En el ejido Vallecillos de Lerdo, Durango las casas ceden ante el paso del tiempo y la falta de habitantantes que las sostengan de pie, allí una pareja se quedó junto a su perro "El Canelo", que hace rondas durante las tardes y noches para espantar a los coyotes que de vez en cuando, asaltan el gallinero de sus dueños, a los que les han matado gallinas y polluelos.
Esta comunidad, que se ubica a 15 kilómetros desde el entronque de la carretera a Durango y a la que se accede por la villa de Juan E. García, pasando por Salamanca y la carretera que lleva a las Grutas del Rosario, es habitada por Rosita Borrego y Bernardino Machuca Juárez, una pareja sólida que alegre, pasa los días fortaleciendo proyectos familiares que les permiten mantener el arraigo sobre la tierra que habitan desde hace casi medio siglo.
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“Cuarenta y seis años es lo que tenemos viviendo aquí, se puede decir que somos pioneros del pueblo, al llegar aquí nació la mamá de este muchacho (su nieto), como decir que ayer llegamos y hoy nació. Aquí tuvimos tres hijos, nosotros veníamos de Pénjamo, otra comunidad que está más delante; el ranchito depende de Juan E. García, no era nuestro. Se hizo este centro de población y como no teníamos propiedad, aquí nos dio el gobierno”, recuerda Rosita, quien conoció de joven la charrería y durante seis años fue jinete de Escaramuza de Charros de La Laguna.
Su finca está llena de vida y frente a su casa tienen dos camionetas. Llegar a Vallecillos en un sedán fue todo un reto, pues el camino es de terracería y las piedras invariablemente fueron golpeando el automóvil. Si bien se observan en el rancho casas no abandonadas, la gente mantiene sus propiedades, pero ya no vive en el sitio. Así el comisariado ejidal y su hermano llegan los fines de semana, en tanto que el resto de la población ha dejado sus patrimonios.
Tienen agua de noria y energía eléctrica gracias al solar
Bernardino fue en su momento comisariado ejidal y aprovechó una campaña para dar certeza patrimonial a sus vecinos, a quienes pidió sus documentos para que el Gobierno de Durango regularizara sus predios, porque en Vallecillos hay tierra aunque ya casi no se siembra ante la falta de agua, apenas una hectárea de zacate silvestre para dar de comer a los animales.
No obstante, Bernardino sonríe, tienen un techo firme que dijo, es un buen hogar. Tienen agua de noria y alumbrado público que funciona con celdas solares; precavidos, ellos han ido comprando lámparas que también se cargan con la luz del sol, porque apuntó que algunas noches no tienen energía eléctrica y deben prever esas molestias.
¿Cómo ha sido posible que una pareja de adultos que pronto alcanzarán los ochenta años se adapten a la soledad y el aislamiento? Ellos responden que todos los días hay cosas por hacer: un proyecto de cabaña que como abuelos emprendieron para que los nietos vayan a pasar temporadas en el rancho.
También el trabajo cotidiano: el dar alimento diario a las gallinas y otros animales, el trabajar la tierra con productos que pueden incluir en su dieta, para después sentarse en el porche a desayunar huevos de su granja con unos frijoles refritos, una salsa picosita y un café de olla. La vida sencilla que todo adulto desearía, alejado de las redes sociales y de la inmovilidad que genera estar frente al televisor.
Últimos en recibir tierra antes de desaparecer sistema ejidal
Con el zaguán cargado de macetas y jaulas llenas de pájaros que cantan sin parar, ellos recuerdan que se hicieron ejidatarios en el sexenio de Ernesto Zedillo, es por ello que Bernardino apuntó que fueron los últimos en recibir del estado mexicano tierra para cultivar, en un contexto donde se modificó el artículo 27 constitucional para que justo se pudiera desmantelar el sistema ejidal y promover la descampesinización.
“Fuimos de los últimos pero estamos en el centro de la mayoría de los ejidos, porque colindamos con Juan E. García, San Jacinto, Santa Inés, Linda Vista y León Guzmán, pero la mayoría de la gente se ha ido y es como todo, porque buscamos que nuestros hijos salgan adelante y la mayoría de la gente es lo que ha hecho. Supuestamente uno de padre busca lo mejor para sus hijos pero eso es una mentira, porque los hijos no más crecen y solitos se van a buscar la vida”, comentó Bernardino.
