Los primeros rayos del sol empiezan a bañar la bocana, ahí donde se mezclan las aguas del Golfo de México y el Río Pánuco; garzas y pelícanos extienden sus alas dando la bienvenida a un nuevo día. Mientras eso pasa en la escollera de playa Miramar, en muchos hogares los focos se empiezan a encender, es hora de preparar las maletas pues pronto los integrantes de la flotilla de barcos camaroneros zarparán al mar después de siete meses en tierra.
La veda de camarón terminó, fueron siete largos meses de espera y nace una nueva esperanza, nuevas ilusiones y el deseo de que todos los tripulantes de los barcos regresen con bien.
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“Me levanté desde las cinco de la mañana a prepararle a mi esposo algo que comiera antes de que se fuera, él solo toma café”, dice doña Lidia Santos, quien lleva 44 años casada con el señor Martín Purata Cuervo, de los cuales 43 lo ha podido despedir desde la escollera. “Acabamos de cumplir 44 años de casados y son los que, gracias a Dios… Anteriormente venía con mis hijos pero ellos ya están en Monterrey. Mi esposo es motorista, él trabaja para los barcos ‘quintines`, ya lo estamos esperando aquí con emoción, con sentimientos encontrados, por un lado, me da gusto por él porque fueron siete meses de veda, siete meses en los que ellos no generan ningún sueldo, por otro lado es triste por el peligro en el mar. Él desde los 22 años empezó a trabajar en el mar, empezó como todos, primero como pacotillero, luego fue cocinero, luego winchero y ahora es motorista”.
El sentimiento invade a doña Lidia, sus ojos brillan al saber que su compañero de vida pronto dejará la tierra para llegar al mar. “Para mi, verlo partir es un gusto, pero a pesar de mis 44 años de estar con él, siento tristeza verlo partir porque como decía mi madre, `uno los ve partir mas no sabemos si van a regresar`, gracias a Dios lo vamos a tener de regreso”.
Las familias siguen llegando, apresuran el paso mientras cargan sombrillas y sillas para esperar a que su familiar pase y darle la despedida y bendición. “Papi me traes un camaroncito”, se escucha el espontáneo grito de una niña entre la multitud, que, a pesar de su inocencia también se conmueve hasta las lágrimas”.
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Los barcos están pasando, los tripulantes hacen sonar su bocina mientras dicen adiós con su mano extendida, contestan los buenos deseos de sus familiares, es el amor plasmado en una escena.
Las pancartas salen a relucir, hay muchos mensajes y deseos: “Dios te bendiga a ti y a tu tripulación abuelo Lolo. Dios te bendiga hijo. Vuelve pronto. No voy a comer camarones hasta que vengas”, se lee.
El desfile de barcos sigue, cada uno que va pasando lleva en sus redes la ilusión, las ganas de un porvenir de muchas familias.
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“Mi hijo le tomó el amor a este trabajo porque mi papá era capitán de un barco, ahí nació el amor al mar; mi hijo tiene 23 años y empezó a los 16. Uno quiere que les vaya bien pues esperan mucho tiempo para este gran día que se abre la veda. Mi hijo va por 40 días y si les va muy bien regresa en 20 y 25 días, siempre con el favor de Dios”, dice con emoción la señora Paty.
Ha pasado el último barco, todo enmudece, solo se escuchan las olas bramadoras y el canto de las aves, los barcos desaparecen a la vista dejando una gran huella en sus familias.
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