El drama de Julia: sola, en una prisión sin barrotes

Crónica

Para Julia, el día y la noche es lo mismo. Da igual la hora que sea cuando la discapacidad con la que nació le impide salir de aquel colchón con manchas amarillentas y olor a orina.

La discapacidad con la que nació le impide salir de aquel colchón con manchas amarillentas y olor a orina.
Israel Santacruz
Monterrey /

Los rayos del sol entran con dificultad por una diminuta rendija entre la pared y la cortina en una ventana, así como por una puerta lateral. El astro rey se encuentra en el cenit y el calor comienza a sentirse en su mayor apogeo, aunque en esa pequeña habitación de tres por dos metros, un ambiente lúgubre y de humedad impide respirar con tranquilidad.

Los aromas de comida fría, desechos fisiológicos y moho se conjugan. Parece una casa abandonada de un solo cuarto en la que resalta un refrigerador viejo y algunos cuadros familiares. Cuatro fotografías y litografías retratan el paso de los años de una familia, de la cual no queda rastro, más que la más joven de su dinastía. Inmóvil, de pronto abre los ojos. No sabe qué hora es, aunque poco importa.

Para Julia, el día y la noche es lo mismo. Da igual la hora que sea cuando la discapacidad con la que nació le impide salir de aquel colchón con manchas amarillentas y olor a orina.

Invisible para los demás, pero tan real y palpable para sí misma, Julia fue abandonada a su suerte por el destino.

“Me quedé sola, ya no tengo a nadie”, susurra mientras retiene una lágrima que busca escapar de sus ojos cuando ven hacia una fotografía de ella cuando tenía tres años de edad.

Como muchos, Julia tiene una discapacidad motriz, pero sus padecimientos empeoraron con el pasar del tiempo.

A sus 37 años, la mujer padece diabetes e hipertensión. La pandemia y la falta de quién se apiade de ella la mantienen en una prisión sin barrotes. No es necesario un carcelero para mantenerla cautiva.

“Consulto en la Clínica 27 del IMSS, aquí por la avenida Tolteca, pero desde hace un año que no voy a consultar ni a que me revise un doctor. Es que nadie me puede llevar”, menciona al tiempo en que su mano estruja un pañuelo que ocasionalmente utiliza para secar el sudor de sus coyunturas.

Desde su nacimiento su vida fue complicada, pero sus padres hicieron todo para sacarla adelante. El problema es que con el pasar de los años, las enfermedades llegaron a sus padres, hasta que fallecieron uno a uno. Su padre hace ocho años y su madre hace tres. Julia recuerda esa tarde como la más oscura de su vida, pues desde entonces quedó postrada en cama.

La mujer, al tener discapacidad motriz y ser huérfana, recibe una pensión tras la muerte de sus padres, pero ésta es de apenas mil pesos mensuales. Con increíble ingenio trata de hacer lo imposible: hacer rendir esa cantidad entre las inmensas necesidades que requiere.

Debido a que no hay quién la visite, la apoye o la frecuente, Julia no está integrada a ningún padrón de apoyo social. De hecho, ni siquiera sale de su casa. Son sus vecinas quienes ocasionalmente acuden a darle una ducha en esa misma recámara donde duerme y cocina.

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