En ese contexto, Bernardino parafraseó al Piporro para decir que ya quedan pocos en el pueblo, pero a ellos, que siempre les ha gustado el trabajo, la soledad les hace lo que el viento a Juárez, porque se mantienen en movimiento, haciendo ejercicio y alimentándose de manera sana, aunque no niegan que el paso de los años comienza a pasarles facturas y sus piernas de pronto ya no les ayudan como en el pasado.
“Todo lo que tenemos lo hemos hecho con el esfuerzo de nosotros y parte de nuestros hijos, que ellos no nos abandonan, como este muchacho que es nuestro nieto pero es como si fuera nuestro hijo, porque siempre está con nosotros; va y viene, nos da nuestra vuelta y así se la pasa”, dijo el abuelo.
La iglesia abre un día del año
La pareja sabe que el secreto de su éxito es la perseverancia y el movimiento, es por ello que dijeron, se preparaban para ir a Juan E. García a comprar su despensa, porque en el rancho no hay tienditas. Lo mismo pasa cuando compran materiales de construcción, pues van a la villa a adquirirlo y luego deben esperar a que llegue el camión a surtir.
“Aquí ven el kinder y la primaria (Francisco Villa) pero cerraron porque ya no hubo niños. Viene la gente cuando es el 13 de mayo porque la virgen de Fátima es la patrona de la iglesia, es cuando viene el padre y hace una misa, se le hace una fiestecita con dos o tres que vienen, que se acuerdan, pero en casi todas las casas ya no hay nadie, no más está el comisariado y su hermano, pero ellos vienen, no se quedan”.
En una comunidad donde el último estudiante de primaria fue justo su nieto, no es pues casualidad que se tenga iglesia, pero ésta se abre únicamente el 13 de mayo en la fiesta de la vírgen de Fátima, cuando regresan algunos de los fundadores de Vallecillos a recordar los viejos tiempos, porque todos los que se han ido dicen luego que el pueblo está bien lejos.
“Nosotros no estamos solitos, mira, allá arriba en el cielo nos cuida mi padre Dios, ese es el que nos está mirando y nos está cuidando, nos entretenemos haciendo cosas, ella por su lado y yo por el mío o nos juntamos y vamos a comer en la mesa. Si yo agarro por otro rumbo, luego lo hacemos juntos porque aparentemente estamos solos, pero nos tenemos el uno al otro y tenemos fe, seguimos aquí todavía”, refirió Bernardino.
Sin apoyos del gobierno municipal
En cuanto a la percepción de su gobierno e instituciones, Rosita dijo que en tiempo electoral llegó Homero Martínez con su equipo, pero ellos no reciben ningún apoyo formal de la administración municipal de Lerdo. Lo que sí cobran es la Pensión de Adulto Mayor y reciben el apoyo de sus hijos, por lo cual ella puede entretenerse con sus gallinas en tanto su esposo sigue construyendo la casita que será para que sus nietos tengan un espacio dónde llegar.
“Como hay un pueblo más grande por aquí pasan, pero que vengan a ver qué necesidad tenemos, no, que sí las hay pero ¿qué pueden sacar de aquí si no más somos nosotros? En elecciones pasan pero aquí no hay a quien pedirle el voto”, comentó Rosita quien acotó, tendrán como veinte años sin un vecino.
Rosita y Bernardino se mantienen unidos y agradecidos con lo que tienen. Ella, sonriente, asegura que su casa es un palacio y es su orgullo, pues sin dudarlo asegura que es ranchera al cien por ciento y junto a su esposo, se dice feliz. Bernardino por su parte asegura que lo que hacen no es para ellos sino para darle un ejemplo a los hijos.
“La gente nos mira y nos dice que cómo es posible que sigamos acá, nos preguntan si no tenemos miedo y les decimos que no porque les digo que nosotros fuimos los últimos cuando vivíamos en Pénjamo y ahora somos los últimos que quedamos acá”, refirió el señor que antes del campo, fue minero y hoy disfruta del silencio en su pueblo pues ni siquiera tienen señal de internet.
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