Entonces le llamas a tu padre para avisarle que, según el calendario que presentó el gobierno federal, a él lo vacunarán entre febrero y abril de 2021, en la segunda etapa, con las personas mayores de 60 años. Y que lo vacunen no sólo significa que el viejo podrá operarse esa rodilla que lo trae jodido desde antes de la pandemia. Significa que podrá visitar al audiólogo para que le examinen la sordera. Significa que recuperará su rutina (trabajar en el centro, desplazarse en transporte público, comprar su despensa, comer en los mercados, ser autosuficiente).
“Me devuelve la esperanza”, te dice el viejo. Tú no se lo mencionas, pero que lo vacunen antes que a ti significa también que te desprocuparás de que se contagie y de que todas las comborbilidades que arrastra lo maten. “Pensaba que nunca iban a encontrar una cura”.
Entonces te encuentras con la vecina del 102, una señora que ronda los 70 años y a quien hace unos meses la operaron de urgencia. Cuando le hablas del plan de la vacunación, lo primero que te pregunta es si eso lo dijo Gatell. “Sí”, le respondes y ella tuerce la boca. “No le creo nada a ese señor”, te contesta, pero enseguida te dice que qué bueno que a ella le toca en la segunda etapa pues, con el encierro, ha perdido el sentido de la ubicación.
“Me dedico a la mensajería, conozco esta zona con los ojos cerrados, pero el otro día me perdí, no supe en qué calles estaba ni cómo había dado ahí; tuve que pedir ayuda”, te cuenta la vecina y después te pregunta por la salud de tu mamá. Le contestas que ella murió hace más de 10 años. La vecina se disculpa, te insiste en que lo está confundiendo todo.
Entonces hablas con don Carlos, el dueño de un cafecito que queda a la vuelta de tu casa. Tiene 61 años y 10 despachando en la esquina de Jalapa y Puebla. “Cuando oí la noticia de la campaña de vacunación me sentí tranquilo, no porque a mí me vayan a vacunar antes, sino porque la vacuna es lo único que va a reactivar la economía”, te dice y te cuenta que este mes no ha ajustado para pagar la renta del local. “La gente está guardando su dinero por si se contagia y por si tiene que pagar doctores; pero nada más deja que empiecen a vacunar, la gente va a volver a gastar y yo voy a vender de nuevo”.
Entonces intentas entrevistar al Pachino, un taquero dicharachero al que rara vez le han visto colocado el cubrebocas.
—¿Supiste lo de las etapas de vacunación? —le preguntas.
—Dicen que hasta dentro de un año nos van a vacunar, ¿no?
—¿Cuántos años tienes?
—La edad no se pregunta, carnalito.
Quisieras decirle que la edad que sea que tenga, se ve muy acabado. A cambio, le dices que a él, que debe ser de tu camada, 49 años, le toca hasta el verano. “Uy, para esas fechas ya te nos moriste, carnalito”, se ríe y te ofrece un taco de bistec.
Entonces caminas hacia el parque Río de Janeiro y ahí te encuentras a Gabriel, el bolero de la cantina Covadonga. Gabriel está más flaco porque se contagió a principios de septiembre y perdió 15 kilos en dos semanas. No acudió a ningún hospital por miedo a que no saliera vivo de ahí. “Ya ves lo que dicen: que es mejor morise en casa que en un hospital sin tu familia”.
Entre tanques y concentradores de oxígeno, medicamentos y la enfermera que lo asistía dos veces al día, Gabriel desembolsó más de 30 mil pesos, dinero que tuvo que pedir prestado porque él vive sólo de las propinas. “La dueña me depositó algo, pero no hay dinero que alcance”, te dice. Sobre las vacunas, que es de lo que estás hablando, te dice que prefiere que vacunen a su madre que a él. “Ella ya está grande y tiene más riesgo. Yo la libré de milagro, pero no creo que ella la libre”.
Entonces te subes al taxi y le preguntas al conductor si ha escuchado algo sobre la vacunación. “Sí, yo oigo noticias todo el día y desde ayer han estado hablando de eso, pero le voy a decir algo: no me voy a vacunar y ando promoviendo que la gente no se vacune”.
—¿Y eso por qué? —le preguntas.
—Porque este gobierno nos va a inyectar agua. Así como le hizo Javier Duarte en Veracruz, ¿se acuerda?
—Imagínese que el gobierno inyectara agua, sería un escándalo, ¿no cree? —le insistes.
—En este gobierno pasa todo lo inaudito, así que no dudo de que quieran matar a la gente con la vacuna.
—La vacuna no es mexicana.
—¡Y qué bueno! Pero aquí el gobierno es capaz de falsificarla.
—¿Y qué le dice a la gente para que no se vacune?
—Pues eso, que el viejo bruto que tenemos de presidente nos va a inyectar agua. Pero, además, vacunarse es malo. Yo nunca me he vacunado contra la influenza y nunca me he enfermado. ¿Sabe cuál es mi medicina? Dios. Yo a él me encomiendo todos los días.
—López Obrador también se encomienda todos los días.
—Yo creo que ese señor se quiere deshacer de las personas adultas que recibimos la pensión porque el gobierno no tiene dinero.
Entonces entras a la Unidad Médica Familiar 1 a vacunarte contra la influenza. Una de las tres enfermeras que te reciben, enfermeras vestidas como para el casting de Odisea del Espacio, te dice que no les han dicho cuándo van a vacunarlas, pero que es un alivio que empiecen este mismo mes.
“Todas y todos los de la primera línea estamos bien agotados porque hemos tenido que sustituir a compañeras o compañeros que enfermaron o murieron. Con la vacuna, además de salvarnos, podremos ir a nuestras casas; hay quienes no hemos visto a nuestros padres”.
—Un taxista me dijo que no se va a vacunar.
—Está en su derecho, sólo que al rato no se esté quejando.
Entonces vuelves a casa a esperar la vacuna.
ledz