Rocas, tierra, escombros, maleza, un tenis y unas cruces son los objetos con los que doña Paula recordará por siempre a Mía Mayrin y Jorge Dylan, sus dos pequeños nietos que fallecieron junto a su nuera Paola en el derrumbe cerro del Chiquihuite del 10 de septiembre de 2021.
La señora visita poco los restos de lo que fue su casa, pero recorrió con MILENIO la llamada zona cero, ahí donde perdió un fragmento esencial de su vida: a sus niños que le impulsaban a seguir y sonreír en su rutina.
Compartió que al llegar al área del desastre fue un impacto, un estado de shock que la inmovilizó por unos minutos, pero al recordar a sus pequeños se abalanzó a las rocas junto a su hijo, pero el tamaño y peso de los restos de la colina les obligó a esperar que los cuerpos de rescate hicieran su trabajo.
Pasaron horas que se convirtieron en días, por lo que el desenlace de esta historia parecía ser la culminación de una tragedia inevitable, con la esperanza de celebrar un cumpleaños que ya no se cumpliría.
“Yo le dije a mi hijo, ya no hay nada que hacer, solo esperar, yo lo que quería era que encontraran a mis nietos y a ella, más que nada”, comentó.“Pasamos subiendo y bajando todo, por 15 días, era diario y diario y diario y nada, de repente nos entregan a la niña, dije 'ok' y el cumpleaños de mi niño es el día 13 de septiembre y dije, 'ojalá se lo den hoy', que es su cumpleaños, no, a la niña nos la dieron el día 14 y a lo ocho días nos entregaron al niño y a ella”.
Rodeada por el silencio de pesadas piedras, que sepultaron 13 predios, Paula señala la ubicación de su extinto domicilio, lo recrea en su imaginación y traza con sus manos cada uno de los cimientos, las recámaras, los baños, su patio y presume que la amplió en poco más de una década en los rincones donde bailó y jugó con Mia y Dylan.
En la parte trasera de su casa había un ojo de agua que el cerro les regalaba cada temporada de lluvia, ahí es donde se refugia para orar, llorar y lanzar palabras de cariño a sus nietos.
“Que los quiero mucho…Yo tenía mucha ilusión con ellos, verlos crecer, educarlos y crecerlos y darle lo que más pudiera darle… Eso es lo que me hubiera gustado, estar con ellos, que yo le pedía mucho a Dios que me diera mucha vida para verlos crecer”.
Comerciante de la presa en el municipio de Tlalnepantla, la señora de poco más de 55 años, se concentra y trata de vivir su cotidianeidad, intento que en ocasiones funciona y esconde su tristeza, pero al ver fotos, ropa y dibujos, los cuales logró rescatar de los escombros, se quiebra y los recuerdos le roban lágrimas que las cambiaría por estar con los pequeños.
“No sabes cómo duele ver ese zapato y solamente imaginar cómo se le vería ahorita…La gente te pregunta '¿Cómo estás?' 'Bien', pero no saben lo que tú tienes por dentro, no sabes cuando tú te sales temprano y piensas en ellos y de repente aparecen en tus sueños que ya están aquí contigo, es muy difícil”.
Un año ha pasado, en el cual su vida cambió, de tener una familia unida, un hogar propio, un espacio, sus nietos; ahora debe rentar y visitar a sus seres queridos, con la incertidumbre de si algún día volverán a estar juntos.
Paula sueña y se imagina que llegará el día en que reunirá a todos los cinco integrantes de su familia que le quedan.
“Aquí éramos libres, llegábamos a la hora que queríamos, poníamos la música y cantábamos si queríamos, era nuestra casa, simplemente”, recordó con un largo suspiro.
Al preguntarle por el apoyo de las autoridades, su enojo es notable. La frustración por no saber dónde será reubicada le recuerda las irregularidades y falsas promesas de políticos que buscan lucrar con su dolor.
Son a esos políticos a quienes les recuerda que deben cumplir, que los visitaron en campañas y les rogaron por su voto, pero ahora los han dejado a su suerte en pleno desastre.
“Sí decirles que no han cumplido, que se comprometieron a ayudarnos, para reubicarnos, pero solamente nos ignoran; si hemos tenido una reunión, fue mucho, esto enoja porque nos la pasamos rentando y no sabemos dónde terminaremos”.
Doña Paula reza por última vez, recorre su casa sepultada, mira las cruces que fueron colocadas, habla con el cerro, recoge algunos escombros, relata unas historias de su familia y se retira con una sonrisa para atender su puesto de verduras, porque después de un año, logró expresar su historia.
“Sí los extraño, mucho, los sigo soñando; antes de esta entrevista, te lo juro, los volví a soñar, creo que fue una señal de que tenía que desahogarme, ahora me siento mejor y en espera de que mis niños estén bien, donde quiera que estén".
JLMR