que entregaran sus pertenencias; uno de ellos se opuso y le dieron un cachazo.
Otra mujer que viajaba con un niño sólo se agachó y apresuró a darles sus pertenencias a los delincuentes, quienes minutos después descendieron con el botín, fruto de un esfuerzo honrado que alguien más tuvo que hacer para que ellos terminaran arrebatándoselo.
Aquella ocasión Fernando perdió el poco dinero que tenía en la cartera; no traía objetos de valor. No era su intención denunciar, pues sabía que perdería mucho tiempo.
Nadie más hizo el esfuerzo por denunciar, ni siquiera el chófer de la unidad, quien no detuvo su marcha. Prosiguió así como si nada hubiera pasado, a pesar de que los pasajeros de su unidad, que entonces viajaba al 75 por ciento de su capacidad, habían sufrido un asalto, siendo despojado de sus pertenencias.
Desde aquel día Fernando Olivares trata de viajar con dos carteras, una de ellas con poco dinero. El celular trata de mantenerlo oculto, para que no esté a la vista de algún ladrón.
La delincuencia no tiene hora de descanso, por eso en todo momento está al pendiente mientras viajaba en transporte. Cuando sube algún pasajero lo analiza visualmente, y si considera que puede ser un potencial asaltante guarda sus cosas, elabora un pequeño plan de cómo actuar en caso de que reviva de nuevo la experiencia de un asalto.
Los operadores de transporte público también han tomado sus precauciones y de noche ya no realizan ascensos en puntos de alta delincuencia, como los situados en los límites entre Atotonilco de Tula y Huehuetoca, este último municipio perteneciente al estado de México.
Únicamente hacen descensos, pero ya no permiten que de noche alguien aborde la unidad en un punto no seguro. Los asaltos en las unidades de esta ruta se terminaron, por ahora, y eso lo agradece Fernando, quien espera no sufrir de nuevo un asalto, pues no confía en las autoridades, ni las policiales ni las de justicia.
En el mismo tenor se encuentra Silvia Maya Venegas, una comerciante de Atitalaquia, quien hace años, cuando regresaba de la ciudad de México con mercancía para su negocio fue asaltada.
Perdió su teléfono, dinero y mercancía en un asalto similar al que vivió Fernando Olivares, en la época en la que a pesar de los operativos policiales los asaltos a transporte público eran continuos, imparables.
En su asalto nadie quiso denunciar, y ella ante esta situación se desanimó. Sabía que era mucho desgaste el proceso, y a la postre le resultaría más fácil comprar un nuevo teléfono y mercancía, que denunciar.
No confía en las autoridades de justicia, ni tampoco en los policías, aquella vez del robo, ni una sola patrulla encontraron en el camino de Atotonilco a Atitalaquia.
Ahora, dice, los delitos a bordo del transporte han cesado, al menos en la ruta que ella usa. Espera nunca volver a sufrir un asalto, pues sabe que en estos casos el pasajero está sólo, sólo ante la delincuencia, y a pesar de todos los discursos, dice, hoy es más fácil perdonar la delincuencia que castigarla.