Dos días después de que agentes federales del Instituto Nacional de Migración (INM) y policías de la secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México entraran al inmueble y rescataran a 22 migrantes guatemaltecos que permanecían privados de su libertad, el lugar permanece abandonado, no es resguardado por ninguna autoridad, ni se han colocado sellos de clausura para preservar la escena.
Se trata del inmueble ubicado en la alcaldía Venustiano Carranza en el número 334 de la calle Emilio Romero de Valle, donde integrantes de la delincuencia organizada -que hasta el momento no han sido identificados- encerraban a migrantes a los que secuestraban y a los que exigían el pago de dos mil 500 dólares para dejar en libertad, y que así, pudieran seguir con su camino hacia Estados Unidos.
Nadie se imaginó lo qué sucedía en ese lugar, que, por cierto, está apenas a kilómetro y medio del Congreso de la Unión a unos 20 minutos si se hace el trayecto caminando. La casa donde encerraban a migrantes centroamericanos simplemente se pierde en el anonimato.
El ambiente en la calle donde sucedieron los hechos es de tensa calma, la vida transcurre con normalidad, pero los vecinos parecen expectantes, pero no se sabe bien a bien de qué la mayoría prefirió guardar silencio cuando se les preguntaba detalles para reconstruir el día del operativo o las actividades que se realizaban en la casa de seguridad antes de que se descubriera que era la base de operaciones de una red de contrabando de migrantes.
“Ni siquiera nos dimos cuenta. Ni ese día nos dijeron nada más que vinieron patrullas. Ni en cuenta. Ni el perro ladró, con decirle, ¡y para eso está!” declaró una vecina del inmueble.
“No, ¿para qué le voy a decir? Usted sabe que no se puede hablar de nada. No se puede hablar de nada y ustedes lo saben, si son periodistas. Solamente los tontos les dicen lo que quieren oír”, dijo otro vecino al ser interrogado sobre los vecinos dentro del inmueble donde secuestraban a los migrantes.
En una visita realizada por MILENIO al lugar se pudo comprobar que la puerta de la cochera fue dejada entreabierta tras el operativo realizado el miércoles por la noche, al interior se puede ver el lugar donde agentes de migración y policías capitalinos se encontraron con los migrantes guatemaltecos –entre los que se contabilizaron a 12 menores de edad, algunos de los cuales viajaban solos- luego de que uno de ellos burlara la vigilancia de sus captores y se comunicara al 911 para pedir auxilio.
El lugar está visiblemente descuidado, las paredes lucen sucias y piden a gritos una mano de pintura, la poca que todavía visten se desgaja por la humedad y el paso del tiempo, dejaron la luz encendida, un bote de basura en la esquina está repleto de basura y ésta se desparrama por toda la habitación. En el piso botellas de plástico, cajas de cartón, envoltorios de galletas y frituras, también dejaron ropa abandonada y una colchoneta doblada.
Hasta el fondo se puede distinguir una amplia mesa de plástico y una silla azul, también de plástico. Enfrente otras tres sillas de plástico, pero negro ven directo a la mesa que tiene a lado una puerta. Está abierta, parece ser una zona de tendido que desde la calle nos enseña poco de todo lo que guarda. Apenas se alcanza a ver un bote de plástico azul con una manguera, que da la impresión de ser la fuente de agua que los captores daban a los migrantes secuestrados.
Las condiciones en las que se encontraban al interior de la casa pueden presumirse bastante precarias luego del breve vistazo, a pie de la banqueta, hacia el interior de lo que hacía de su mazmorra.
La casa de seguridad pasa desapercibida, se mezcla con los demás edificios de la zona, al llegar a la esquina donde se cruzan las calles Emilio Romero de Valle y Zoquipa, parece cualquier otra esquina de la colonia Lorenzo Boturini que forma parte de la zona conocida como Merced Balbuena.
Lo primero que te recibe es una marquesina donde se lee “Talabartería fundas y fornituras”, es la primera casa, luego se encuentra una residencia de huéspedes donde se rentan cuartos amueblados y la tercera casa es donde los migrantes eran amenazados para entregar dos mil 500 dólares a cambio de su libertad.
Es una casa de dos niveles, está pintada de rosa en contraste con sus puertas y ventanas que van de rojo. La ventana de la planta baja está protegida con herrería para que nadie pueda entrar o salir.
En la fachada de la segunda planta tres ventanas con gruesas cortinas blancas guardan silencio sobre lo que en realidad sucedía al interior de la residencia. Afuera un enorme árbol le da privacidad al lugar, bajo la sombra de este hay un auto estacionado que acumula polvo y hojas secas en su toldo.
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